Cosas de Navidad (I)

19 de diciembre 2025 - 03:07

Se dice que los tristes compran más, pero si fuera así, habría que concluir que en Navidad nos invade la tristeza, cuando no paramos de desearnos felicidad y que nuestros sueños se cumplan, celebrando con abundantes manjares y bebidas la alegría por un año más junto a nuestros seres queridos y pese a que, como dicta la tradición, no nos haya tocado el gordo en el sorteo de la lotería. Es por tanto algo de difícil demostración, pero lo que seguro no necesita probarse, es que comprar en medio de una avalancha de personas algo imprescindible para ese familiar al que nos empeñamos en premiar por buen comportamiento con algo que no necesita, es de las muchas torturas a las que nos someten las Navidades, una de las mayores y sin duda la más costosa.

Con lo feliz que nos hacen los regalos inesperados, y lo maravilloso que es justificarlos con un sencillo “Te Quiero”, y sobre todo con lo bien que se compra en agosto por las tardes de los domingos en los grandes almacenes con rebajas. Y sin embargo nos hemos obstinado en acumular tradiciones que provocan amontonamiento de compradores, escasez de los productos más demandados y en consecuencia subida de precios generalizada. Pero es Navidad y la corriente va en esa dirección camino de los inigualables descuentos de Enero; previos a las rebajas finales de febrero, y días antes de anunciar que ya es primavera en el Corte Inglés y que, por tanto, urge abandonar lo adquirido semanas antes y adecuar el contenido de los armarios a las nuevas temperaturas y tendencias.

Si, la tiranía del consumo no está guiada por las necesidades de los consumidores, sino a golpes de geniales campañas publicitarias, que nos colocan en alguna cola atendidos por una joven con contrato temporal, que espera así poder pagar la habitación en la que duerme, al menos hasta que llegue la Semana Santa. Y entonces, si la campaña navideña ha ido lo suficientemente bien como para que el gerente haya tenido un bonus de su agrado, igual la vuelven a contratar. Y así hasta el verano, que siempre resulta corto y a su final volvemos a tener otra Navidad a la vista. Estos ciclos se repiten, hasta que un día nuestros descendientes vacían los armarios donde guardábamos la vida porque ya no se necesitan, y se preguntan cómo es posible que hubiésemos acumulado tantas cosas innecesarias.

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