Saque de banda

La cruzada equivocada de Vinícius

Para erradicar el racismo debe empezarse desde la base, que son los propios jugadores, cuyo comportamiento es a menudo poco ejemplar

Vinicius rompe a llorar durante la ruda de prensa previa al España-Brasil del pasado marzo.

Vinicius rompe a llorar durante la ruda de prensa previa al España-Brasil del pasado marzo. / Europa Press

La cruzada de Vinícius, erigiéndose como abanderado en contra del racismo y la que se está montando en el ámbito del fútbol en este sentido, pone en evidencia lo mal que estamos como sociedad y, sobre todo, demuestra como bajo el paraguas de un argumento irrefutable -¡quien no está en contra del racismo!-, se esconden otros intereses personales o de grupo.

El asunto merece un análisis profundo, no tanto por el personaje Vinicius, un indocumentado intelectual fuera de los terrenos de juego, lo que debería bastar para no darle mayor importancia, sino también por su propio comportamiento público como deportista de élite. Añadamos a ello la desfachatez de permitirse referirse al país que le acoge como racista, aunque haya matizado sus palabras -aconsejado sin duda por algún asesor de imagen del club al que pertenece.

Que el racismo es algo execrable está fuera de toda duda. Ahora bien, el fútbol, precisamente el fútbol, no es ejemplo de las mejores conductas sociales. Basta ver el comportamiento de algunos jugadores profesionales de primer nivel, incluidos los internacionales, cuya actitud debería ser sancionada por el mal ejemplo que dan, en especial a los más jóvenes, niños en etapas de formación de su personalidad. Eso en cuanto a los profesionales de primer nivel, no digamos lo que pasa en categorías más inferiores o los comportamientos de papás y mamás domingo sí y domingo también, en defensa de sus pequeños maradonas, que sin querer generalizar, forman parte del paisaje con actitudes tan poco ejemplares como de mal ejemplo para sus propios hijos.

Al fútbol, nos guste o no, se aboca lo más mediocre de nuestra sociedad, porque es mayoritario, y la sociedad en general es lo que es. Por tanto, pretender convertir un campo de fútbol en un templo de comportamiento ejemplar es imposible, lo cual no implica que no se pueda hacer nada por erradicar no sólo el racismo, sino cualquier tipo de conducta lo suficientemente inapropiada en base a su gravedad.

Para ello debe empezarse desde la base y la base son los propios jugadores, cuyo comportamiento es a menudo poco ejemplar. Los clubes a los que pertenecen deberían tomar cartas en el asunto y censurar e incluso sancionar ciertas conductas.

Referido a los espectadores, una entrada no da derecho a todo. El insulto envuelto en el anonimato de la masa se ha dado siempre y ello es tan natural, como lo es el deber del jugador o el arbitro a no hacer ni caso, porque eso forma parte del entorno, y aunque no está bien, sencillamente no se puede erradicar, porque ir al fútbol no es ir a la ópera.

El insulto o alusión racista debería formar parte en un campo de fútbol en la misma categoría que un insulto grave no racista porque implica el atenuante del entorno y aunque está mal y debería ser erradicado, sencillamente no se puede y porque además, la alusión racista que se puede dar en un campo de fútbol es solo de carácter verbal, que implica una menor gravedad que un acto deliberadamente racista que vaya más allá de las palabras. Insisto en que no estoy defendiendo la agresión verbal racista, ni ninguna otra, por supuesto, simplemente digo que es de menor gravedad que el acto racista que implica consecuencias para el agredido, más allá de las palabras.

Y digo esto porque cuanta más importancia le demos a esto, conducido y orientado como está, en peor escenario nos vamos a encontrar. El mundo del fútbol, nos guste o no, por su carácter popular, recoge los sedimentos de la sociedad en todo su espectro y ese entorno externo que le influye. Lo más triste es que no lo mejoran sus actores directos: jugadores, entrenadores, directivos, periodistas y por supuesto, aficionados.

La defensa del racismo no puede caer en manos de un señor como Vinicius por razones obvias expuestas con anterioridad. No hay que olvidar, además, que el racismo tiene un componente económico fundamental. Que le pregunten a Vinicius si sufre racismo por parte del director del banco, cuando entra a la sucursal o el trato que se le dispensa en un comercio, en cuanto es reconocido. Racismo sufre un inmigrante, un mantero o un obrero de la construcción boliviano, pongo por caso. No, definitivamente Víncius no es el mejor ejemplo. Pero lo más triste no es eso. Lo más preocupante es observar los aplausos de periodistas en una sala de prensa al ser testigos de la escenificación del chico.

El fútbol sigue siendo un desastre, siendo el deporte mas maravilloso del mundo, a pesar de sus actores y sus ignorantes palmeros.

Y que me perdone el Sr. Vinicius, tan gran jugador como torpe al convertirse en abanderado de un asunto que, por su importancia, acabará perjudicándole. Debería estar mejor asesorado y sobre todo, hacer caso a quienes seguramente desde su club, quiero pensar, saben orientarle.

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