Yolanda Díaz promete 20.000 eurazos para los jóvenes de 18 años, que podrán hacer uso de ellos cuando tengan 23 para cumplir con sus sueños empresariales y profesionales. Feijóo repite el secular mantra político de que trabajará para que los mozalbetes vivan mejor que sus padres. Sánchez aborda la exclusión social del joven, ya inmerso en ella por el simple hecho de serlo, con medidas coyunturales. Se ofrecen avales hipotecarios y extensiones de las vidas de los préstamos que inflan los intereses. No se descuartiza la agonía, sino que se guarda en un baúl para que años después escape multiplicada.
Así, somos millones en España los que sentimos que la clase política no nos habla o, peor aún, que si decide hacerlo es para reírse de nosotros. El tiempo y las sucesivas crisis han creado un pernicioso vacío en la pirámide poblacional. Existe una generación absolutamente perdida que ha visto y ve cómo los gobernantes se han esforzado más en cuidar de sus mayores y, como la madre que fracasa con su primer hijo, han decidido volcar toda su vocación educacional y afectiva en el segundo.
Sospecho que muchos ya llegamos tarde para vivir mejor que nuestros padres y que ciertas aspiraciones o incluso, por qué no, delirios profesionales se han visto enterrados con el oscuro correr del reloj de una época turbia. Puede que comprar una casa con mi pareja suponga, más que adentrarme en un laberinto económico, armarme de una ciclópea valentía para dar un paso que va a cambiar mi vida, pero no estaría de más que, superado este segundo y trascendental reto, ese laberinto se tornase menos sinuoso y claustrofóbico. Tal vez el deseo de probarme como padre no haya encontrado todavía una puerta abierta en mi mente, pero más pronto que tarde me gustaría que la echase abajo, penetrase en ella y que no tuviese que producirse una batalla encarnizada entre lógica y corazón. El bienestar social no se mide tanto en lo que se hace como en que siempre nos den la oportunidad de hacerlo.
La persona de 35 años que acaba de tener a su primera y seguramente única criatura y que escucha al político decir que peleará por que los jóvenes vivan mejor que sus padres aceptará estoicamente que su tiempo ya ha pasado sin que, en su caso, esa promesa se haya materializado. Mirará a su pequeño y pensará que sí, que definitivamente merece vivir mejor. Otros que todavía no sostienen a un recién llegado al mundo entre sus brazos y que rozan la treintena o acaban de rebasarla comienzan, sin embargo, a hacerse a la idea: el Estado ya no lucha por ellos, sino por los hijos que todavía no tienen.
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