Cómo se formó y lo que fue La Línea
parte 1 El 'Heraldo de Madrid' publicó un artículo sobre La Línea de la Concepción en su edición del 28 de febrero de 1909 con los principales hitos históricos y características de la ciudad.
HAY muchos pueblos que, por haber tenido en un momento de su vida un punto negro, el concepto público les ha impuesto el sambenito del oprobio, que ya no pueden sacudirse aunque de diablos hagan santos. La Línea es uno de ellos. Para el resto de España, incluyendo a la propia provincia de Cádiz, La Línea suena á contrabando y matute. Para muchos es un conglomerado, no sólo de defraudadores de la Hacienda pública, sino de gentes que liquidaron sus cuentas con la justicia ó que las tienen por liquidar; de revolucionarios que se comen los niños crudos, y de anarquistas de puñal; de todo lo peor de los componentes sociales, en una palabra.
No es extraño. En pleno Parlamento, uno de los actuales gobernantes dijo de La Línea que era la hez de España. Así, sin eufemismos ni distingos, con motivo de una discusión sobre sucesos allí ocurridos; y la afirmación pasó como capitulo de Evangelio.
Y es que, siempre impresionables, el punto negro determina un juicio que, á lo más, puede aplicarse al momento en que un pueblo sufre las consecuencias de una transformación honda y radical, pero que diputamos como definitivo.
La Línea se encontraba en un período de transformación tan intenso, que necesariamente habían de surgir, no un movimiento, sino verdaderas convulsiones; que no se pasa de aldea insignificante a pueblo populoso, de 300 vecinos á 60.000, en poquísimos años y a la sombra de unos trabajos de duración de tiempo limitado, sin que se cuarteen los cimientos de la justicia y el derecho, la razón la moral pública.
Y esto es lo que pasó en La Línea, que tiene una historia tan breve como tempestuosa, pero cerrada ya con un capítulo, que es el que al presenté escribe, honroso y patriótico; un capítulo de trabajo, laboriosidad y virtudes cívicas.
El año 1870, La Línea era una aldea de trescientos y pico de vecinos, que pertenecía al término municipal de San Roque.
Solicitada la segregación y obtenida después de vencer grandes dificultades, se constituye el primer Ayuntamiento, nombrándose alcalde presidente a D. Lutgardo López Muñoz.
Uno de los primeros acuerdos de aquel Municipio fue bautizar al pueblo con el nombre de La Línea de la Concepción. Durante unos cuantos años, el aumento de vecindario es insignificante. En 1888 se inaugura una fábrica de corchos, la de los hermanos Larios, que por las múltiples operaciones que la industria corchera exige para su funcionamiento da trabajo a 1.000 operarios, entre hombres, mujeres y niños.
Simultáneamente casi, el astillero de Gibraltar toma gran incremento; se construyen muelles para contener inmensos almacenes de carbón, y a La Línea afluyen familias enteras, pasando a la plaza vecina en busca de trabajo, que sin dificultad se les da, porque los ingleses sabe, por larga experiencia, que el personal español es apto, fuerte y duro.
El régimen militar de la plaza, que prohíbe la construcción de viviendas y pone trabas para la permanencia nocturna de los extranjeros, hace que el personal obrero empleado en sus trabajos se instale en La Línea, donde aprisa y corriendo se edifican casas.
En el año 1896, el Gobierno inglés consigna en presupuesto la friolera de tres millones y medio de libras esterlinas para las siguiente obras: Ampliación del astillero y del muelle del Almirantazgo; construcción de tres diques secos, capaces de admitir los mayores buques de combate, y construcción de un puerto cerrado en gran extensión. Y como en Inglaterra lo que se vota hay que consumirlo, las obras de construcción empezaron inmediatamente.
Acuden entonces a La Línea miles de obreros, que en Gibraltar son admitidos sin ningún requisito. Como los anteriores su punto de residencia es La Línea, que va ensanchando, ensanchando, hasta ocupar una extensión de terreno enorme con la construcción de casas de piso bajo solamente en casi su totalidad, como edificadas para subsistir un corto número de años y llenar una necesidad apremiante.
Y aquel aluvión de gentes las trae de todas castas y pelajes, honradas y criminales, trabajadoras y de las que iban á pescar en río revuelto, sanas y podridas, sin que fuera posible la selección y depuración, que tenían que dejarse al tiempo.
En lo político, trae de todas las extremas izquierdas, revolucionarios y socialistas, ácratas y anarquistas más numerosos y furibundos exaltados, para quienes la justicia, el derecho, la autoridad, la familia, todo, en fin, lo más grande y consubstancial con la nación no representaba nada, no debía ser nada y a la nada tenia que volver.
Los que esto sentían en territorio español y lo predicaban, en territorio inglés iban más derechos que una vela. Estos exaltados encontraron terreno fertilísimo para sus ideas de disolución y desorden, no sólo en el detritus social acumulado en La Línea, sino en la misma y advenediza masa obrera
¿Por qué? Porque tocaba ésta tan de cerca las enormes diferencias entre las condiciones y remuneración del trabajo en su propio país y en el extraño, que el espíritu más dormido despertó pronto sintiendo las más grandes rebeldías.
Luego fué comprendiendo las leyes fundamentales del país en que trabajaba; se las asimiló después, comparó más tarde, vio cómo aquéllas obligaban a todos por igual y cómo la justicia era rectilínea é inexorable, y de todo esto resultó un acrecentamiento de la rebeldía, que los exaltados utilizaron cuantas veces quisieron.
