Nos ha tocado vivir complicados tiempos de récords. Récords de tiempo climático y récords de despropósitos políticos por nuestras instituciones. Desde hace tiempo la comunidad científica viene avisando seriamente de los riesgos derivados del modelo de desarrollo causante del cambio climático. Algunos de sus efectos serán ya desafortunadamente irreversibles, pero si hubiéramos hecho caso a los científicos en un primer momento hubiéramos estado a tiempo de impedir algunos efectos, mitigar otros y adaptarnos a un cambio radical de las pautas climáticas consecuencia de la emisión de gases de efecto invernadero combinados con la destrucción acelerada de los equilibrios naturales.

La lucha contra el cambio climático en el derecho internacional ha sido un proceso largo, cargado de fracasos y frustraciones. Las cumbres climáticas se han transformado en un circo mediático de greenwashing en el que el producto final es sólo retórica y compromisos vacíos que no generan obligaciones jurídicas vinculantes y todos, antes de salir de la cumbre, saben que no se van a respetar.

Aunque se trata de un problema global, ciertos países y territorios están desarrollando políticas activas de mitigación y adaptación.

En España estamos viviendo continuamente fenómenos meteorológicos extremos que rompen continuamente todos los records existentes pero que, sin embargo, tienen un lado extraordinariamente positivo. Aquellos políticos que rehúyen los informes científicos y se apoyan en políticas negacioncitas de corte populista (que le generan un buen puñado de votos siguiendo la estela de Trump o Bolsonaro) ya no necesitan leer los informes científicos, basta con que salgan a la calle en abril con temperaturas de agosto para entender el cambio climático. Basta con que hablen con los agricultores y se den un paseo cerca de un embalse.

Causa desolación ver en la Oficina Aceleradora de Proyectos de la Junta de Andalucía creada para la agilización de los proyectos considerados estratégicos tres campos de golf en Cádiz y otro en Málaga. Esto es, Andalucía todavía intenta seguir un modelo inadecuado de desarrollo basado en un consumo desproporcionado de agua y deterioro del territorio sin generación de empleo de calidad. El modelo de desarrollo debería ir en dirección contraria para tratar de que Andalucía sea pionera en la transformación tecnológica y energética y la gestión sostenible de recursos escasos, como el agua. Después del duro varapalo recibido esta semana en Bruselas a propósito de Doñana, quizás nuestro presidente de la Junta no esté de humor para leer informes científicos sobre el cambio climático. Lo bueno de los récords de temperatura es que tal vez le baste salir del aire acondicionado del Palacio de San Telmo y darse un corto paseo para reflexionar.

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