Por montera
Mariló Montero
Vox y Quasimodo
Un reportaje publicado en El País revela que el grado de Periodismo en la UCM ha perdido el 18,4% de su alumnado en ocho años. La nota de acceso ha bajado de un 9 a un 6 sobre 14, gran imán de plumillas sin tinta. Un catedrático dice que el desencanto del joven con el oficio se produce “por el salto de una concepción romántica del periodismo a la vida real”. Coincido. El periodismo es la profesión que mejor encierra a sus monstruos tras barrotes de cinismo.
Los que pertenecemos a ella tendemos más al paroxismo que al pragmatismo. Los profesores vienen con la letanía del cuarto poder, el azote de políticos, derrocadores de gobiernos… Discursos pasionales que huelen a barra de zinc, carajillo y tabaco. Recreaciones de redacciones de periódicos que saben a whisky y jolgorio. Exclusivas que cambian el mundo y confidencias de café pureta. Demasiado perro viejo hay en el oficio.
En el reportaje entrevistan también a un decano. Le preguntan qué está pasando. Que no sabe, que no sabe. Que se hace lo que se puede, que se reduce el número de alumnos por clase para dar una enseñanza personalizada. Que es que “hoy los chavales prefieren ver a Ibai Llanos antes que el telediario”. Y así es como asistimos a un nuevo episodio de incapacidad de autocrítica, de culpar a quien no aspira a sustituirnos, sino a hacer su trabajo.
Denunciamos que las redes sociales se han llenado de gente de gatillo fácil, de información falsa y sectaria, pero asistimos impávidos a la incorporación del sectarismo a nuestras páginas y al lanzamiento de exclusivas en TikTok. Nos deificamos y pensamos de manera arrogante que éramos intocables, que la política continuaría subyugada a nuestro trabajo. Hoy somos un simple cacharro, el portavoz del Gobierno, y defendemos con más vehemencia a presidentes que a nuestras propias madres.
Se supone que el periodismo debería vivir del compromiso moral que el ser humano tiene con la verdad, pero cotizan más el espectáculo, la superfluidad y la mentira. Nunca el oficio ha tenido las puertas más abiertas para los inmorales, y nunca el periodista se ha sentido tan tentado de corromperse ante unas leyes del oficio que no dictan otra cosa que la dedicación altruista, la ausencia de conciliación, los horarios opresores y los minutos no remunerados. Decir la verdad es hoy incompatible con tener un buen salario. Hay que purgar a la soviética y volver a dignificar esta puñetera profesión. Si no, acabaremos implorando de rodillas a los futuros estudiantes que pasen por nuestra facultad. Y si por algún casual lo hacen, que la universidad se convierta en un lugar de descubrimiento, no del que salir pronto. Que estudien a Gistau, Chaves Nogales, Sofía Casanova o Ramón J. Sender, no cómo se comunicaban los neandertales.
También te puede interesar
Por montera
Mariló Montero
Vox y Quasimodo
En tránsito
Eduardo Jordá
El año que se va
Andar y contar
Alejandro Tobalina
Tarde de taller
La esquina
José Aguilar
Felipe VI, más solo que nunca
Lo último