Crítica 'Hungry Hearts'

'Meat is murder'

Hungry Hearts. Drama, Italia, 2014, 109 min. Dirección: Saverio Costanzo. Intérpretes: Adam Driver, Alba Rohrwacher.

Ayer era el día bueno para hacer novillos de la Sección Oficial. La mañana arrancó con el segundo largo del otrora prometedor Saverio Costanzo (Private, La soledad de los números primos), que nos trajo desde Venecia, donde hubo Copa Volpi para sus protagonistas, Alba Rohrwacher y el actor norteamericano de moda Adam Driver, una película que no sabe nunca qué quiere ser y con la que tampoco sabe muy bien qué hacer, más allá de darse el capricho de rodar en vivo las calles del downtown neoyorquino o el paseo marítimo de Coney Island.

Hace dos días, en la danesa Sorrow and joy, tan discreta en su aspecto que pareciera un telefilme, el veterano Malmros sólo necesitaba cinco minutos para hacer saltar por los aires un tabú difícilmente asimilable por la ficción cinematográfica: la muerte de un niño a manos de su madre. En Hungry hearts, Costanzo traza la tensión de su arco dramático más de hora y media larga para jugar, siempre con red de seguridad, con el suspense generado por una situación parecida en la que la vida de un niño recién nacido corre peligro por el desencuentro entre sus padres sobre la manera de criarlo.

Pero la cosa arranca en clave de comedia romántica, en el interior del cuarto de baño de un restaurante chino. El rigor de la puesta en escena ya debería alertarnos del caprichoso despropósito que nos espera: estampas indies, de ligero aroma y texturas cassavetianas, del amor incipiente de una pareja, darán paso a la consumación, el matrimonio, la premonición (sic) y el alumbramiento. A partir de ese momento, la cinta se desmadra literalmente, desde una mirada deformante a los espacios interiores y una insidiosa música de cine, preludios de una entrada en el abismo de la locura (femenina) que Costanzo modula con altas dosis de histerismo, como si creyera estar rodando una versión mumblecore de La semilla del diablo pero en serio, sin ironía ni distancia.

El problema es que el resultado en sí deviene paródico, risible, más aún cuando, en su desenlace final, también asoma la zarpa del mal guionista y el moralista de página de sucesos.

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