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Sobre la cesión de los habilitados nacionales a las comunidades autónomas
Algeciras/Durante unos minutos —largos, como una infancia feliz— Madrid no fue Madrid. La Puerta Grande de Las Ventas se convirtió este domingo en trampolín místico: por ella salió a hombros Morante de la Puebla, quien subió por la calle Alcalá como una saeta con lentejuelas, mecido en un delirio colectivo que no se recordaba desde los tiempos en que Belmonte temblaba como un verso de Aquilino Duque. Aquel que arrancaba así: Supo torcer el curso de los ríos, someter a otras leyes a la naturaleza, decirle al viento: “Tú de aquí no pasas”.
No hubo lance de Morante sin causa. Cada pase fue una línea de un evangelio. La Monumental madrileña, ese monstruo de ladrillo y carne, rugía y se contenía con la misma intensidad con la que el cigarrero mandaba callar al mundo. Molinetes que parecían rezos antiguos, naturales empapados como el pan de los pobres, cambios de mano que cortaban como un bisturí. Y él, erguido, sin afectación, componiendo la figura como si hubiera nacido entre mármoles.
Este Morante no vino a matar toros: vino a darles sentido. A recordarnos que el arte es una forma de resistencia, que el dolor puede sublimarse en estética, que el temple no es solo cuestión de muñeca. Y lo hizo después de confesar que la tristeza le aprieta como un estoque en los costillares. Que la melancolía es una cornada silenciosa. Que hay días en que torear la vida cuesta más que una miurada.
Por eso la faena de este domingo no fue solo grande. Fue necesaria. Curativa.
Pero justo cuando el mundo taurino gira la cabeza y lo nombra, cuando las comparaciones con Gallito y Belmonte ya no parecen excesivas, cuando el prodigio se ha vuelto carne, en Algeciras alguien bosteza y se pierde el tren. Las Palomas ha dejado pasar la oportunidad de anunciar al fenómeno del momento en Algeciras. Ni por esas. Ni siquiera ahora.
¿Qué habría pasado si lo hubieran incluido en los carteles de la Feria Real 2025, cuando aún Madrid huele a clavel y a euforia? ¿Cuántos aficionados de media Andalucía no habrían llenado hoteles, terrazas y hasta las playas? ¿Cuántas cámaras de televisión no habrían apuntado hacia el Campo de Gibraltar si Morante hubiera querido saldar su cuenta pendiente con esta plaza, donde nunca ha salido a hombros como matador? Solo lo hizo una vez, de novillero, aquel ya prehistórico 2 de enero de 1995.
Pero no. No habrá redención ni postal gloriosa desde el coso algecireño.
Algeciras deja pasar la oportunidad de anunciar al maestro sevillano en su mejor momento
Quien quiera verlo, que coja el coche y se plante en La Línea de la Concepción el 18 de julio, donde compartirá cartel con Talavante y el joven Marco Pérez, y toros del Niño de la Capea y San Pelayo. O en Estepona, el 6 de julio. O en Marbella, el 8 de agosto. O en Málaga, por partida doble, los días 18 y 20. Y, con suerte, en alguno de estos lugares ocurrirá como en Jerez, donde hace poco cortó un rabo y terminó la noche bailando bulerías en una caseta.
Él, mientras tanto, sigue flotando en la duda existencial de los elegidos. “Misión cumplida, ahora no sé qué me queda”, dijo anoche en una radio madrileña. Le queda mucho, aunque no lo sepa. Le queda, por ejemplo, Algeciras. Si alguien, alguna vez, se lo vuelve a proponer.
Por lo pronto, el torero más importante del siglo ha pasado por Madrid como un cometa, y en Algeciras ni se han asomado a la ventana. Como dijo otro torero: lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible.
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