Juicio del Rúa Mar: cuando el narcotráfico entró en la pesca
Una actividad tabú en el sector
El uso de pesqueros para introducir droga sucede desde hace décadas y aún hoy es una alternativa para una minoría ante el declive de la actividad
Rúa Mar: intrahistoria de una tragedia
Existe un tabú en los muelles pesqueros desde Isla Cristina a Algeciras. Este tabú habla de la relación entre la actividad de la pesca, diezmada en las tres últimas décadas por la política europea, el agotamiento de los caladeros y las restricciones de Marruecos, y el hachís, un comercio en continuo crecimiento. Un dato lo dice todo. La pesca genera en Andalucía unos 585 millones de euros al año; el tráfico de drogas, 8.000 millones, según los cálculos del Ministerio de Interior. Desde la misma Guardia Civil evitan criminalizar: “No se puede acusar ni mucho menos a todo un sector, que bastante fatigas pasan, pero que hay armadores y pescadores que ven más rentable pescar hachís que pescar boquerones tampoco se puede dudar porque ahí están los hechos”.
Y los hechos son que el pasado 29 de agosto fue Vigilancia Aduanera quien pescó un pequeño barco a tres millas del río Guadiana con sólo dos tripulantes. En su bodega no había un solo pez, pero sí 48 fardos que arrojaron un peso total de 1.824 kilos. Poco antes, el pasado 24 de junio en dos operaciones separadas por unas pocas horas y a escasa distancia la Guardia Civil y Vigilancia Aduanera encontraron 2.800 kilos de hachís en un pesquero con base en Isla Cristina y otros 2.000 en un arrastrero de Ayamonte. “Ambas embarcaciones, dedicadas teóricamente a la pesca, estaban siendo utilizadas como medio para el transporte marítimo de sustancias estupefacientes, una práctica cada vez más frecuente entre las organizaciones dedicadas al narcotráfico”, decía la nota policial. La afirmación “cada vez más frecuente” llama la atención porque la práctica existe desde que Marruecos se convirtió en productor de hachís y los europeos se aficionaron a consumirlo.
“Es un hecho que ‘pescar’ hachís es más rentable que pescar boquerones”
Pero el récord con gran diferencia que mezcla el noble arte de la pesca con el ancestral oficio del contrabando no fue en las costas del Golfo de Cádiz y lo tiene el buque pesquero Odyssey, con bandera de Mongolia y tripulación senegalesa, que fue interceptado en 2021 cerca de Fuerteventura con más de 22 toneladas de hachís. Su ruta puede parecer inverosímil, pero funciona así. La droga sale de Marruecos, se dirige hacia el sur, hasta el Golfo de Guinea, donde se desembarca, a continuación por tierra cruza el Sahel hasta llegar a Libia y de ahí vuelve a embarcar para llegar a su punto final en Italia. Evidentemente, ese hachís es bastante más caro que el que entra por Cádiz.
El 22 de enero de 2020 el palangranero barbateño Rúa Mar fue el único barco que salió del puerto de esa localidad. La mala mar no aconsejaba una jornada de pesca. El barco no había pasado la inspección, alguno de sus tripulantes no estaba dado de alta y carecía de seguro. Horas después la radiobaliza alertó del hundimiento a 28 millas del Cabo Espartel (Tánger). El armador del barco siniestrado era Pedro Maza, hijo del que entonces era presidente de la Federación Andaluza de Asociaciones Pesqueras. El patrón era Javier Maza, tío del primero y hermano del segundo. Murió en el naufragio junto a sus cinco marineros. Mientras, el armador, su sobrino, daba pistas falsas desde la costa a Salvamento Marítimo. Dicen que “se quedó en su chalé y no hizo nada” a pesar de que sabía de las dificultades que estaba pasando su tripulación.
El barco, con unos 22 años de vida y unos 14 metros de eslora, tenía permiso para la pesca del pez voraz y el besugo en aguas de Marruecos. Tras el naufragio sólo encontraron dos cuerpos... Y hachís, mucho hachís, dos toneladas que pudieron precipitar la tragedia. “El peso de la ilícita carga, unido al mal estado de la mar y del buque, hicieron que este se hundiera en aguas marroquíes, al oeste del cabo Espartel”, concluía la investigación, que estableció una conexión del hachís que naufragó con Jesús Heredia, alias El Pantoja, uno de los principales traficantes del Campo de Gibraltar. Más de cinco años después el caso se está juzgando en la Audiencia Provincial de Cádiz con sede en Algeciras. El Pantoja está fugado desde el pasado mes de marzo aprovechando un permiso penitenciario y nadie le esperaba para sentarse en el banquillo. Efectivamente, no se presentó.
Sí estaba Pedro Samuel Maza, el armador, al que también se le relaciona con el hallazgo de hachís en los dobles fondos de otros dos barcos pesqueros, el Felipe Maruja, en Algeciras, y el Arcángel San Rafael, en el muelle de El Puerto de Santa María. El primero fue localizado en el año 2019, meses antes del hundimiento del Rúa Mar. Las 2,4 toneladas de hachís del segundo se localizaron en 2023. Habían pasado tres años desde la tragedia y, según la acusación, Maza no había abandonado la actividad.
