Tierra de palabras

Por mar y tierra

Es imposible dejar atrás la memoria de mi hermano José Luis que me acompaña en este título

El sábado 23 de enero de 2010 escribí mi primer artículo en el histórico rincón de este periódico: El mástil. Desde entonces, semana tras semana fui oteando, con ganas de nuevas conquistas, el horizonte desde el palo mayor buscando intransitados rumbos, nuevas corrientes, con el firme propósito de mantener las velas del compromiso y la libertad bien izadas. Surqué mares en los que aprendí a desprenderme de lo superfluo, de lo innecesario, de lo ya sabido. He anotado en el cuaderno de bitácora todos los aprendizajes que otros navegantes me enseñaron sin mancillar la personal bandera de mi nave hasta que el viaje llegó a su fin. Después de muchos amaneceres y muchos ocasos, después de muchos naufragios en los que aprendí que nada me pertenece, solo el amor si lo cultivo, después de muchas tentaciones que superé atada al palo de la nave como Ulises para capotear los cantos de sirenas… divisé la costa que me advirtió que la travesía se acababa y que tocaba poner los pies en tierra firme, recoger las velas, abandonar el inolvidable aroma de la brisa marina e hincar la bandera en la nueva tierra conquistada.

Cambié de elemento, de estancia, que no de casa; dejé el agua para tocar la tierra y seguir ofreciéndote lo que me ilusiona hacer: crear con las palabras, aprender de sus innumerables combinaciones, construir con el lenguaje pasajes que estén a la altura de tus expectativas, mi fiel y querido lector, ya que sin ti nada tendría sentido. Me curtí a base de concisión, pero fue que el espacio se agrandó sintiendo en un principio el abismo bajo mis pies. Y fue así como nació este territorio que desde hace ya ocho años llevo compartiendo contigo: Tierra de palabras.

Es imposible dejar atrás la memoria de mi hermano José Luis que me acompaña en este título; él fue su inventor, el que le dio vida usándolo para un blog inacabado, sin tiempo suficiente para desgastar y exprimir su sentido. Su estela me ofreció la nave, me acompañó en cada milla del trayecto; cada noche su estrella me orientó en la inmensa oscuridad y supo llevarme sana y salva a tierra firme, curtida, madura y segura.

Después de todo este tiempo de aprendizaje, no olvido cuál era y es mi misión: seguir hablando de ti y hablando de mí, porque todos somos uno en esta tierra que, aunque tenga poco de prometida, intento que tenga mucho de verdad en sus palabras.

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