La artillería en el cerco de Algeciras (1342-1344)
ESTAMPAS DE LA HISTORIA DEL CAMPO DE GIBRALTAR
El uso de bolaños y balistas copaba la defensa militar de la ciudad en aquel tiempo, incorporando el uso de la pólvora
Tarifa, puerto de comercio y de pesca entre los siglos XIV y XVII
En sentido estricto, la palabra artillería sirve para designar el lanzamiento de proyectiles impulsados con pólvora por medio de unos artilugios conocidos como cañones. En sentido amplio, también abarca aquellas máquinas que, al menos desde el periodo helenístico (siglos IV al II a.C.), se utilizaron para lanzar proyectiles de piedra, grandes saetas o materiales incendiarios contra una ciudad sitiada o embarcaciones enemigas empleando la torsión de sogas o el contrapeso.
Este tipo de artillería se denomina artillería neurobalística y la que utiliza como materia impulsora la pólvora inflamada, artillería pirobalística.
En la Edad Media cristiana los encargados de manejar los ingenios neurobalísticos durante los asedios recibían el nombre de “maestros de los ingenios” o “ingenieros”. En los meses previos al inicio del cerco de Algeciras, el rey Alfonso XI nombró “maestro de los ingenios” a un caballero de Úbeda llamado Íñigo López de Horozco.
La artillería neurobalística en el cerco
En el asedio a la ciudad de Algeciras por el rey de Castilla, el ingenio neurobalístico más utilizado fue el trabuco, heredero de una maquina similar llamada por los romanos onagro, que empleaba la técnica del contrapeso. Consistía en una viga larga atravesada por un eje sobre el que giraba libremente. Este eje se apoyaba sobre un pesado armazón de madera. En uno de los extremos de la viga se colocaba un contrapeso (generalmente dentro de una o dos arcas de madera), en el otro, una gran red u honda en la que se ponía el proyectil esférico de piedra, conocido como bolaño, u otros artefactos dañinos para el enemigo. Se cargaba tensando una cuerda que se amarraba en el lado donde se hallaba la red, con un torno o a mano, y se disparaba soltándola bruscamente. En Algeciras se han encontrado bolaños de tamaños muy diversos, entre los 25 y los 150 kg. Varias decenas de ellos se hallan expuestos en la zona arqueológica de las murallas en la Prolongación de la Avenida Blas Infante.
Su empleo perseguía varios objetivos: demolición de muros y torres, destrucción de los “engeños” enemigos y lanzamientos de proyectiles incendiarios o materiales infecciosos. Marino Sanuto Torsello, en su Liber Secretorum, escribe que los trabucos se consideraban en 1300 como una gran proeza tecnológica. La primera noticia referida al empleo de trabucos en Occidente la tenemos en los Annales Marbacenses, a principios del siglo XIII. Al reino de Castilla debieron llegar a través de los genoveses, que eran expertos constructores de trabucos, a finales del siglo XIII o principios del XIV. Refiere la crónica castellana que el rey mandó poner en el fonsario (cementerio) dos trabucos de los que habían hecho en Sevilla los Genoveses, que tiene cada uno de ellos un pie, y tienen dos arcas, y son muy sutiles, y tiran mucho. En los veinte meses que duró el cerco de Algeciras se arrojaron cientos de bolaños sobre la ciudad que se labraban en los afloramientos de piedra arenisca existentes en sus entornos. Dice la crónica del rey Fernando el Católico que, estando en el cerco de Málaga en 1487, envió a Algeciras un destacamento de soldados para que recogieran los bolaños que su antepasado Alfonso XI había lanzado contra las dos villas.
Otras de las máquinas de artillería neurobalística empleadas en el cerco de Algeciras fueron las balistas. Utilizaban la fuerza que proporcionaba la torsión de gruesas sogas. Consistían en grandes ballestas que se apoyaban en una estructura de madera asentada sobre el terreno. En época romana se usaban para lanzar pequeños proyectiles de piedra, pero en la Edad Media su uso cambió para arrojar sobre el enemigo grandes saetas.
Los sitiados también utilizaron máquinas neurobalísticas con funciones defensivas. Entre ellas, dos tipos que la Crónica menciona como balistas y cabritas. Sobre el uso de las cabritas, dice la Crónica de Alfonso XI: Y les tiraban (a la hueste) muchas piedras con los engeños y con las cabritas... Del estudio de la documentación existente se desprende que lanzaban piedras, aunque su tiro era más tenso que el de los trabucos. Debía tratarse de un tipo de catapulta que lanzaba bolaños de pequeño calibre basando el disparo en la fuerza de torsión y no en el contrapeso como los trabucos.
En cuanto a las balistas, el cronista de Alfonso XI escribe que sus tiros eran temibles por su fuerza y precisión. Con ellas los algecireños lanzaban saetas muy grandes y gruesas; así que hubo saetas que eran tan grandes como un hombre y había mucho que hacer para alzarlas de tierra.
