Estampas de la historia del Campo de Gibraltar

Barcos corsarios en Algeciras y Tarifa (1700-1815)

Lanchas cañoneras españolas hostigando a una embarcación inglesa durante el asedio a la plaza de Gibraltar de 1779 a 1782.

Lanchas cañoneras españolas hostigando a una embarcación inglesa durante el asedio a la plaza de Gibraltar de 1779 a 1782. / Grabado de Roberts realizado en 1785

La réplica a la piratería de ingleses, berberiscos y turcos durante los siglos XVI y XVII en el Mediterráneo occidental, la daban, en el lado español, las resolutivas actuaciones de galeras de la Armada Española (mencionadas en el artículo anterior), tomando carta de naturaleza desde la instauración de la dinastía borbónica a principios del siglo XVIII, como barcos corsarios. Las embarcaciones con "patente de corso" eran navíos mercantes armados a los que el rey y los Gobiernos les concedían un permiso especial para que pudieran asaltar y apresar buques de comercio con bandera de naciones enemigas o sus aliadas y apoderarse de las mercancías que portaban.

Aunque la institución del corso ya existía en tiempos muy anteriores. Algunos reyes de la Corona de Aragón -una potencia naval y mercantil-, ya concedían estas licencias a sus barcos en el siglo XIV para librarse de la competencia comercial de naciones rivales. Pedro IV de Aragón promulgó en 1356 unas Ordenanzas -como refiere el profesor Mario Ocaña en su excelente y bien documentado libro sobre el corso en el Estrecho de Gibraltar- otorgando permiso para que sus barcos pudieran asaltar navíos de naciones enemigas. Esta institución alcanzó su mayor apogeo, en España, entre los siglos XVII y XVIII, siendo reglamentada, la actividad corsaria, por unas ordenanzas elaboradas por la Real Armada en 1747 y 1751, y, definitivamente, por la Ordenanza de Corso de 20 de Junio de 1801.

Todo navío con base en Algeciras y Tarifa, para poder obtener la "patente de corso", debía elevar la correspondiente solicitud al Comandante General del Campo de Gibraltar, previo pago de una fianza consistente (según la Ordenanza de 1801) en 60.000 reales de vellón. Esta fianza garantizaba que el navío con la licencia de corso no atacaría a barcos de su propia nación o de naciones neutrales que estuvieran en paz con España. Concedida la patente, se procedía a armar la embarcación corsaria y dotarla de tripulación. De las presas obtenidas, y una vez efectuada su venta, la tripulación recibía las tres quintas partes y la oficialidad los dos quintos restantes. La Declaración de París de 1856 intentó poner fin a las actividades corsarias al ser firmada por treinta y cinco Estados. Sin embargo, España no se adhirió a este acuerdo hasta el año 1908.

Los puertos del Estrecho eran focos de corsarios muy temidos por los británicos que necesitaban mantener las aguas del Estrecho libres del acoso de barcos corsarios españoles para que sus navíos pudieran abastecer la guarnición de su colonia de Gibraltar. Desde Algeciras y Tarifa se estableció, en tiempos de guerra, una constante vigilancia sobre las aguas cercanas a Gibraltar con el objeto de sorprender a los buques ingleses o de sus aliados que se dirigían para comerciar o abastecer la plaza que era la base naval más importante que poseían en el Mediterráneo.

Los corsarios que actuaban en las aguas del Estrecho eran en su mayor parte miembros de la pequeña burguesía mercantil de la zona, propietarios, a veces, de embarcaciones de poco tonelaje dedicadas al transporte de cabotaje entre las poblaciones de la costa. Cuando estallaba algún conflicto con Inglaterra se constituían en empresas corsarias y pasaban a ser de honrados comerciantes a no menos honrados corsarios. Como ejemplo basta citar el de don Manuel Navarro, vecino de Algeciras, que habitualmente empleaba su tiempo dedicándose al transporte de mercancías para el abastecimiento de Ceuta y otros presidios del norte de África con su barco Nª Sª de la Concepción y Señor San Joaquín, de dos mil quintales, y que en el año 1743 solicitó al Intendente General de la Marina de Cádiz permiso para armar en corso su barco con el siguiente armamento: seis cañones, doce pedreros, doce esmeriles, treinta fusiles con sus bayonetas, treinta sables, treinta pares de pistolas, veinte chuzos y cuarenta y ocho frascos de fuego con los que pensaba armar a los cuarenta y ocho miembros de su tripulación. No menos famoso sería Marcos Vivas, que llegó a ser alcalde Algeciras, a cuyas expensas se edificó una de las naves laterales de la iglesia de Nuestra Señora de la Palma.

En el Archivo de Protocolos Notariales de Algeciras (Sección Tarifa) se conserva el pleito que, en febrero de 1789, se entabló a causa del reparto de las presas hechas por el falucho corsario de Tarifa San Josef y Nª Sª de la Asumpción, del que era patrón el armador Ambrosio Muñoz, por no estar de acuerdo la tripulación con el reparto realizado.

