Muere Guillermo Cana, el hombre de las ovejas de Algeciras que desafió a la Junta y conmovió a Andalucía

El jubilado que defendió a su rebaño como si fuera familia se convirtió en un símbolo contra la burocracia tras la orden de sacrificio que escandalizó a vecinos, animalistas y medios de comunicación

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Guillermo Cana, en 2019, frente al corral donde se encontraban sus animales en Algeciras.
Guillermo Cana, en 2019, frente al corral donde se encontraban sus animales en Algeciras. / Erasmo Fenoy
G. Sánchez-Grande

Algeciras, 29 de septiembre 2025 - 13:02

Guillermo Cana ha muerto. Para muchos era simplemente “el hombre de las ovejas”, aquel jubilado de Algeciras que se hizo famoso en 2019 por pelear contra una decisión administrativa que quería sacrificar a sus animales. Para otros, era una figura fija del paisaje urbano: apoyado en la barandilla de la vía del tren, en el paso de La Perlita, mirando coches pasar como si fueran ovejas metálicas extraviadas. Desde que perdió a su rebaño, dicen que nunca volvió a ser el mismo.

Su vida giraba en torno a cuatro ovejas, tres chivos, una cabra y un carnero que no eran ganado, sino compañeros de vida. Los llamaba por sus nombres, los cuidaba, los trataba como familia. No había en ello ningún fin lucrativo: no cortaba lana, no ordeñaba leche, no vendía carne. Solo compañía. Pero un día aparecieron unos inspectores de la Junta de Andalucía y le comunicaron que aquello, para la ley, era una explotación clandestina. El castigo: el sacrificio de los animales.

Entonces Guillermo lloró en televisión, rogó por la vida de sus ovejas, firmó papeles, se aferró a recursos legales con la ayuda del Partido Animalista. Vecinos y desconocidos se sumaron a su causa: casi 12.000 firmas, protestas frente a edificios oficiales, titulares en periódicos nacionales e incluso en medios extranjeros. “La Junta condena a muerte a animales sanos”, repetían los comunicados. Pero la maquinaria burocrática no se detuvo.

La historia tuvo un giro aún más surrealista: un día, cuando Guillermo salió con su hija, las ovejas desaparecieron. Robadas. Nadie supo nunca quién se las llevó ni dónde acabaron. Fue un secuestro piadoso, pensaron algunos, una fuga planificada para salvarlas del camión del matadero. A Guillermo, en cualquier caso, le quedó la soledad. Desde entonces, cuentan los vecinos, se le veía apagado, más silencioso, como si le hubieran arrancado un pedazo de vida.

Ahora, con su muerte, desaparece también el último pastor urbano. La suya fue una guerra absurda, desproporcionada: un jubilado frente a un expediente administrativo. Pero en esa lucha se colaron miles de personas que, por un instante, imaginaron que todavía era posible defender lo pequeño, lo inútil, lo que no sirve para nada salvo para dar compañía.

Guillermo Cana se ha ido, pero queda su fábula: la de un hombre que amó a sus ovejas y que, sin proponérselo, terminó convirtiéndose en símbolo de resistencia contra una burocracia que jamás entendió la ternura.

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