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Algo más de 27.000 alumnos se han incorporado este miércoles al nuevo curso escolar en la red educativa pública del Campo de Gibraltar repartidos entre segundo ciclo de Infantil, Primaria y Educación Especial. Las mochilas regresan a los pasillos, las pizarras vuelven a llenarse de tiza o trazos de rotulador y, como en un ritual repetido, los maestros abren la puerta del aula sabiendo que, desde ese instante, el curso ya camina solo.
Este día 10 han emprendido las clases 6.678 alumnos de segundo ciclo de Infantil, muchos de los cuales acceden por primera vez a los centros escolares, y 17.112 alumnos de Primaria, que comprende los cursos de primero a sexto.
Algeciras es la localidad con más alumnos, 10.915 en ambas etapas etapas; seguida de La Línea, con 5.715; San Roque con 2.582; Los Barrios con 2.227; Tarifa con 1.287; Jimena 613, Castellar 234 y San Martín del Tesorillo con 217.
El dato frío de la estadística marca tendencia en la provincia: hay unos 4.100 estudiantes menos que el año pasado en las etapas no universitarias con un total de 99.808 estudiantes en el conjunto de Cádiz. La natalidad baja y se nota en las aulas. Sin embargo, la Junta de Andalucía mantiene su apuesta por reforzar las plantillas: 478 docentes de apoyo se suman este curso, lo que eleva a 15.441 el número total de profesores en el conjunto de la provincia gaditana. Una cifra que, a simple vista, habla de un esfuerzo por sostener la calidad en un tiempo de descenso demográfico.
El día próximo día 15 será el turno para el alumnado que curse Secundaria, Bachillerato, Formación Profesional y Educación Permanente de Adultos, mientras que el día 22 comenzará el curso en las enseñanzas de régimen especial (Música, Danza, Artes Plásticas, Diseño, Conservación y Restauración de Bienes Culturales, Arte Dramático e Idiomas).
Las novedades de este año van más allá de pupitres y libros. En las cocinas de los colegios se empieza a hablar distinto. La Ley de Comedores Escolares Saludables y Sostenibles, que se implantará de forma progresiva hasta 2026, cambia el menú: menos fritos, nada de bollería industrial, más fruta y verdura fresca. Una lección de nutrición servida en el plato.
Otra novedad llega en forma de simulacro: los escolares tendrán que aprender cómo actuar ante un terremoto, un incendio o una inundación. Dos horas al año en Infantil y Primaria; cuatro en los cursos superiores. Una especie de educación para la vida, en la que se enseña a reaccionar cuando la naturaleza golpea de frente.
Al margen de normas y leyes, hay algo que permanece: los maestros. En ese mundo de tizas gastadas y libretas rayadas, son ellos quienes marcan la diferencia. Conviene recordar, en días como este, la historia de Albert Camus. El escritor francés, huérfano de padre y criado en la pobreza, fue rescatado por la mirada atenta de su maestro, Louis Germain. Décadas más tarde, al recibir el Nobel de Literatura, Camus le escribió una carta en la que confesaba que, sin aquella mano tendida en su infancia, nada de lo que vino después habría sido posible.
Ese gesto resume lo esencial: detrás de cada curso escolar no hay solo números de matrícula, ni leyes, ni planes estratégicos. Hay un aula, un maestro y un niño que aprende. Y, a veces, eso basta para cambiar una vida.
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