Mis croquetas

La impunidad del infractor

Al infractor sempre le salía a cuenta transgredir la norma.Y eso de la deportividad y los valores, ya para otro milenio

Recuerdo en mi juventud que cada vez que veía un partido de baloncesto donde intervenían equipos balcánicos, aquello era una sucesión de empujones, agarrones, protestas, lanzamiento de monedas, relojes de tiempo parados de manera distraída por la misma mesa... una locura, en definitiva.

Pensaba uno en la famosa sangre caliente y todas las zarandajas que queramos, pero aquello era mucho más mente fría que pasión irrefrenable.

En esos partidos la secuencia era siempre la misma: o ganaban de calle los de allende las montañas o todo eran faltas, quejas y teatro, puro teatro, ante un árbitro que sistemáticamente consentía ad nauseam. Porque de cada 10 faltas se pitaba una y eso, la verdad, te hace venirte arriba.

Y cada vez que el rival cometía una se montaba la de San Quintín mientras se pedía guillotina y fusilamiento para el contrario.

Porque ¿quién no recuerda alguno de esos partidos en el que algún balcánico entraba a canasta en grácil escorzo y pasaba algún rival a dos metros por detrás? En ese momento el balcánico caía al suelo entre estertores mientras pedía la epidural y sufría espasmos hasta en el pelo de las uñas. Por supuesto, el resto de jugadores, el banquillo y demás familiares, rodeaban al árbitro preguntándose si no era algo como para inspirar una tragedia griega... y funcionaba. Siempre.

El arbitraje tendía a la famosa equidistancia. Si alguien cometía 50 faltas y le pitaban cinco, al que cometía tres le pitaban cinco también. Se favorecía al agresor en esa absurda búsqueda de un equilibrio que nos sigue pareciendo el culmen de la felicidad. Pero la felicidad no es tan simple.

Y para adobar la escena, en esos tiempos el secretario de la Federación Internacional de Baloncesto era un yugoslavo, Boris Stankovic. Un señor que no se cortó nunca un pelo a la hora de asegurarse de que los arbitrajes adoptaran siempre las decisiones que le convenían en el momento oportuno, aunque el momento durara todo el partido. ¿Que la mesa tenía que olvidarse de darle al reloj de tiempo? Pues nada, todos a mirar a la qunta sección norte de la grada. ¿Que los comités tenían que sancionar a un rival con tres partidos por mascar chicle de forma ostentosa? Mejor cinco. Ya que estamos, fruslerías.

En definitiva, que al infractor siempre le salía a cuenta transgredir la norma. Y eso de la deportividad y los valores, ya para otro milenio. Que si el que debe velar por la imparcialidad es juez y parte, pues mal vamos. Que si ambas cosas se juntan, los infractores se saben impunes y actúan como tal. Para el futuro lo único que quedará es que ganaron y ya modificaremos la historia, que solo es cuestión de tinta.

Y que conste que sólo estoy hablando del baloncesto europeo... creo.

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