El mundo de ayer
Rafael Castaño
Una línea en la pared
Aquién no le va a gustar reunirse con su familia al completo, alrededor de una mesa bien surtida de todos los manjares y las mejores bebidas. ¿Y repetir la operación con tu familia postiza? Ya saben, la Nochebuena con una y la Navidad con la otra. Porque la Nochevieja es para el descoque, para la fiesta, para salir a lugares especiales en los que, si eres mujer, debes ir brillante, aunque pases frío y vuelvas con los pies hechos polvo de los tacones. ¿Quién no quiere vivir una noche inolvidable? ¿Y qué me dicen de celebrar con tus compañeras largos almuerzos en los que se relaje la presión del trabajo? Son momentos, todos ellos, en los que el ánimo se te entona y empiezas a cantar al ritmo de cualquier sonaja. Es cierto que las letras y los sones pueden llegar a parecer repetitivos, sobre todo si vives en el centro de tu ciudad o pueblo y el ayuntamiento ha decidido obsequiarte con una banda sonora a full time porque eso anima, sobre todo a lo que más interesa, que es el consumo.
¿Y qué me dicen de las propias calles, llenas de bailes de luces? Es cierto que, según qué sitios, no las puedes transitar –calle Larios, en Málaga– y que el fenómeno ha trascendido y se organizan excursiones para ver esos espectáculos y, su encendido, ya es una cita obligada en la agenda de cualquier ciudadana de pro. Por eso, también el vecindario se llena de fogonazos en terrazas y azoteas y los adornos made in China cubren puertas y fachadas, sin olvidar que en el interior, los hogares montan árboles y belenes, porque ¿a quién no le gusta recrear escenas costumbristas con figuritas y hacer ríos con papel de orillo? Esto se ha convertido en una especialidad y, en lugares preeminentes, se instalan nacimientos casi a tamaño natural. Aunque, lo más natural, es disfrazarse e integrarse en un tiempo impreciso, pero antiguo, y ser protagonista en un belén viviente. Belén que, por lo general, lleva unido un mercadillo igualmente navideño, en el que puedes comprar, desde morcillas a imanes, bajo un cielo estrellado de led y nieve de pacotilla, mientras los niños patinan sobre pistas de plástico o se revolean en castillos hinchables.
¿Y los regalos? ¿Alguien reconoce que no le gusta comprar objetos pensados específicamente para alguna persona querida? ¿Quién se resiste a la magia de Papá Noel, de los Reyes Magos o del amigo invisible? Y, en paralelo, ¡cuántas esperanzas dentro de los bombos de loterías!
Todo esto, por no hablar de dejar hueco para ponerte jerséis y cuernos de reno, irte de zambomba, dedicar un día a gastar bromas, ir a la cabalgata…, porque el calendario parece haber adoptado la forma de ¡2 meses! de yincana. En fin, ¡feliz todo lo que nos queda!
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