La mosca feliz
Cuentos de estío: animales felices
Érase una mosca que notó un cambio de clima considerable. Calor y humedad, un aroma como de fermentación, y pensó: “Éste es un buen lugar”. Y volando volando entró al interior del hospital. Era todo una levadura gigante, un lugar donde un cierto aroma pútrido presagiaba placer, imaginaba la mosca su manjar: la superficie lisa y ligeramente salada del ojo de un moribundo, aún con lo templado del vivir y el sabor de un fluir rico y excrecente. La mosca planeaba con todo lo que pedir hubiera podido, posándose circunstancialmente en materias orgánicas de diversa índole, superficies manchadas de los azúcares de cuerpos lánguidos, enfermos: el Paraíso.
El niño veloz, aburrido en la visita no permitida al abuelo inmóvil, quizá buscando distraer al entendimiento: hizo lo mismo que en su colegio, cazar la mosca entre las palmas de las manos para divertir un rato la mirada viéndola revolar y atraparla otra vez, pero su tío dijo: “¡Toma!” y le palmeó, a su vez, las manitas cerradas; fue un colapso, un estrujón sobre la piel: la muerte.
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