Tierra de palabras

La muerte

No nos hablaron con naturalidad de la muerte, por eso no queremos ni oír hablar de ella

Día tras día, cuando viajas, o mejor habría que decir cuando viajabas, los letreros informativos del camino te iba advirtiendo si te encontrarías con alguna obra, te prevenía de la lluvia recordándote que moderases tu velocidad… o como el que hay dirección a Palmones, ya que en la bifurcación, los que pertenecemos a Los Barrios a Algeciras por ahora no podemos desplazarnos, la pantalla anuncia desde hace ya casi un año una sola información: que no salen barcos de pasajeros hacia Marruecos, solo mercancías.

Pues al igual que estos letreros, en este otro viaje que es la vida, hay otros que todas las jornadas, quieras o no quieras, te anuncian las muertes desglosadas por días y comunidades. Y claro está, eso nos asusta. Porque todos los que ahora ya no están entre nosotros ¿crees que hace algo más de un año se imaginaban que iban a morir víctimas de esta pandemia?

No nos hablaron con naturalidad de la muerte, por eso no queremos ni oír hablar de ella. Vamos y venimos de asunto en asunto de vivos y de la muerte ni una palabra. No queremos ni pensar que ella es la que más forma parte de la vida. Podremos enamorarnos más de una vez, tener más de un hijo, incluso empezar a vivir en algún momento con la sensación de haber empezado desde cero, pero la muerte es solo una vez la que se vive y nadie podrá contar de ella.

Quizás tengamos la sensación de que en estos momentos está más cerca pero siempre estuvo rondando a nuestro lado. Es ahora, llenos de privaciones, cuando quisiésemos encontrarle un nuevo sentido a la vida, pero sería un buen momento también para encontrarle un nuevo sentido a la muerte. A nuestra muerte. Tener la astucia de prepararnos para ella de todo corazón y con serenidad. Aprendamos sin temor a reconocer que la muerte es otro capítulo de la vida.

Acompañando a la muerte de la mano va otra palabra para la que tampoco tenemos experiencia: eternidad.

Quizás muchos temamos a la muerte porque ignoramos lo que realmente somos. Hemos construido una identidad que se sostiene en nuestro nombre, nuestra familia, nuestros hijos, nuestro trabajo, nuestro hogar, nuestros ahorros…, pero nada nos pertenece y por eso el miedo nos tambalea y por eso, para evitarlo, llenamos todo nuestro espacio de ruido.

Tomémonos la vida en serio. El búnker que nos salve cuando suene la sirena no está bajo tierra. El camino es hacia adentro.

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