El anciano y el gato

Es el signo de los tiempos, cuando la vida de un gato, para muchos, vale más que la de un anciano, o cuando se humaniza a las mascotas

Ignacio Morales en un fotograma del documental "El Oasis" de José Luis Tirado

Ignacio Morales en un fotograma del documental "El Oasis" de José Luis Tirado

Ignacio Morales Trujillo murió a los 93 el pasado mes de septiembre en su casita centenaria de piedra y paja cercana a la aldea de Betijuelo, en Tarifa. Era un hombre del campo, siempre cerca de la tierra, en su oasis en medio del Parque Natural del Estrecho. Nacido en 1930, vivía de manera feliz y austera, ajeno a la tecnología. Un televisor viejo y una estufa eran sus únicas concesiones.

Los árboles del entorno, muchos de ellos plantados por él mismo, varios animales de compañía como su perro Lobito, una charca y una candela eran sus fieles compañeros en el día a día. Además de Lola, su cuidadora y ángel de la guarda que acudía a visitarle de cuando en cuando para comprobar que Ignacio se encontraba bien.

Este tarifeño comenzó a trabajar con seis años, guardando animales a cambio de una peseta. Cuando podía, recogía tagarninas, caracoles, palmitos o lo que hubiera. Su madre le preparaba un poleo con coñac antes de dormir, para calmar momentáneamente el hambre y conciliar el sueño. Para llegar a Tarifa iba en burra, con varios conejos dentro del serón cazados por su padre para venderlos en la plaza de abastos a dos reales. Con regularidad, su madre también llevaba ropa recién lavada a los señoritos de la finca El Chaparral y así ganaban unos cuartos.

En el campo, quien era fuerte, no pasaba necesidad. En el pueblo, todo resultaba peor. Los más débiles, sin embargo, corrían peor suerte. No en vano, le pusieron Ignacio por su hermano mayor, que murió de tifus antes de que él llegara al mundo algo más arriba del cortijo de La Palmosilla.

Morales sabía contar, pero no leer. Conocía todas las letras, eso sí.

Una noche, en septiembre de 2022, se perdió por los alrededores de Punta Paloma. Se desorientó. Varios vecinos de las pedanías de Betis y Betijuelo lo encontraron siguiendo sus huellas, muy juntas, porque Ignacio, con 92 años, caminaba ya muy despacito. La noticia de su desaparición pasó prácticamente desapercibida en los medios de comunicación, todo lo contrario de lo que sucedió con Mica, el gato que se perdió por La Menacha a comienzos de este mes.

El felino se escondió entre el mar de contenedores de una plataforma logística ubicada en el polígono algecireño y, a pesar de las llamadas de su dueña, no asomaba el morro. Sólo maullaba a lo lejos. Efectivos de la Policía Local y bomberos buscaron al gato en un despliegue mucho mayor que el que se activó para dar con Ignacio Morales.

Es el signo de los tiempos, cuando la vida de un gato, para muchos, vale más que la de un anciano, o cuando se humaniza a las mascotas. Ese es el triste futuro que nos espera.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios