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Hay historias que pesan. Y después están las cadenas de oro de casi medio kilo que algunos narcos lucían en el cuello como si fuera un ejercicio más de crossfit. Esas mismas joyas —y otras igual de discretas, entiéndase la ironía— son las que el Ministerio de Sanidad ha sacado a subasta pública, por orden de la Delegación del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas. Joyas que, en otro tiempo, colgaron de reconocidos criminales pronto podrán colgar del vecino de enfrente. La democracia es esto: igualdad de oportunidades, también para los colgantes de escorpiones.
En total son 148 lotes decomisados al narcotráfico, clasificados con mimo casi arqueológico: 23 pertenecen a la alta joyería, 33 son relojes de lujo y 92 conjuntos reúnen cadenas, anillos y bisutería de lo más variado. Hay piezas tasadas individualmente y otras agrupadas, pero todas con un pasado turbio que ahora aspira a financiar un futuro más limpio. Porque el dinero de estas ventas se destinará a programas de prevención, asistencia e inserción social de personas con adicciones. Los narcos pierden; la sociedad gana, literalmente.
El catálogo, disponible para cualquiera en la subasta electrónica abierta hasta el 4 de diciembre, es una especie de safari estético por la psicología del crimen organizado. El oro —metal históricamente ligado al Sol, al poder y al estatus— siempre ha ejercido una atracción magnética sobre los capos, que lo han utilizado como tarjeta de visita social. De ahí que las cadenas gruesas, los colgantes de animales “dominantes” o los relojes formen su ecosistema natural.
Entre las piezas estrella, por así decirlo, figuran: una cadena de oro de casi medio kilo, que hubiera hecho sudar a cualquier fisioterapeuta; un cordón salomónico de oro con Cristo cargando la cruz, perfecto para quienes nunca han renunciado a la doble moral; un anillo sello en forma de escorpión, ideal para ahuyentar mosquitos y relaciones sanas; una cadena calabrote con cabeza de caballo, por si a algún narco le quedaban dudas sobre su propio carácter indomable; y, por supuesto, relojes de casas que suenan a sinónimo de “aquí estoy yo”: fabricados de acero, oro rosa y brillantes.
Para participar solo se requiere depositar la garantía previa, pujar y esperar. Los precios de salida oscilan desde los 50 euros, así que cualquier vecino del Campo de Gibraltar puede competir con quien antaño llevó estas joyas en fiestas donde las luces rojas no eran precisamente navideñas.
Las piezas fueron tasadas por expertos para garantizar que el precio de subasta se ajusta a su valor real, no al valor emocional que sus antiguos dueños veían reflejado en el espejo. Todos los lotes proceden del Fondo de Bienes Decomisados, formado por objetos intervenidos en sentencias firmes por tráfico ilícito de drogas. En 2025, ese fondo distribuyó más de 28 millones de euros para políticas de prevención y rehabilitación.
La paradoja es evidente: lo que un día sirvió para exhibir poder entre delincuentes, mañana podría financiar la salida de alguien de la espiral de la adicción. Un trueque moral, casi poético: del oropel al bien común.
Mientras tanto, la subasta sigue abierta y las joyas esperan, brillando con una mezcla de pasado incómodo y futuro incierto. Lo único seguro es que cambiarán de manos. Y quizá también de aura. Aunque, por si acaso, conviene recordar que un Rolex sigue siendo un Rolex… y que un anillo con forma de escorpión, por muy tasado que esté, siempre será un anillo con forma de escorpión.
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