Tierra de palabras

No os olvidamos

Todo fue arrasado por las brutales explosiones que aquel 11 de marzo hicieron saltar tantos sueños rotos

Amaneció y parecía un día cualquiera. Recuerdo el primer impacto recién abiertos los ojos a la mañana y desconocedora de lo que más tarde vendría. Emociones que se fueron agolpando y que hoy afloran con toda su crudeza al recordarlo: desconcierto, incertidumbre, desolación, rabia, tristeza… todo caos. Y la voz de Iñaki Gabilondo que con cada anuncio de una nueva explosión se hacía más y más ahogada, más y más profunda, desbordado por las noticias que a cuentagotas iban llegando a la redacción cargadas de tragedia.

Amasijo de cadáveres y más cadáveres en el corazón de nuestra patria que dejaron su vida a medio hacer, a los que la onda expansiva del odio les alcanzó la vida. La barca de Caronte, desbordada, no da abasto para cruzarles a la otra orilla mientras quieren volver a despedirse de los suyos a los que ven correr despavoridos de un lado a otro; poderles hablar a los que aguardan y lloran rotos de dolor esperando una noticia, avisarles de dónde están y decirles que nunca más volverán al lugar donde los buscan, que allí ya no se encuentran.

Dicen que el tiempo lo cura todo y cierto es, pero no lo borra. Imposible olvidar. Imposible olvidar las terribles imágenes y también las desconcertantes formas de actuar que muchos de nuestros representantes tuvieron, sobrevolando posibles intereses desde el dolor y de cuyo entramado seguro que quedó mucho soterrado.

Abrazos, besos, citas, proyectos; abuelos, padres, hijos, hermanos, parejas, amigos… todo fue arrasado por las brutales explosiones que aquella mañana del 11 de marzo de 2004 hicieron saltar por los aires tantos y tantos sueños rotos.

Hoy, diecisiete años después hay una triste melodía, instrumentos que parecen seguir llorando tanta desgracia y que suena para recordarlos, para que allá donde estén sepan que no los hemos olvidado. Una melodía triste como el vals de nuestro grande, Federico García Lorca, cuya música nos ofreció el también grande Leonard Cohen y que, en el disco Omega, una revolución sin precedentes, el inconmensurable, Enrique Morente, desgarra. Un vals en el que hay un fragmento de la mañana en el museo de la escarcha… un cuarto con espejos donde juegan tu boca y sus ecos… un vals que será un hombro donde solloza la muerte, una muerte para piano, un etéreo lugar donde hay un bosque de palomas disecadas… un vals que dejó almas en fotografías y azucenas… de violín y sepulcro…Este vals que se muere en los brazos con la boca cerrada.

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