Paco Guerrero
De Regalarte
Cada vez que se habla de pagos en B y otras tretas para evadir impuestos me acuerdo de la anécdota de una buena amiga y sus tarjetas de visita. Fue a una copistería para que le hicieran un taquito de tarjetas y le dieron precio. Pero cuando pidió la factura le dijeron que entonces sería más dinero. “Es que te tendría que poner el IVA”, le espetaron con total tranquilidad.
Y así tenemos normalizado que el albañil que nos arregla la casa o el taller mecánico nos puedan llevar “más barato” si cobran en negro. Ni se nos ocurra hacerles un Bizum para pagarles el chapú vaya a ser que doña Hacienda aparezca como el genio de la lámpara para cobrarse su parte. La mayoría de pagos en constante y sonante van al pozo ciego de la economía sumergida.
Pagar en B parece un negocio redondo hasta que giramos hacia la otra cara de la moneda. El 58% de los españoles cree que la sociedad en general se beneficia poco o nada de lo que se paga a las administraciones públicas en impuestos y cotizaciones y hasta un 62% aprecia que recibe de las administraciones menos de lo que abona.
Además, el 90% considera que en España existe mucho o bastante fraude fiscal, frente a un 8% que opina justo lo contrario, mientras que el 53,5% de encuestados cree que desde la administración se hacen pocos o muy pocos esfuerzos para luchar contra él, según una reciente encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas.
Y a este desaguisado, que no hace más que acrecentar la sensación de impunidad de quien evade impuestos a diario al no presentar facturas o declarar sus ingresos, contribuye ampliamente que haya calado en la sociedad que los impuestos y las cotizaciones sociales que nos detraen de la nómina es dinero “que nos quitan” para otras cosas. Así, quienes defienden que el pago de impuestos es un robo se erige en una suerte de Robin Hood que es capaz de administrarse mejor que el Estado a cambio de que este no huela ni un céntimo de los millones de euros que se mueven al margen del fisco.
Pero luego esos mismos claman por unas carreteras sin baches, porque su hijo pueda ir a un colegio con mesas nuevas o por no tener que esperar en el centro de salud; nuestros tesoros públicos del estado del bienestar que se pagan, precisamente, con impuestos. Una operación de apendicitis puede costar de 3.000 a 5.000 euros. Y a cualquiera nos puede doler la barriga en cualquier momento. ¿Qué pasaría si mañana la caja estuviera vacía?
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