... Fun, fun, fun
Cuentos del Natal
“Tienes peor cara que un pavo en Navidad”, exclamó el humorista televisivo; la familia prorrumpió en bocanadas de risas repletas de prosperidad: estertores y jadeos de pensionista, alegría incontenible de progenitora, coletazos vívidos de mandibuleo juvenil... Pero ella sólo esbozó una sonrisa delicada y dulce, de matrona satisfecha.
-Voy a fregar.
-Niña, espera un momento que ya me levanto... -–dijo la madre.
-No, no, que hoy friego yo.
Y por el camino se refocilaba en el candor doméstico, se delectaba con la plenitud manifiesta de la reunión. Deseó con toda su alma una Navidad total, repleta de fruta y flores de la dicha universal, una Epifanía instantánea cuya gloria fuera volver, volver, volver por una eternidad de eternidades... Aún rebotaban por las paredes del pasillo las carcajadas.
Qué buen muchacho. La belleza, desde luego, no lo es todo; su presencia, lo que se dice impresión sí causaba: con su cabeza de moderno Prometeo, sus ojos de búho cansado, su boquita de acelerado colibrí, los dientecitos presumidos y su cerrada barba como piel de marrajo. Hacía un gesto, la mirada siempre de perro resabiado, que hasta le daba autoridad; ni siquiera hablar necesitaba, cuando algo le parecía inoportuno dibujaba el disgusto en su rostro, como quien escribe en una pizarrilla, y todo el mundo sabía que aquello no podía terminar bien.
Tomasita lo tenía bien atrapado. Y decían que iba a quedarse mocita, ¡ja!, ¡no había salido bien escapada! Mientras fregaba los restos de la abundancia, pensaba en su casa. Ahora que tenían un sueldo todo habría de cambiar. Con un contrato hasta final de obra, que eso es casi fijo, quizá pudieran pedir un préstamo. Además, con las horas extras añadidas que fueran surgiendo, porque quien algo quiere algo le cuesta, rondarían una cantidad cercana casi a la mitad de la pensión de su padre... En un par de años tendrían para la entradita ¡de un piso!
Proclaman que la vida no es bonita. Sólo es cuestión de cálculo. Y que el Señor esté con nosotros.
-Niña, ¿has terminado?
-No, pero ya queda poco, mamá.
-Oye, ¿tú ves normal a Luisín?
-¿Cómo?
-Ay, hija, que yo lo veo muy infantil; tiene cosas de niño: hay que ver la cara que ha puesto cuando se te olvidó servirle la salsa...
-Mamá...
-... Y, antes de comer, era para verlo con la película: ¡si parecía que el artista era él! A mí no me gusta cómo te trata; hija, despabila. ¿Te ha puesto alguna vez la mano encima?
-¡Por Dios! –-entonó, con la mirada huida.
-Sería lo último, niña. Eso nunca.
-Yo no lo veo malo. Tiene sus cosas, sí, pues como todos los hombres, ¿no?
-Mira que es para una vida entera.
-Dentro de nada tenemos para la entradita de un piso. Él gasta para sus dos o tres cositas, y le queda casi la mitad de lo que gana para ajuntar.
-Chiquilla, ¿por qué no aprovecháis y viajáis un poco por ahí? Que os dé el aire... Esperad a tener un sueldo de verdad; y tú, ¿no piensas trabajar?
-Yo creo que un préstamo nos dan, podíamos avalarlo hipotecando este piso...
-Con un contrato de ésos no os dan nada.
-... Hipotecamos este piso y...
-Tú, ¿no piensas trabajar?
-De aquí a nada estamos con dos nietos, mamá, sin prisas, que la cosa está muy mala, pero el mundo no se puede acabar.
-Deberías moverte, que a Luis no lo veo yo muy vivo; el abuelo sería capataz de una finca, y lo que tú quieras, pero para pagar un piso os vais a llevar veinte años de noviazgo... Que no es muy normal: ¡si hasta la cara la tiene rara!
-Mi amiga Juana, la de Isabel, ha comprado en la “Urbanización Siempreluz”; sí, mujer, a la salida de la autopista, unos pisos verdes muy monos que tienen una fuente delante... Allí se van muchas parejas jóvenes.
-Pero ¿tú qué prisas tienes en casarte? Hoy la juventud disfruta de todo, ¡si fuera como antes!; con precaución, muchacha, que nadie quiere una desgracia y la vida está muy adelantada, ¡a ver si vas a ser tú la única tonta a la que le ha dado por no joder!
-Es cuestión de encarrilarse, se va metiendo una poco a poco y las cosas salen...
-Pues antes estaba diciendo que cualquier día mandaba a tomar por culo a su jefe, y todo porque le ha comentado no sé qué del Real Madrid...
-Ja, ja, ja, el muy penco, ¡cómo es!
-Ése, el día que te descuides te pega un par de hostias y no trabaja más en su vida. ¿Has mirado a ver si tiene el mandao?
-...
-A ver si no tiene, y por eso no te toca. Porque ahí sentado en la estufa con tu padre, noche tras noche, de metemano no creo que te haga mucho...
-Qué cosas tienes mamá.
-Hija, ¡si es un muerto con los ojos malos! Feo es, ¿eh?, feo es: las cosas, como son.
-Yo no lo veo tan feo, no tiene mal cuerpo.
-... Si le recortas de aquí y de allá, quizá se pudiera aprovechar. La boca es horrorosa; yo no sé, con lo chica que la tiene, ¿cómo le caben esas paletadas de comida? ¿Lo tendrá todo igual de diminutito?
Tomasita cogió la sopera de porcelana y atravesó el pasillo, de nuevo, hacia el salón comedor; abrió el mueble y la colocó en su reposo habitual, hasta la Nochevieja. Llevaba rencoroso el corazón. Y dolido. Un odio alevoso le hizo aspirar a la venganza. Imaginó a su madre de vieja, torcida y sola. Y la pensó en el pisito anhelado, en su propia mesa de camilla, con su estufa y su televisor.
Retrocedió oyendo el estrépito de la familia de arriba, todos los años el mismo escándalo. Caminó reconfortada y más tranquila. Se paró en la puerta de la salita y miró a su padre y a Luis. Aquél, con la cabeza hacia atrás y la boca abierta, roncaba su manifiesto; éste, combado como el árbol tenso por el peso, aspiraba una babilla ensoñadora, cansada, enfundada en el letargo más vulgar.
-Hija mía –-dijo la madre acercándose por detrás sigilosamente--: ¡qué tonta eres!
Y la familia tronante de arriba cantó: “¡Veinticinco de diciembre... !”.
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