La artillería pirobalística en el cerco
La pólvora fue inventada por los chinos, al principio con fines medicinales y lúdicos, en torno al siglo IX después de Cristo, aunque pronto supieron darle un uso militar empleándola para impulsar proyectiles (cañones) o ingenios explosivos (bombas o granadas). La primera referencia documental sobre la fabricación de la pólvora en Europa se encuentra en la obra de Roger Bacon, escrita en 1250. Se sabe que en la batalla de Crécy, en el año 1346, en la Guerra de los Cien Años, las tropas inglesas emplearon, además de sus eficaces arcos y flechas, artillería pirobalística (cañones) contra el ejército francés.
La primera vez que se utilizó la pólvora en la Península Ibérica con fines militares es probable que fuera en el sitio de Huéscar por el sultán nazarí Isma‘il I en 1325. El poeta Ibn Hudhayl, tutor de Ibn al-Jatib, compuso una casida tras la campaña victoriosa de Ismail. Se refiere con estos versos al poder intimidatorio de aquellas armas: Creían que el trueno y el rayo estaban sólo en el cielo, pero uno y otro les acosan sin venir del cielo; figuras de rara forma, al cielo alzadas por Hermes, cayeron con ritmo sobre los montes, derrumbándolos.
A mediados del siglo XIII el médico y botánico malagueño Abd-Allah ibn al-Baytar menciona en una de sus obras la existencia y los efectos que producía la pólvora. Ibn Jaldún asegura que, en 1274, el sultán meriní Abu Yusuf empleó un arma en el sitio de Siyilmesa que denomina “ingenio de fuego” capaz de lanzar proyectiles de hierro por medio de pólvora inflamada. Para el arabista José Antonio Conde los primeros cañones en occidente fueron usados en el sitio de Mahdiya (Túnez) en el año 1204 por el califa almohade an-Nasir.
En el transcurso del cerco de Algeciras, los sitiados se defendieron utilizando artillería impulsada por la combustión de la pólvora, arma ofensiva que el cronista Fernán Sánchez de Valladolid denomina “truenos” por el estruendo que producía al ser disparada, haciendo hincapié en el mucho daño que ocasionaban en los hombres las “pellas de hierro” por ella lanzada. Este cronista escribe: Y, otrosí, muchas pellas de hierro que les lanzaban con truenos, de que los hombres tenían muy gran espanto, pues en cualquier miembro que diese, lo cortaban a cercén, como si se lo cortasen con cuchillo. Y cuanto quiera poco que un hombre fuese herido, luego era muerto, y no había cirugía ninguna que le pudiese aprovechar. Lo uno, porque venía ardiendo, como fuego, y lo otro, porque los polvos con que las lanzaban eran de tal naturaleza que cualquier llaga que hiciesen, luego era el hombre muerto. Y venían tan recias, que pasaba a un hombre con todas sus armas.
Estas frases del cronista vienen a demostrar, por un lado, el pavor que producía el uso de los “truenos” entre los sitiadores y, por otro, que era un arma desconocida para el autor de la crónica cuyo nombre asocia con el ruido que producía al ser empleada.
En otro pasaje de la Crónica se hace mención al daño causado por una de aquellas “pellas” en el cuerpo del caballero Beltrán Duque: Y le dieron con una pella del trueno en el brazo y se lo cortaron, y murió luego otro día, y eso mismo acaeció a todos los que del trueno eran heridos. El cronista de la Casa de Medina Sidonia, Pedro Barrantes Maldonado, recoge este pasaje y añade que las pellas de hierro eran tan grandes como manzanas.
El 24 de febrero del año 1344, es decir, un mes antes de la capitulación de Algeciras, dice la Crónica que entraron en la ciudad cinco zabras y saetías cargadas de harina, y de miel, y de manteca, y de pólvora con que lanzaban las piedras del trueno. En el Poema de Alfonso XI se hace referencia al mismo asunto con este verso: E con el trueno lanzaban los moros por el real, bestias e hombres mataban, e hacían mucho mal.
De todas maneras, esta primitiva artillería pirobalística, aunque de efectos espectaculares -sobre todo para los hombres que nunca la habían visto usar en medio de una batalla-, no debía provocar excesivos daños en el ejército sitiador. La precisión de los cañones sería escasa, su alcance corto y su número igualmente limitado.
En resumen, se puede decir que los cañones utilizados en Europa durante el siglo XIV eran de poco calibre y de escasa precisión, de ahí el escaso éxito militar que tuvo el nuevo invento en un principio. Sería a partir del siglo XV cuando, con la fabricación de grandes cañones o bombardas que podían lanzar proyectiles de hierro o de piedra muy gruesos y pesados (a la manera de los actuales morteros), desmantelar torres y almenas, abatir puertas y defensas, etc., la artillería pirobalística arrinconaría definitivamente a los viejos ingenios neurobalísticos (trabucos, catapultas, cabritas y balistas).
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