Campanas de gloria

Desde atalayas de piedra y tejas las campanas han señalado siempre horas, rituales y hechos de interés

La parroquia de Nuestra Señora de la Palma.

La parroquia de Nuestra Señora de la Palma.

Las campanas son algo más que un instrumento musical; conforman un código de comunicación que la Iglesia católica ha venido utilizando con función vocativa.

Siempre he asociado su sonido a la ciudad, a la civilización organizada junto a los muros de piedra, torres, espadañas y campanarios desde donde se expandían unos sonidos que marcaban los cuartos pero transmitían también información litúrgica y mundana. Desde atalayas de piedra y tejas han señalado horas, rituales y hechos de interés acompañando a encallecidas manos que las volteaban o dando voz a los relojes de las agujas y los sucesos. Han sido el canal por donde circulaban las noticias en épocas anteriores a la prensa, la radio, los correos electrónicos y la ingente turba de politonos que hoy suenan en mesas, bolsos y bolsillos. Sus ondas no solo comunicaban, sino que ayudaban a crear atmósferas y estados de ánimos: no era igual el tañido monótono del toque de difuntos que el volteo juvenil de las mañanas festivas o el sonido cansino en las oscuras horas de insomnio. Sus toques son santo y seña de los espacios sociales. En la soledad sin tabiques de los campos abiertos, la llegada de un tenue tañido sugiere siempre una población en la distancia. Antes que ver los muros, torres, espadañas o campanarios llega impenitente el latido del bronce que avisa o marca el tiempo con la precisión de los ciclos cerrados.

Desde niño he vivido bajo el acorde de las campanas: primero de la Caridad, hoy mudas; luego de la Palma, que ahora no dejan rasgar: airosa torre, faro de todo un pueblo que ha tenido en ella el referente vertical de las miradas. Entre armonías y silencios se ha mostrado como la recatada heredera de la antigua catedral que Alfonso el Onceno erigió en honor de Santa María un pretérito domingo de palmas y ramos, como la humilde legataria de la diócesis de la Isla Verde erigida por bulas papales firmadas en las riberas del Ródano. 676 años más tarde, el obispo de la sede ahora ubicada en la apartada capital ha impedido que el histórico y atendido reloj del templo de Algeciras pueda informar del mediodía con la música de nuestro ciudadano más universal. Los arcos de arenisca de la Plaza Alta no pueden interpretar las familiares notas del compositor más preclaro nacido en un territorio que despidió su féretro entre la torre de luto y grises palmeras. Desde lejos quieren silenciar su voz al son de unas campanas que con Paco de Lucía serían instrumentos musicales capaces de recordar la llegada del diario cénit con notas preñadas de la belleza eterna como angelus celeste de metal y cuerdas. Privados de sonora hermosura en época de tantas restricciones, se agradecería una reconsideración para que los bronces vibrantes de nuestra decorosa seo puedan tañir el tiempo entre dos aguas ad maiorem dei gloriam.

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