Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Dar el pego

Hay quien aplaude el pego, que no hay nada como una buena trapaza para que el negocio fructifique

Quien más quien menos, todos hemos dado alguna vez el pego. O lo hemos intentado. Sin maldad. Probablemente acuciados por unas determinadas circunstancias. Ha sido algo ocasional. Una emergencia para salir del paso -un leve traspiés- y con la seguridad de que no se causan víctimas ni se provocan destrozos. En un momento de agobio puede ser la salida más rápida y, por qué no, más eficaz. Pero al igual que con casi todo en esta vida, no debe abusarse de tal modo de comportamiento. Y menos aún tenerlo como actividad principal, método de trabajo, línea de negocio. En fin, como actitud ante la vida.

Y esto es lo que ocurre. Se sabe, se consiente, y hasta se justifica esgrimiendo una gran sandez: la picaresca es algo tan nuestro, tan español. Y con esto ya está dicho todo.

Hay hasta quien lo aplaude. Dar el pego. Eleva la fullería a categoría de arte. Parece como si la honestidad estuviera sobrevalorada por los ilusos, por tolais que no se dan cuenta de que con ella no se llega a ninguna parte, no se consigue nada. Ignorantes que desconocen que no hay nada como una buena trapaza para que el negocio fructifique.

Este parece el lema que reza en el frontispicio de algunas de las más reputadas consultorías del país, sobre las que la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia ha elaborado un informe que pide que se les sancione por valor de 47 millones por repartirse -"dando el pego", como recomienda un directivo en un email- concursos públicos al menos durante una década. Las consultorías son entes -llamémosles así, entes- a los que recurren empresas privadas y administraciones públicas para que les digan qué tienen que hacer en tal o cual momento, da igual que se trate de empleados o de productos, no hay diferencia. Mientras, sus honorarios rascan los cielos.

Personalmente, experimenté cómo me daban el pego hace ya bastantes años en unos cursos a los que tuve que asistir. Se supone que tendría que haber salido de aquellas sesiones convertido en un líder que desde ese día manejaría con mandrakiana habilidad las leyes de la persuasión. Las lecciones corrieron a cargo de un consultor. Él se mostraba como alguien que sí las manejaba. A mí me olía cada vez más todo aquello a un gran pego. Enorme. Y ahora que no persuado ni a mi perro recuerdo mi error. No seguí el primero de los consejos rápidos para persuadir que ofrecía el manual que nos entregaron: "Siéntate en la posición central de la mesa". O sea, da el pego.

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