Ha muerto el doctor Amaro Camacho, el oftalmólogo que enseñó a mirar a Algeciras

Obituario

Fue un médico brillante y un hombre de fe, fundador del servicio de Oftalmología del Punta Europa, referente cofrade y amigo discreto. Tenía 70 años

"El médico de ahora está más preparado, pero humanamente deja mucho que desear"

Amaro Camacho, prestigioso oftalmólogo que ejerció durante décadas en Algeciras.
Amaro Camacho, prestigioso oftalmólogo que ejerció durante décadas en Algeciras. / Hermandad Nuestra Señora de la Palma Algeciras

Miraba los ojos de los niños con la misma paciencia con la que otros contemplan el mar. Lo hacía sin prisas, sin gestos bruscos, con esa calma que es don y no aprendizaje. Amaro Camacho Tréllez (Algeciras, 1955-2025) fue, antes que nada, un médico que enseñó a mirar. Y después, un hombre de fe. Dos maneras de estar en el mundo que rara vez se cruzan, y que en él se daban como si nada.

Junto a Ignacio Vinuesa, su compañero inseparable durante 35 años, fundó en 1982 el primer servicio de Oftalmología del hospital Punta Europa. De aquellas guardias, de aquel entusiasmo casi juvenil, nacieron escuelas, residentes, una forma de hacer Medicina con mayúscula. Luego llegaron Naranjo, Cabrerizo, Lavín, y el servicio se convirtió en referencia. Pero el alma del proyecto, dicen los que saben, tenía mucho que ver con la bondad de Amaro.

Era, como lo define Vinuesa, “ante todo, un cristiano”. Lo sabía bien su Hermandad de Columna y Lágrimas, donde ejercía como vice-hermano mayor y a la que representaba siempre con la misma discreción con la que curaba a los niños. Nadie recuerda un mal gesto suyo en la consulta. Nadie recuerda tampoco que negara un favor. Su seriedad primera escondía un tacto exquisito, una generosidad que desbordaba sin ruido.

No es fácil ser oftalmólogo con manos grandes. Y, sin embargo, lo fue. Y muy bueno. Dicen sus compañeros que era un gigante en lo físico y en lo humano. Tal vez porque no hay técnica que supere a la fe en el otro, ni bisturí que iguale la humanidad de un médico que se entrega.

Con su mujer, la profesora y escritora Emy Luna Martín, compartió tres hijos que siguieron caminos distintos y brillantes —Ana, oftalmóloga; Pilar, veterinaria en Estados Unidos; Amaro, cirujano estético— y seis nietos. Hubo un cuarto hijo que se marchó demasiado pronto, en silencio, como esas ausencias que se nombran poco y se sienten siempre.

Amaro Camacho, con su mujer Emy Luna y dos de sus hijos, durante un viaje a Estados Unidos.
Amaro Camacho, con su mujer Emy Luna y dos de sus hijos, durante un viaje a Estados Unidos. / E.S.

Su muerte llegó el 29 de septiembre, en la madurez de los setenta recién cumplidos, tras un cáncer de colon que él mismo definía con metáfora exacta: “Es como un chicle que se estira hasta que se rompe”. Estaba mentalizado, dicen los cercanos. Se le había visto en la Feria Real en junio, y en la playa de Manilva con su familia después, todavía con esa energía discreta de quien sabe que la vida es un préstamo breve.

Vinuesa recuerda un café en El Mercedes, en la Plaza Alta. “Le gustaba tomarlo allí”, dice. Y también aquella comida pendiente con sus colegas de siempre, cancelada en el último minuto. “Creo que quería despedirse de nosotros. El primero que se da cuenta de que la vida se acaba es el paciente”.

Hoy lo lloran su familia, sus pacientes, sus compañeros. Lo despide la comunidad médica, que lo reconoce como referente y modelo de humildad. Y lo llora también Algeciras, que pierde a uno de esos hombres buenos que sostienen una ciudad más de lo que parece.

Sus restos se velan en el tanatorio de Los Pinos. La misa funeral será este martes, a las nueve de la noche, en la parroquia de La Palma. Allí, donde la fe se mezcla con la vida y las lágrimas con la memoria, Algeciras le dirá adiós al médico que nos enseñó a mirar.

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