Cuando la intelectualidad obrera quiso dirigir las masas por el camino de las reivindicaciones sociales justas y legítimas era ya larde. El virus morboso estaba infiltrado, y toda predicación tenía que ser necesariamente incendiaria.
El Centro obrero que formaron llegó a tener cerca de 6.000 socios. Allí, por las noches, se daban conferencias rojas y furibundas, y cuando aquellos hombres abandonaban el local salían despojados de todo sentimiento afectivo y moral, vomitando venganzas y rebeldías contra toda razón y autoridad, y ¡ay del que osara estorbarlos en su camino!
Frecuentemente, sin razón muchas veces, se declaraba el boycotatge a un comercio o una industria. En este caso, el infeliz a quien tocaban las iras de aquel Centro podía irse con la música a otra parte. La vigilancia más severa, la persecución más sañuda se ejercía contra él, y si alguien quebrantaba el boycotatge, ya sabía que no podía repetir la suerte.
Fueron aquellos hombres los amos de La Línea, que tenía sus autoridades, su Guardia civil, es cierto, pero a las cuales, acertadamente, patrióticamente, se impuso una prudencia extremada. Otra cosa hubiera sido escribir á diario páginas sangrientas.
La Guardia civil, sobre todo, siempre benemérita, fue heroica durante aquellos años. ¡Cuántas veces hubo de ver resignada cómo todo aquel estado social parecía concentrar en ella sus odios y rebeldías! Y, sin embargo, la prudencia fué su norma, que a no haberla tenido las consecuencias hubieran sido trágicas.
Todos los días, al caer la tarde, los 10.000 obreros ocupados en Gibraltar regresaban concluido el trabajo, a La Línea. En la carretera inglesa eran corderos. En la española se convertían en gatos monteses. Mezclados entre ellos venían también centenares de mujeres y chiquillos.
El contrabando tenía que ser reprimido y evitado, y para ello la Guardia civil cuidaba de que por las puertas de La Línea pasaran en grupos de 200, a fin de que el registro por los carabineros pudiera verificarse con la detención necesaria. El espectáculo era imponente, según los testigos presenciales. La masa obrera se diseminaba por el campo neutral gritando, cantando o vociferando sin que pudieran contenerla en su impaciencia por entrar en la población las exhortaciones de la benemérita, no, muy numerosa ciertamente.
De pronto, grupos que echaban por delante a las mujeres y chiquillos, se abalanzaban sobre las puertas, asaltándolas y arrollándolo todo, mientras otros demostraban que no les infundía temor la fuerza pública ni la Guardia civil, que pretendía imponerse por todos los medios menos por el único que, precisamente por su eficacia, la prudencia impedía emplear y no se empleaba.
Así, el contrabando no podía evitarse, no se evitó, porque era imposible. Y lo realizaron obreros y los que no lo eran, en grande ó en pequeña escala, pues al río revuelto de La Línea acudieron a pescar comerciantes de ancha conciencia, otros que, llamándoselo, iban «a hacer su avío» en poco tiempo, industriales «ful» y aventureros y malandrines de todas las provincias de España.
Pero en La Línea, ¿quién lo duda?, había gentes honradas comerciantes ó industriales que de buena fe acudieron á ganar el dinero honradamente, trabajando, aunque siempre bajo el temor de un boycottage, y familias numerosas, cuyos individuos aplicaban sus respectivas aptitudes a honrosas ocupaciones, sin más propósito que la remuneración justa y asegurar una vida que en otras partes no pudieron encontrar ó la encontraban difícilmente.
Entre los mismos obreros, los había sanos, de conciencia recta, ¿quién lo duda tampoco?; pero estaban en inmensa mayoría los otros, los que se imponían y se impusieron, ocasionando, al fin, una triste jornada, en la que fue victima -una de las víctimas- Ernesto Álvarez, obrero intelectual, acérrimo defensor de las reivindicaciones obreras, pero nunca propagandista de las ideas dominantes en aquel conglomerado especial, único que tal vez haya existido en España.
Síntesis de aquella situación: los trabajos de Gibraltar hacen de La Línea un pueblo de 60000 almas; crean un comercio y una industria en que se encuentra de todo, como en la viña del Señor; reúnen una masa obrera formidable, en que hay gentes sensatas y cerebros que quizás hicieran enloquecer injusticias sociales pasadas; atraen a La Línea a todos los aventureros y a todo el desecho de provincias dispuestos siempre a jugarse la vida de las gentes honradas y La Línea en el concepto público, pasa a ser un pueblo de contrabando y puñal, que abochornaba a España.
Terminadas las obras de Gibraltar, La Línea rebajaba de un golpe su vecindario en 20000 habitantes y la situación mejora extraordinariamente. Muere el Centro Obrero, y, libres de las amenazas del boycottage, el comercio y la industria ensanchan, aunque parezca paradójico, su esfera de acción. Perecen, es decir, tienen que salir huyendo, los que a la sombra de aquella situación anormal vivían y hacían negocio.
No corre el oro como antes; pero se vive sin sobresalto. La depuración, sin embargo, no era completa. Quedaban aun elementos perjudiciales; mas purificado el ambiente, como ellos para vivir lo necesitaban enrarecido, no podían permanecer mucho tiempo en La Línea. En efecto, no permanecieron, y la población vuelve a otra rebaja de 8.000 habitantes. Se inicia un período de expansión en todas las manifestaciones de la vida, y La Línea, pueblo libre ya, aparece digna, laboriosa y profundamente patriota.
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