Literatura

'El infierno' de Carmen Mola: el demonio en la plantación de azúcar

Jorge Díaz, Antonio Mercero y Agustín Martínez, los tres integrantes de Carmen Mola, posan ante la Catedral de La Habana.

Jorge Díaz, Antonio Mercero y Agustín Martínez, los tres integrantes de Carmen Mola, posan ante la Catedral de La Habana. / Javier Ocaña

Leonor Morell es admirada cada noche por el público del Teatro Variedades, donde se representa la obra El joven Telémaco y donde ella forma parte del grupo de coristas –suripantas, las llaman– que interpretan con desparpajo los "números musicales ligeros" y los diálogos "llenos de equívocos y de dobles sentidos" que han escandalizado a la crítica. Pero esa joven que cree tener ante sí un prometedor horizonte, que esquiva el compromiso y se inventa ante sus pretendientes los orígenes más delirantes para mantener el misterio en torno a su figura, se dará de bruces con la realidad una mañana que vuelva a su casa, cuando en medio de un levantamiento contra la reina Isabel II su vida corra peligro. En esa batalla campal conocerá a Mauro, un revolucionario gallego con aire "de soñador, que es lo mismo que decir perdedor" y que será, después de un incidente que protagonizan ambos, una presencia determinante en su destino.

Así arranca El infierno (Planeta), la novela en la que el trío que se esconde bajo el seudónimo de Carmen Mola –Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero– viaja de ese revuelto Madrid que quiere expulsar a los Borbones a una espléndida Cuba que se resiste a abolir la esclavitud. Una obra en la que los ganadores del Premio Planeta por La Bestia regresan a las hechuras del thriller histórico y combinan la crónica de la pasión imposible y febril de esos dos amantes con una nueva indagación en la violencia y el mal que anidan en el corazón del hombre. La inventiva de los Mola para desplegar en sus páginas aparatosos crímenes y macabras escenografías sigue intacta.

En una visita a La Habana en la que recorrieron algunos de los escenarios de la novela junto a un grupo de periodistas españoles, los narradores atribuyeron a su experiencia como guionistas el haber creado una pareja siempre al borde de la colisión y reacia a mostrar sus afectos como la de Leonor y Mauro, el "egoísmo romántico" y el "altruismo idealista". "Cuando escribes una serie es típico situar a los personajes en dos lugares muy alejados e ir acercando y cruzando sus arcos dramáticos", expone Agustín Martínez (Lorca, 1975). "Al mismo tiempo que Leonor va convirtiéndose en una persona idealista, comprometida con el mundo que le rodea, Mauro va abriéndose a esa parte que había dejado a un lado, su vida sentimental, el amor, renunciando a cierto egoísmo que le era necesario para sobrevivir. Uno y otro se van encontrando".

Jorge Díaz (Alicante, 1962) expresa cierta predilección por Leonor, esa actriz que huyendo de sus fantasmas se embarcará en un matrimonio por interés y acabará fingiendo un papel también en su realidad. "Es un personaje apasionante, porque cuando la conocemos es una chica frívola, que quiere vivir bien y sacarle una botella más de champán a quien la pretende, pero se ve obligada a cambiar de vida y con el tiempo va aprendiendo, que es lo que buscamos en los personajes. Que cambien, que den juego. Mauro también evoluciona: pasa de vivir sólo para la revolución a darse cuenta de que el amor existe".

Carmen Mola, en otra calle de La Habana. Carmen Mola, en otra calle de La Habana.

Carmen Mola, en otra calle de La Habana. / Javier Ocaña

El tercer vértice del triángulo de Carmen Mola, Antonio Mercero (Madrid, 1969), cuenta que fue la irrupción del género bufo y la renovación que vivió la escena en aquellos años uno de los hechos históricos que les animó a escribir El infierno. "Nos permitía hablar de un Madrid más luminoso, más festivo, más hedonista, con esos teatros, los cafés cantante y hasta un parque de atracciones que se llamaba Los Campos Elíseos", asegura el autor, que defiende que "no en vano la novela empieza con las suripantas y acaba con una madre que le narra un cuento a un niño. Queríamos que en cierto modo el libro fuera una celebración de las historias, de la evasión, frente a las miserias de la vida. Es algo en lo que creemos los tres: que la ficción nos da consuelo y nos ayuda".

