Ante la omnipresencia de un pudor pueril, las primeras batallas por el amor se libran sobre el papel. Por ello, Hugo, a sus escasos 10 años, se esmeró en el ejercicio amanuense de esculpir sobre la hoja una grafía clara y armoniosa, más delicada y efectiva que la que plasmaba en los cuadernos escolares de ortografía. Más valía el requetebién de la niña que le gustaba que el de la seño Mercedes. Una vez hubo terminado, orgulloso, su trabajo, introdujo la carta en un sobre donde con el mismo esfuerzo paciente escribió: "Para Laura. Ábrelo en tu casa".

Al día siguiente, Hugo se acercó al pupitre de Laura y con una ridícula descoordinación motora le dejó la misiva sobre el libro de matemáticas, ya abierto para iniciar la clase. Hugo no observó su reacción porque la vergüenza que le inundaba provocó que volviese precipitada y atropelladamente a su mesa. Pero una vez sentado, respiró aliviado al dirigir una mirada de soslayo hacia el lugar en el que se encontraba Laura y comprobar que la chiquilla guardaba la carta en su mochila.

Apenas durmió esa noche pensando y manoseando los distintos escenarios que habrían de producirse al día siguiente. A las nueve de la mañana, Hugo entró en clase, se ahormó, tenso, como un ser sin articulaciones, a su asiento y vio aproximarse a Laura. La apariencia de la niña denotaba una seguridad que a él se le antojaba inusitada. Le dio la carta en mano, mirándole fijamente a los ojos y sonriéndole.

"Ábrela cuando quieras", había escrito Laura en una tinta purpurina que olía a fresa. Tembloroso, despegó la apertura del sobre y se enfrentó a su propia letra, recta y perfecta. "¿Quieres ser mi novia? Sí/No". Sobre el 'sí', Laura había dibujado un círculo exacto y perentorio. A Hugo le invadió un fervor que recorrió su cuerpo, calentándolo, desde los pies a las orejas. Víctima de una vergüenza ingobernable, no volvió a cruzar su mirada con la de Laura en toda la mañana.

Al día siguiente, Laura volvió a acercarse al pupitre de Hugo para dejarle otra carta. Ella estaba acicaladísima, coqueta, con su pelo organizado en dos trencitas y sus labios pintados de un sutil salmón. Pero a Hugo esa pulcritud presumida, impropia de la edad, le desagradó. "Quiero estar contigo en el recreo. ¿Nos sentamos juntos en las gradas?", rezaba la carta. Él no acudió a la cita, cuya mera proposición no lograba entender. ¿Acaso tener novia implicaba algo más que el simple hecho de poder decir que se tiene novia? Cuando regresó a clase se encontró en su mesa con un nuevo papel sobre el que esta vez se había escrito de manera descuidada y rabiosa. "Corto contigo", leyó. Hugo se había enamorado de una niña, pero ignoraba que Laura ya comenzaba a soñar con ser mujer.

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