¿Desde cuándo sucede esto? La película de Pablo Carbonell Atún y Chocolate se desarrolla en el Barbate de 2004, cuando ya se había desguazado más de la mitad de la que había sido la mayor flota pesquera andaluza y la segunda del país detrás de la de Vigo. En ella el hijo del protagonista recrimina a su padre, un marinero en paro, cuando éste le reprocha que ande por las playas buscando fardos: “No te quedes conmigo, papá, que en los barcos de pesca siempre andabáis trayendo hachís”. Frases como esa fueron las que indignaron a muchos barbateños cuando se estrenó la película.
La mala fama
Porque en Barbate, cuya relación con Marruecos era tan estrecha que había quien lo consideraba un barrio de Tánger, se niega la mayor. El que hoy es un respetable empresario barbateño que en los años 90 se dedicó a pasar de vez en cuando hachís a mediana escala me lo niega tajantemente: “Eso de que los barcos de Barbate se dedicaran al narcotráfico es absolutamente incierto. Pudo haber uno o dos, no lo sé, pero ¿qué significaba eso cuando entonces la flota de Barbate era de más de ochenta barcos? En los buenos años no lo necesitaban. Ahora no podría decirte, pero lo dudo”. La Federación Antidroga parecía, en aquella época, contrarrestar esta versión cuando afirmaba que “basta pasarse cualquier noche por el puerto pesquero. Aquello es una feria”.
Un antiguo empleado de la lonja, por el contrario, afirma muy seguro que en los años 90 “sí lo hacían barcos de fuera que se cobijaban aquí porque éste es un lugar estratégico, pero yo no conozco a ningún palangre de Barbate que se dedicara a eso”. No parece recordar cuando en el verano de 1995 el Servicio de Vigilancia Aduanera vendió como un gran triunfo el alijo de 600 kilos de hachís ocultos en el pesquero José y Antonio. La droga había sido cargada desde una patera procedente de Marruecos a pocas millas de la costa de Barbate. Es verdad que 600 kilos era una minucia cuando entraban toneladas cada noche por otras vías. Más bien, lo que significaba este alijo era la conexión entre el deprimido sector pesquero y el nuevo ‘sector’ pujante. Pero es que también empezó a detectarse que los pesqueros diversificaban el negocio con el transporte de inmigrantes. Un informe de Interior hablaba de precios de cien mil pesetas al armador por cada inmigrante trasladado.
En lo que tiene razón el empleado de la lonja es que se señaló con demasiada frecuencia a Barbate como si todo estuviera centralizado allí y ahí se erraba el tiro. “No te digo que cualquier barquito pequeño o lo que sea se ve ahogao y le sale algo y dice pues mira, me arriesgo. Pero barcos de cerco o artesanales o de arrastre, al revés. A mí me ha llamado muy asustado un patrón desde el barco pidiéndome que avisara a la Guardia Civil y diles que mira lo que me he encontrado en las redes. O de decir rápidamente según aparecía un fardo en las redes, y no era tan extraño, tíralo, tíralo... aunque siempre había algún marinero joven que decía hombre, no hagamos el canelo, vamos a coger un poquito”, dice riéndose.
Pitón
El grueso de ese tránsito siempre se ha encontrado en Isla Cristina y en Sanlúcar. En 1991 se interceptó un barco sanluqueño, Segundo Paco Ginés, con diez toneladas de resina. Este caso fue el que puso sobre aviso al juez Baltasar Garzón, que acababa de asestar un duro golpe al narcotráfico gallego con la Operación Nécora, que narraba de forma minuciosa el periodista Nacho Carretero en su exitoso libro Fariña. Tras Nécora, Garzón miró al sur y acometió la Operación Pitón, con epicentro en Sanlúcar. Se saldó con 350 detenidos, entre ellos todo un cuartelillo de la Guardia Civil y el patriarca de un clan que ha seguido dando mucho que hablar. Juan Manuel Vargas, El Cagalera, que era dueño de un pequeño astillero de barcos pesqueros en la barriada de Bonanza, en la desembocadura del Guadalquivir. Aquella operación tuvo más éxito mediático que judicial, ya que casi todos los detenidos acabaron absueltos, pero sí abrió los ojos sobre lo que se escondía detrás de una parte del sector pesquero del Guadalquivir a una y otra orilla. Más de treinta años después, esa ruta está más viva que nunca.
Los años dorados del hachís ‘pesquero’ coincidieron con la instalación del SIVE
En cualquier caso, los expertos en narcotráfico consideran que la verdadera edad de oro del tráfico de hachís pesquero se produjo en los primeros años de la instalación del SIVE (Sistema de Vigilancia Integrado en el Estrecho), que data de 2002 pero que no empezó a funcionar a pleno rendimiento hasta 2005. Eso hizo daño y entonces se recurrió por los traficantes en mayor medida a los pesqueros. Un ejemplo fueron las ocho toneladas halladas en el barco El Cordobés, con base en Barbate, pero la mercancía fue hallada cuando se encontraba amarrado en Isla Cristina. La causa era que un conocido traficante onubense había comprado el barco a un armador de Barbate al que ya no le salían las cuentas.
Los tiempos se han sofisticado y no se duda de que una pequeña parte del tráfico de hachís llega en barcos de pesca, pero los traficantes ya le han perdido el miedo al SIVE con sus potentes narcolanchas de última generación y una autopista de entrada llamada Guadalquivir.
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