Entre bambalinas, antes de que los personajes viajen a Cuba, donde "había muy buenos teatros, las actrices que triunfaban acudían allí de gira como ahora van a Hollywood", aparece el cantaor Silverio Franconetti, ante la que se muestra subyugada Leonor, que opina que "si algo puede ser considerado arte" es la voz del sevillano, y al que muestra sus respetos también Jorge Díaz en esta entrevista. "Es maravilloso que se dijera de él que había colocado el cante flamenco a la altura de la ópera, y que el rey de la seguiriya, como le llamaban, fuera hijo de un italiano y una sevillana. Silverio aparecía por segunda vez en otra versión de la novela, en un pasaje que se hacía largo y que tuvimos que suprimir".

Es Díaz quien revela por qué pasaron de proponer intrigas ambientadas en el siglo XXI a abrirse paso en la narración histórica. "Comenzamos a escribir La Bestia en el momento más duro de la pandemia, cuando nos rodeaba la incertidumbre. Lo que pasó es que no nos atrevíamos a plantear una novela sobre la actualidad, porque no sabíamos cómo iba a ser el presente, cuando el lector tuviese el libro entre las manos. Así que nos dijimos: Vámonos al pasado. Y ocurrió que en aquella experiencia nos divertimos mucho. Cuando hicimos Las madres, que era una historia que teníamos planteada de antes, y nos pusimos con el siguiente proyecto, quisimos volver al thriller histórico".

“Empezamos con la novela histórica por la pandemia. No sabíamos cómo sería el presente”

Había otro aliciente, además, que percibían como una motivación y que empujaba al trío a continuar por esa senda. "Habíamos utilizado un acontecimiento muy preciso del siglo XIX, y por explorar nos quedaban muchos otros, porque fue un tiempo muy rico en momentos dramáticos. Pero de cualquier forma nosotros no nos limitamos al thriller histórico. La Bestia tenía también un espíritu de novela de aventuras, de novela de terror. Y en El infierno probamos con el folletín, también con la novela de fantasía, hay una curiosidad por lo sobrenatural. Ambas narraciones están ambientadas en el mismo siglo, pero el lector advertirá que son muy distintas entre sí".

Aunque las circunstancias de Mauro, que cruza el océano empujado por su condición de prófugo, son particulares, su peripecia refleja también la suerte que corrieron muchos otros paisanos que dejaron una Galicia marcada por la miseria y el caciquismo. "La inmigración siempre ha sido eso, llegar a otro sitio con la intención de vivir mejor. Los que se iban, no sólo a Cuba, sino a México, Argentina y tantos otros países, no querían preocupar a sus familias y les escribían diciendo que les iba fenomenal aunque no fuese cierto. De ahí que en España se tuviera la impresión de que al que probaba fortuna le iría bien, que América era una tierra de oportunidades donde prácticamente al desembarcar en el puerto te daban todo lo que necesitabas. Pero la realidad no era así, claro", sostienen los autores.

Portada de 'El infierno'. Portada de 'El infierno'.

Portada de 'El infierno'. / D. S.

En la novela, Carmen Mola recrea cómo se usó como esclavos a aldeanos de Asturias y Galicia, "una trama que afortunadamente salió a la luz muy pronto, con un gran escándalo, y se liberó a aquellos hombres. Nos hemos tomado la licencia de retrasar ese episodio unos años para que coincidiera con la acción de este libro, con la historia de Mauro", que comparte penurias con los africanos y los chinos que sufren jornadas extenuantes en los ingenios, las fincas de las cañas de azúcar donde a veces se alcanzaban las dieciséis horas de trabajo seguidas. "Los africanos sí se integraron, pero los chinos nunca lo hicieron, y entre ellos de hecho hubo un índice de suicidios brutal", detalla Martínez.

