El escarabajo feliz
Cuentos de estío: animales felices
A JRJ
La curiana, como un tren, iba dejando en la arena un raíl fruto de la senda fabricada con sus patitas agudas dibujando el terreno. Subía y bajaba las pisadas en el camino, como dunas enanas de un mundo que ya no era. Recordaba el escarabajo esas ascensiones de arena de playa blanca y limpia que sólo acababan en el celeste del agradable sol canicular, caparazón negro requemado agradablemente por las radiaciones.
Ahora, una lata, un envoltorio, cristal aquí, un trozo de algo y esa polvareda roja venida de los aparcamientos que teñía todo lo que fue su mundo; sintió hastío, la pesadumbre de no ver el futuro y saber que cada día era un paso inexorable al mar último, y pensó: “Parece mar, que luchas, ¡oh desorden sin fin, hierro incesante!, por encontrarte o porque yo te encuentre... ¡Qué inmenso demostrarte, en tu desnudez sola sin compañera... o sin compañero según te diga el mar o la mar, creando el espectáculo completo de nuestro mundo de hoy! Estás, como en un parto, dándote a luz a ti mismo, ¡mar único!, a ti mismo, a ti sólo y en tu misma y sola plenitud de plenitudes ¡por encontrarte o porque yo te encuentre!”, la curiana como un sacerdote sin dientes blancos haciendo el camino geométrico...
Se hizo una gran sombra, lo cubrió todo. Un niño con un cubo amarillo tomó al escarabajo negro y lo metió en el plástico llano, camino de la orilla.
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