Celebramos hoy la fiesta de nuestra constitución, aprobada por referéndum hace 44 años. Fiel al espíritu que impregnó a la Transición, se trata de un texto en el que se reconocen una serie de derechos a la ciudadanía, pero en el que, al mismo tiempo, parece que da miedo adoptar algunas posturas que podrían incomodar a los sectores con más arraigo en el conservadurismo que sucedió al dictador y que aún sigue campando por esta piel de toro. Un pacto entre las fuerzas que querían avanzar y quienes estaban anclados en un pasado terrible. La carta magna significó un borrón y cuenta nueva que quizá donde mejor quedó plasmado fue en la ley de amnistía, que equiparó a víctimas y verdugos. Hay que señalar también su pervivencia, quizá después de la vertiginosa vida constitucional del siglo precedente apetecía un tiempo tranquilo. O tal vez, debida al bipartidismo que, quizá por tradición de la Restauración, o promovida por un sistema electoral que premia a las mayorías, ha sido una de las claves en la actualidad política española. Esa pervivencia, unida al entonces acceso al sufragio para las personas mayores de 21, hacen que solo los de más de 65 años hayan tenido la posibilidad de haber decidido sobre ella. Podemos decir que la constitución del 78 es ya una jubilada a la que quizá le haga falta ir poniéndose en las largas listas de espera de nuestra sanidad, para hacerle algún arreglillo.

No puedo negar que la constitución que a mí me gusta es aquella que surgió después de que en junio se celebraran elecciones a Cortes Constituyentes en un ya lejano 1931. Dieron un amplio triunfo a los partidos de centro-izquierda y se comenzó la redacción que declaraba la soberanía popular, contemplaba una amplia declaración de derechos y libertades, entre ellos, tras un apasionante debate, el sufragio universal masculino y femenino, así como derechos sociales. También artículos tan novedosos como los que supeditaban la propiedad privada a la utilidad pública o los que establecían un estado laico con limitaciones a la actividad de la Iglesia. De hecho, se le prohibía la enseñanza y debía sostenerse por sus propios medios. Las Cortes eran unicamerales y se reconocía el derecho a la autonomía de las regiones. Obviamente, la forma de gobierno, era una república.

A veces me cuesta creer que hace ya cerca de un siglo España pudiera ser tan moderna, que sus parlamentarios pudieran ilusionar a la población y que se tuvieran las ideas tan claras de lo que un país necesita. Ya sabemos cómo acabó todo, el sueño se convirtió en pesadilla que nos ha dejado esta especie de modorra acomodaticia en la que vivimos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios