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Cuentos de estío: animales felices
Érase un pozo, éranse gentes corriendo, érase un fuego que galopaba como un demonio de copa en copa, érase una devastación súbita y absoluta y una calor imposible. El gallipato asomó desde el reguerillo al fondo del pozo, casi agostado, y entre humos densos, flamas anaranjadas y un ruido atroz notó que todo se movía, la poza se abría por un lateral primero al caer un gran eucalipto cuya raíz levantaba el terreno, segundo porque, quién sabe, un venero se acrecentó y la arcilla húmeda reventó el costerón de ladrillos... y la tierra se abrió... Y vio Dios que era bueno. Y el gallipato se vio impelido a los aires con los ojos y las costillas muy abiertas:
Planeando vio naves voladoras, rojas mantas de agua por los vientos, hombres de amarillo trotando, el fuego que ya huía con la turbulencia arrasándolo todo, y cayó en una ribera nueva repleta de barro, ceniza negra y corriente constante de rivera vieja... y vio Dios que aquel arroyar era bueno. El gallipato se sintió agraciado y feliz.
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