En la ruta por los escenarios de La Habana que asoman por las páginas de El infierno, que incluye calles como Obispo o Belascoaín y edificios como el Palacio de los Capitanes Generales, hoy Museo de la Ciudad, queda de manifiesto que Cuba no ha gastado energías en borrar las huellas del pasado colonial. "No han derribado las cuatro estatuas que tienen de Colón ni tirado los palacetes de la época colonial. Los cubanos no te muestran recelo porque seas español", observa Mercero. "Hay una estatua de Isabel II y otra de Fernando VII, y ni siquiera en Madrid hay estatuas de Fernando VII", añade por su parte Díaz. "Quizás los caracteres de los españoles y los cubanos sean parecidos".

Los novelistas confiesan su perplejidad por estar presentando un libro en La Habana, la confirmación de que aquella aventura de unir sus talentos que probaron sin ninguna certeza llegó al mejor puerto. "Cuando empezamos a hacer esto nos conformábamos con publicar", afirma Mercero, al que corrige Díaz: "Nos conformábamos con acabar el texto, que éramos tres". Mercero asiente: "Acabar la primera novela fue un éxito, publicarla otro... Que los lectores acogieran esos libros, el Premio Planeta y ahora estar en Cuba... todo era impredecible incluso para la mente más optimista".

Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero, en el Mirador de Cristo de La Habana. Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero, en el Mirador de Cristo de La Habana.

Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero, en el Mirador de Cristo de La Habana. / Javier Ocaña

En El infierno, sus creadores se preguntan por el poder que proporciona la violencia. "¿Quieres ser tan poderoso como la reina? Nunca vas a tener palacios ni joyas o ejércitos, pero sí puedes ser como ella. Incluso más. Quítale la vida a alguien", se lee en el primer párrafo. "Quizás en esta novela", cavila Mercero, "hay una reflexión mayor sobre el mal, por un manuscrito del que se van ofreciendo fragmentos a lo largo del libro, de un personaje que ha sido testigo de la barbarie. En otras obras no hay nadie comentando eso, pero aquí sí". Y, en opinión de Martínez, "Mauro se cuestiona también a menudo si la violencia es necesaria para acabar con la esclavitud en Cuba y con la monarquía en España. Él duda si se está convirtiendo en un monstruo o realmente hace falta el derramamiento de sangre para que el mundo sea más justo".

¿Cómo idean los autores los singulares modus operandi con que se representa el crimen en sus libros? En El infierno las víctimas aparecen con el cráneo abierto y el cerebro manipulado en una extraña liturgia. "Nos reunimos y nos preguntamos cómo podemos matar, simplemente", aclara Martínez. "Y dimos con un referente histórico, una hacendada de Nueva Orleans que mataba así a sus esclavos, una especie de condesa Báthory que representa la crueldad en estado puro. Y por otro lado teníamos los manuales para hacer trepanaciones, que fueron una práctica habitual en la medicina, también en las tribus africanas".

“La novela tiene que ofrecerle al lector sensaciones que no va a sentir en otro lugar”

Mercero admite que "sin esta violencia extrema faltaría un elemento característico de Carmen Mola, las cosas como son, pero yo creo que ofrecemos más que eso: una narrativa de giros, de sorpresas, de quitarle al lector la red de seguridad que tiene. La peripecia clásica del héroe que se mete en apuros y sale airoso no existe en nuestras novelas. Creemos que eso está ya muy sobado y los lectores necesitan emociones nuevas. Con nosotros, sienten que al héroe le puede pasar algo terrible a mitad de camino".

Tras tanto paseo por las sombras de la condición humana, ¿siguen creyendo los componentes de Carmen Mola en la bondad? Agustín Martínez responde aportando ciertos matices: "Una de las teorías históricas que hay alrededor de Prim es que él tenía una gran deuda originada por la crisis ferroviaria, porque había invertido mucho dinero en los ferrocarriles, y estaba muy decepcionado con la respuesta de la Reina a esa situación. La vida está llena de claroscuros, porque incluso personajes que son admirados como unos libertadores de la patria igual estaban buscándose las habichuelas".

"El hombre no ha cambiado", sentencia Mercero. "Sigue habiendo ejemplos de maldad y de psicopatía, hay desalmados que continúan llevándose a gente a otro destino con promesas de una vida mejor y sólo quieren explotar a esas personas... La paradoja bonita y terrible de la novela histórica es que siempre está dialogando con el presente".

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