Lotta Continua
Francisco Silvera
La enseñanza ha muerto
Recientemente el filósofo, dramaturgo, director de fundaciones, patrono de teatros y letrado en excedencia del Consejo de Estado Javier Gomá, ha publicado Fuera de carta, una colección de breves ensayos para deleite y alimento de almas inquietas. En una entrevista promocional publicada en El País, coincide con María Pombo, una conocida celebridad, en que “leer libros no nos hace mejores”.
Puede que no le falte razón tanto a la celebridad como al entrevistado. Por poner un ejemplo, la tasa de alfabetización en el III Reich superaba el 90 por ciento y sus índices de lectura eran superiores al de otros estados europeos coetáneos. Su líder, Adolf Hitler, no solo se caracterizó por su indisimulada querencia por quemar libros, sino también por la de leerlos. Cuando llegó a Berlín lo hizo pobre como un donnadie, pero llevaba consigo cuatro cajas de volúmenes; tras alcanzar la cima de su dictatorial y terrible poder se calcula que poseía una biblioteca de más de 16.000 obras. Es verdad que entre sus lecturas destacaban biografías de sátrapas de surtida calaña, manuales de armamentos varios y tratados de dispares milicias, pero también se incluían las obras completas de Shakespeare o volúmenes de Jünger, Nietzsche, Schopenhauer, Fitche o Carlyle.
No soy pensador, ni dramaturgo, ni director, ni patrono, ni siquiera letrado en excedencia, pero he leído que la libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos, que todo lo puede el dinero o cómo se viene la muerte, tan callando; cómo ser llorando el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas o cuán hermosa viene doña Endrina por la plaza; que Madrid fue una ciudad con más de un millón de cadáveres según las últimas estadísticas y que de vez en cuando –solo de vez en cuando– se da un guiño a sol y vivo sin vivir en mí. Podría escribir los versos más tristes esta noche e imaginarme cómo a Dafne los brazos le crecían; pienso que después de perder la juventud sigo manteniendo la sal ardiente de tus labios y creo con la convicción del escéptico que mi barco es mi tesoro y que podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía. Gracias a la lectura, cuando me vaya seguirán los pájaros cantando y el polvo será polvo enamorado. El filósofo de la ejemplaridad concluye en su entrevista que “somos parecidos a los ángeles, pero con un destino parecido al de las polillas”. Posiblemente, leer con sentido nos ayude a cambiarlo.
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