Fallece en Kassel el director Werner Schroeter

En el artículo que le dedica en el libro Paisajes y figuras: perplejos, Gonzalo de Lucas recuerda que las películas de Werner Schroeter, fallecido este martes en Kassel a los 65 años, "casi nunca se intentan comprender de veras y son abandonadas como rarezas inclasificables […], reclaman ojos de biólogo, pero también esperanzas de alquimista". Definido por Thomas Elssaeser como el más grande cineasta marginal del cine alemán, segundo (el primero era él mismo) en la lista de cineastas alemanes favoritos de Fassbinder, Schroeter es el menos conocido y difundido de los directores nacidos del espíritu del Manifiesto de Oberhausen.

Director underground en su primera etapa, muy pronto da salida a su pasión por la ópera -serán muchos los montajes, también teatrales, que ponga en escena más adelante- en una serie de cortos dedicados a Maria Callas, en los que ensaya una forma libre de filme-collage a la que será fiel a lo largo de su carrera, siempre en busca de colisiones entre "el texto, el sonido y la imagen", siempre interesada por esculpir el cuerpo y el rosto femenino, recurrente en torno al ciclo del "éxtasis, la muerte, la despedida, la pasión amorosa y la desesperación". Tras su primer largo, Eika Katappa (1969), Schroeter es incluido dentro del queer cinema (era un declarado homosexual), el kitsch, el distanciamiento o el gusto por lo barroco, etiquetas que no alcanzan a explicar del todo la riqueza y sensualidad de su filmografía (Der Tod der Maria Malibran, El reino de Nápoles, Tag der idioten, Malina o Deux), de la que Palermo (1980) será el momento de mayor visibilidad tras ganar el Oso de Oro en Berlín, cuyo certamen le rendía un homenaje hace apenas dos meses.

Su última película, Nuit de chien (Para esta noche, 2008), basada una novela de Onetti e inyectada de "sexualidad, sueño y surrealismo" según nuestro colega Alfonso Crespo, circula hoy secretamente entre la cinefilia más febril.