En un debate demasiado tasado y con un moderador formando parte del escenario, Zapatero y Rajoy lograron salir vivos de las duras acusaciones que ambos se cruzaron. A la espera del segundo cara a cara, los líderes del PSOE y el PP dejaron moderadamente satisfechos a sus respectivos electorados, que pudieron escuchar discursos muy similares a los que han estado oyendo a lo largo de toda la legislatura. Pero no creo haya servido para convencer a una parte importante de ese 15 por ciento de los ciudadanos que aún no ha decidido si acudirá a vota. En cuanto al debate en sí, Rajoy adoptó un punto de vista más cercano a las economías domésticas, que sufren de forma más severa la crisis mundial que las cuentas públicas, y resultó más directo. Pero su tendencia a ejercer una crítica más hiperbólica que razonada contra el Gobierno -sobre todo en terrorismo- le restó credibilidad. Zapatero no estuvo convincente en asuntos como la inmigración y se refirió en exceso a la etapa de Aznar. Pero, en general, sí logró transmitir un mensaje de futuro más positivo de una España más compleja que la que Rajoy quiere gobernar.
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