Al principio fue la tribu y en su seno se dilucidaban las relaciones con el objetivo, entre otros, de que los niños no fuesen de nadie en particular, sino del clan, con lo que todo el grupo se comprometía en su protección y cuidado. No quiere esto decir que nuestras tatarabuelas paleolíticas no sintieran un escalofrío cuando vieran a un maromo volver de buscar palos. O al revés, cuando ella se agachara en el río para llenar la vejiga que le servía de cantimplora. Ahí ya empezábamos a gastar tela de energía en el cortejo. Después, ya saben, a los varones se les ocurrió aquello del patriarcado para proteger sus propiedades y el "tú eres mía" se convirtió en lo canónico, dando comienzo a la idea de compromiso y a la institución del matrimonio, ambas portadoras de los valores de la fidelidad como manera de garantizar la felicidad conyugal y, sobre todo, la paternidad de los hijos, imponiendo la monoandria.

Pero love is in the air y eso ha sido una constante a lo largo de los tiempos, aunque es ahora cuando se le dedica un día especial que ha sido capitalizado por el comercio y la ñoñez, haciendo del consumo la promesa más firme y la declaración más esperada para una buena parte de la población, la que sigue el calendario del Corte Ingles, básicamente.

No voy a entrar a criticar un evento de tan poca enjundia, pero sí me gustaría aprovechar para reivindicar otros amores que, desde el dolor o el arrobamiento, desde la picardía o el desenfreno, han convivido desde siempre con las parejas que, bien por cariño, por suerte, o por empeño, mantienen viva la llama marital. Algo, indudablemente, del todo admirable y hasta envidiable.

Pero, yo me refiero a los amores imposibles, a los platónicos, a los no correspondidos. A clásicos como los tríos y a los fijos discontinuos, conocidos también como parejas Guadiana. A quienes siguen a los hippies -los más amorosos de la historia- que, bajo el lema "haz el amor y no la guerra", convirtieron el amor libre en una de sus banderas. Algo que han reciclado los millennials con la práctica del poliamor. También a quienes, desde la valentía, se plantean relaciones abiertas, a quienes viven una noche loca, a quienes echan una canita al aire. A los amores desesperados, a los románticos, a los clandestinos, a los fatuos, a los inconfesables, a los lujuriosos y a los castos. A los amores en cada puerto y a los de cómo se pueden querer a varios hombres a la vez y no estar loca.

Y desde esta perspectiva, tengo que reconocer que, pese a que poco contribuyen el día a día y las circunstancias, yo sigo enamorada de la vida y como reincidente en tema de amores, no puedo menos que exclamar: ¡Viva la soltería!

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