El 3 de mayo de 1799, en un documento conservado en el Archivo Histórico Nacional (Sección Hacienda), se puede leer que el Comandante General del Apostadero de Algeciras recibió una Real Orden por la que el rey concedía a los buques de ese puerto el disfrute de las gracias contenidas en las Reales Ordenanzas de 3 y 27 de febrero del mismo año a favor de los corsarios. Además reconocía como legales las tres presas que barcos de Algeciras habían hecho de navíos enemigos (ingleses o sus aliados), a pesar de haber sido efectuadas antes de recibir dichos barcos la documentación con la patente de corso.

En un documento de 1804 (también del Archivo de Protocolos Notariales de Algeciras) se refiere como el falucho corsario de Algeciras San Antonio y las Ánimas, del que era armador don Juan Suárez y tripulantes, entre otros, Luis Reyes, Bartolomé Guerrero y Miguel Guerrero, tomaron "en la última pasada guerra contra Su Majestad Británica.... y en el primer mes de corso, dos presas que eran, a saber: la fragata Neptuno y un queche dinamarqués cargado de trigo".

Robert Semple, viajero y espía inglés que estuvo en Algeciras en el año 1805, nos ha dejado una excelente descripción de las temidas lanchas cañoneras que actuaban con patente de corso en el puerto de Algeciras en los años finales del siglo XVIII y principios del XIX, contra los navíos ingleses y sus aliados. El citado viajero escribe lo siguiente: (estas lanchas) tienen una capacidad de 25 o 30 toneladas de carga y están dotadas de dos mástiles y grandes velas latinas. Van repletas de hombres, y con buen tiempo pueden llegar a alcanzar, a golpe de remos, casi cuatro millas por hora. Por lo general están armadas con un único cañón en la proa, a veces dos, bien los dos delante, o bien el segundo en la popa. Disparan balas de 32 a 36 libras españolas. Las lanchas cañoneras habían sido construidas y mejoradas por el teniente general Antonio Barceló para que participaran en la guerra contra Inglaterra cuando se asedió Gibraltar entre 1779 y 1782.

De ordinario, las lanchas cañoneras se apostaban en la ensenada de Getares, desde donde salían a gran velocidad cuando avistaban algún buque con bandera enemiga. Si alguna fragata británica, de las que se hallaban en el puerto de Gibraltar, las hostigaba con sus disparos, procuraban ponerse bajo la protección de las baterías de costa de los fuertes de la Isla Verde, San García o el Fuerte de Santiago, a la espera de que el navío inglés se alejara de las aguas españolas.

Estas lanchas corsarias eran muy bajas de borda y maniobraban, cuando hacía buen tiempo, con tanta maestría que podían acosar a un buque enemigo sin que éste le atinara con los disparos de sus cañones. Cuando hacía mala mar, la eficacia de las cañoneras disminuía, en tanto que aumentaban las probabilidades de ser alcanzadas por las fragatas inglesas. Robert Semple asegura que, a veces, la captura de un barco inglés les reportaba a los corsarios españoles más de 90.000 libras de ganancia.

A mediados del siglo XVIII se hallaban establecidos en Algeciras armadores y comerciantes catalanes y valencianos para realizar comercio marítimo. No cabe duda de que, al menos, una parte de estos armadores foráneos venía al reclamo del negocio fácil que ofrecían el contrabando y el corso. Entre las abundante noticias de comerciantes de Levante que estaban asentados en Algeciras y que compraban o vendían embarcaciones o hacían escrituras para realizar negocios marítimos, que se hallan en el Archivo de Protocolos Notariales de Algeciras, podemos citar algunos casos, como el de tres vecinos de Algeciras -mencionado por Mario Ocaña-, José Pol, Pedro Pablo Prats y Onofre Canales. Los dos primeros naturales de Cataluña, que en 1743 habían construido un jabeque, encontrándose en posesión de la Real Patente de Corso, habían pagado la fianza estipulada y reclutado la tripulación, como paso previo antes de inscribir ante notario la empresa para andar… a corso y hacer la buena guerra contra las armas enemigas de esta Corona.

En Tarifa se hizo famoso el falucho corsario Nuestro Señor Jesús y Ánimas, más conocido por El Pájaro, que el 21 de agosto de 1801 zarpó de ese puerto para patrullar las aguas cercanas a Gibraltar. Pertenecía al armador Vicente Sabona y lo mandaba el tarifeño Juan Lucena. Estando a dos leguas de la isla de Tarifa, en pleno Estrecho, atacó a un bergantín con bandera de Estados Unidos, y por tanto neutral, de nombre Friends of Aventure, pero que despertó los recelos del capitán corsario que creyó que se trataba de un buque inglés camuflado. El navío americano fue apresado y conducido a Tarifa y, desde allí, a Algeciras, aunque en el trayecto logró escapar de sus captores y continuar el viaje.

Según Manuel Quero Oliván, muchas patentes de corso eran expedidas por el gobierno francés, saliendo numerosos faluchos corsarios tarifeños bajo bandera de esa nación. Un ejemplo de ello es un comunicado donde consta el apresamiento (en octubre de 1796) frente a la isla del Perejil por el corsario francés La Virgen de la Luz del paquebote sueco denominado Parronis.

Tras la Guerra de la Independencia y con el establecimiento de una nueva política con respecto a Inglaterra y la decadencia marítima de España, la actividad corsaria decayó en el área del Estrecho, aunque no desapareció del todo hasta las postrimerías del siglo XIX.

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