¿Dónde están? El misterio de los diez desaparecidos en el Campo de Gibraltar
A pesar del alto índice de resolución de casos en España, una decena personas siguen desaparecidas en la comarca. La mayoría llevan años ausentes. Sus familias no piden milagros: solo respuestas
La familia de Paco Cano pierde la esperanza de encontrarlo con vida tras dos años desaparecido
En el Campo de Gibraltar hay una gente que vive con la mesa coja. No por un problema de carpintería, sino porque en alguna silla falta alguien. Y esa falta no se puede corregir con una servilleta doblada ni con una pata improvisada. Son personas que ya no están, que un día salieron —a caminar, al médico, al trabajo— y no volvieron. No se evaporaron, no volaron como hojas de papel, no dejaron siquiera una carta. Simplemente se rompieron del mundo.
En esta comarca del sur donde el viento es una metáfora de lo que viene y se va sin dejar rastro, hay al menos diez desaparecidos cuyo paradero sigue siendo un enigma. Diez rostros que no aparecen ni vivos ni muertos, y que arrastran tras de sí una nube espesa de preguntas sin verbo. España registró en 2024 más de 16.000 denuncias por desaparición. El 95,5% se resolvió. Más del 72% lo hizo en menos de una semana. Pero aquí, en Algeciras, La Línea, San Roque o Los Barrios, las estadísticas no saben sumar. Aquí los números no cierran.
Un paseo que nunca terminó
Paco Cano tenía una rutina de las que caben en un calendario. Profesor jubilado en Los Barrios, atleta veterano, hombre de caminar ligero. El 13 de agosto de 2022, salió como cada mañana de verano con pantalón corto, camiseta blanca y una mochila. "Como si fuera a dar un paseo", contó para Europa Sur su hija Irina. Pero nunca volvió. La familia denunció su desaparición al día siguiente. En cuanto se supo, medio pueblo se lanzó al monte: amigos, antiguos alumnos, vecinos. Se peinó el campo como quien intenta desenredar un sueño. "La respuesta de Los Barrios fue brutal", recordaba Irina. "Pero no sirvió para encontrarlo. Y eso es lo más devastador".
Ahora, la esperanza se ha disecado. “A día de hoy, somos conscientes de que mi padre ha fallecido”, confiesa con entereza. El caso, aseguran, está archivado sin que se les haya notificado formalmente. “Lo último que supe de la Guardia Civil fue en diciembre de 2022”, denuncia. Nadie les ha llamado desde entonces. Nadie ha preguntado cómo están. No saben si murió, si se cayó, si se perdió o si alguien le hizo daño. No saben nada. Y el no saber les ha dejado atrapados en una burocracia tan absurda como cruel. No pueden gestionar sus bienes, ni cerrar sus cuentas, ni siquiera cambiar de titular el coche. No pueden cerrar nada porque Paco sigue oficialmente vivo, aunque todos sepan que no está.
Rostros detenidos en el tiempo
No es el único. El Campo de Gibraltar guarda un museo de ausencias.
José Manuel Gutiérrez Caso desapareció en La Línea de la Concepción en diciembre de 2023. Tenía 76 años, bastón, gorra de paño y una camisa clara que parecía cosida a la brisa de ese último día. Desde entonces, nadie ha vuelto a verle.
En enero de 2023, el tarifeño Eulogio José Pérez Castillo salió del Hospital Punta de Europa, en Algeciras, y se esfumó. Tenía 48 años, necesitaba medicación, y su estatura modesta (1,55 metros) hace pensar que podría pasar desapercibido con facilidad. Pero ¿durante tanto tiempo? "La ciudad lo tragó", dicen en la Fundación QSDglobal, que coordina casos como el suyo. Lo han buscado en Algeciras y más allá, con la certeza de que algo no cuadra. Que un hombre no puede salir de un hospital y desaparecer como si se disolviera en el oxígeno.
Otros casos son aún más antiguos. Como el de Lisa Brown, una escocesa de 31 años que desapareció en 2015 en Guadiaro, en el término municipal de San Roque. Iba a comenzar un nuevo trabajo al día siguiente. No recogió a su hijo. No dejó aviso. La buscaron desde Escocia, desde Gibraltar, desde el Parlamento británico. David Cameron, primer ministro entonces, prometió ayuda. Pero Lisa no apareció. Su familia creó una página en Facebook con miles de seguidores. Reunieron dinero para una recompensa. Nada. Ni un hilo. Ni una sombra. Como si la hubiera borrado el mismo dios que a veces se equivoca con el lápiz.
Cuando se apagan las sirenas
Hay casos que parecen escritos con el mismo bolígrafo del espanto. En San Roque, en enero de 2020, desaparecieron dos adolescentes en un solo día: Abderahman Rhoni, de 16 años, y Redouan Mechbal, de 17. Salieron y no volvieron. Ninguno. En Algeciras, en 2021, se perdieron también Cherkaoui El Makkas y Sifeddine Khadir, de 31 y 18 años. Nadie ha sabido nada desde entonces.
La Policía guarda sus fichas, SOS Desaparecidos actualiza las alertas. Pero con el paso de los años se impone una segunda desaparición, más sutil: la del interés institucional. Las familias denuncian que los casos se archivan sin haberlos investigado a fondo. Que se acaba el ruido mediático, se apagan las sirenas, y entonces llega el silencio. Un silencio tan ancho que cabe un muerto y un vivo dentro.
Irina Cano lo expuso con crudeza a este periódico: “La angustia se transformó en impotencia. Y la impotencia en rabia”. Añade que lo más duro no es no encontrar a su padre. Lo más duro es que nadie lo esté buscando ya. “Mi padre es un expediente sin cerrar”, concluye. Pero no lo dice como quien se refiere a un caso judicial, sino como quien señala una herida en la historia familiar. Un agujero negro que se ha tragado rutinas, gestos, cumpleaños, Navidad. Todo.
En Los Barrios, el caso más antiguo es el de Francisco Román Fontalba. Tenía 16 años cuando desapareció en marzo de 1977. Hoy tendría 64. Nadie sabe si fue un arrebato juvenil, una tragedia callada o una historia que alguien escondió bajo tierra. En medio siglo, ni una sola pista.
Y mientras tanto, la vida se obstina en seguir. Las familias hacen trámites imposibles, como el de la “declaración de ausencia”. Un nombre administrativo que suena a condena. A “ya veremos”. A “siga esperando”. Porque el sistema no sabe qué hacer con los que no están pero tampoco se pueden considerar muertos. Ni vivos ni muertos. Suspendidos. Como insectos en ámbar.
El olvido es la segunda muerte
Cada caso es una pregunta abierta. Cada familia, una casa sin luz en una habitación. La memoria colectiva intenta conservar sus nombres, pero el tiempo, traidor, va difuminándolos. Por eso las asociaciones como SOS Desaparecidos y QSD insisten: hace falta más. Más medios. Más coordinación. Más humanidad.
Porque el olvido es la segunda muerte. Y ellos —los desaparecidos del Campo de Gibraltar— no han tenido ni siquiera la primera.
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