Historias de Algeciras

Una hija sin padre (II)

  • Juana Teresa quedó huérfana de madre con tres años y a cargo de su abuela 

  • El padre de la niña suplicó a quien pudo ser su suegra que le entregara a su hija

La Plaza Alta, donde estaba la botica del cuñado de Juan Pedro

La Plaza Alta, donde estaba la botica del cuñado de Juan Pedro

Al cumplir Juana Teresa tres años, y a pesar de su corta edad, un duro revés aconteció en su vida y en la de su familia. La que fuera su madre y en otra época ya muy lejana -a pesar del poco tiempo transcurrido- amor de Juan Pedro, la aún muy joven Elena P.S.Z. dejó de existir. A partir de aquellos tristes momentos, la pequeña quedaría directamente a cargo de su abuela; es decir, huérfana de madre y sin la menor esperanza de acercamiento a quién podría llamar padre.

Al conocer la noticia el matrimonio, aún sin hijos propios, compuesto por Juan Pedro y su esposa, intensificaron sus acciones legales intentado la entrega de quién vox populi era su hija, siendo siempre negativa la respuesta. Así transcurrió el tiempo, y solo gracias a la buena disposición de las mutuas amistades entre Juan Pedro y la testadura abuela, aquél tenía conocimiento del estado y crianza de Juana Teresa.

Doña Angélica, una vez pasado el tiempo y apariencia de borrarse de la intransigencia mental de aquella cruel burguesía, el recuerdo del escándalo que supuso el embarazo de su fallecida hija, comenzó a frecuentar con más asiduidad las amistades que tenía en Algeciras. Por su parte Juan Pedro tenía pleno conocimiento de aquellas visitas y de la estancia -dado que la familia gozaba de casa propia-, de Juana Teresa y de su abuela en nuestra ciudad. Pareciera, como si al pasar la manuela (coche de caballos), por el embarcadero del río Palmones, José Lupión de Tebas, dueño del ventorrillo cercano al mismo, le informara del paso del carruaje; o si por barco, Antonio Torres, dueño del kiosco existente en el muelle de madera de la compañía del ferrocarril, también le notificara la llegada de la abuela y nieta acompañada de la fiel nurse.

Sea como fuere y aprovechando la presencia de ambas en nuestra ciudad, con residencia no lejos por cierto de la sede del Casino de Algeciras, fue el momento en el que el apesadumbrado letrado envió con aquél recadero reclamado por el camarero Natera la nota suplicándole a quién pudo ser su suegra, “tuviera a bien y por la caridad cristiana” que se le suponía a quién era de misa diaria...”reconsiderara su equivocada actitud y decisión”.

El recadero llamó a la puerta de servicio; y una pulcra doncella de cofia y mandil inmaculado, le abrió. Gorra en mano el joven, extendió el brazo entregándole a la sirvienta la nota, manifestando al mismo tiempo: "El señorito espera respuesta".

Sentada en el gabinete y vestida de luto, Doña Angélica inmersa en sus pensamientos, recordaba a su hija al mismo tiempo que veía jugar a su nieta con su niñera gibraltareña, comunicándose ambas en inglés. La sirvienta tras entregarle la nota, le dijo mientras dirigía su mirada hacia la puerta de servicio: "Espera respuesta, señora".

Doña Angélica, envuelta en el silencio de la casa solo roto por el permanente y continuo tic tac de un gran reloj, tras leer la nota y mirar al infinito, contestó con tristeza: "Di que la respuesta es que no hay respuesta". Arrugó el papel y lo depositó sobre su escritorio.

Mientras Juan Pedro esperaba la ansiada contestación que el joven recadero pudiera traerle, quedó mirando por el ventanal del Casino la explanada de la Plaza Alta, aquél escenario tan cotidiano y tan singular... La parada de coches de caballos, con el popular cochero Pedro Barca, que en aquellos preciso instantes colocaba la bolsa de algarrobas sobre la cara del caballo para que este comiese y no perdiera fuerzas. La droguería de Pedro Mónaco, situada en el local donde estuvo la botica de su cuñado Antonio de la T. M.; el café La Campana, propiedad del popular José Sánchez; el también café Delicias, de los hermanos Gamboa; o el tan familiar estanco de Isabel Gómez. A veces -recordó- una señora mayor conduciendo un hato de cabras, alteraba el orden establecido en la plaza, pero hacía mucho tiempo que no la veía pasar. Pensó: "¿Cuantos algecireños habrán atravesado este lugar y cuantos hijos, nietos o bisnietos, de los anteriores lo harían en el futuro?". Terminando su reflexión: "¿Y qué Algeciras verán estos?".

Los recaderos aguardaban al pie del obeslico de la Plaza Alta para ser requeridos Los recaderos aguardaban al pie del obeslico de la Plaza Alta para ser requeridos

Los recaderos aguardaban al pie del obeslico de la Plaza Alta para ser requeridos

De vuelta a su situación personal, se acordó de Doña Ana Fernández, aquella viuda que asomó un día por su despacho, buscando la ayuda legal necesaria para adoptar a uno de aquellos pequeños sacado de la inclusa municipal rescatándolo de su triste destino. "¡Que mujer!", pensó. "Sola, con una pequeña pensión y dispuesta a darlo todo por aquel pequeño con el que no compartía su sangre, solo sentimientos". Aún recordaba el Auto firmado por el Fiscal Municipal en el que expresaba: “Francisco de Paula Moreno y Delgado, casado y Fiscal Municipal [...] en consideración de las circunstancias que concurren en el pequeño José D., las repetidas muestras de cariño y agradecimiento que ha venido dando a Doña Ana Fernández que desde que lo recogió en su más tierna edad, careciendo de descendientes legítimos y legitimados y hallándose en la edad competente ha resuelto adoptar al referido menor con arreglo al capitulo 5º del Código Civil. Que al efecto se ha instruido en el Juzgado de Primera Instancias de esta Ciudad de Algeciras [...], el oportuno expediente que previa las diligencias necesarias fue aprobado por auto de 2 de Octubre último, según testimonio oído por dicho actuario en el mismo día y queda unido al original para insertar en las copias de este expediente. Por tanto, cumpliendo la adoptante lo mandado por el Sr. Juez, en su referido Auto, otorga: la presente acta de adopción...”.

Aquel gran gesto dado por Doña Ana para con el pequeño José, le venía a demostrar que los buenos sentimientos y la llamada de la sangre, no siempre eran coincidentes. Aquella adopción que por un instante dominó su recuerdo, tampoco estuvo exenta de condicionantes: “Primera: Doña Ana Fernández Jiménez desde este momento y como hijo suyo y como tal le tendrá en adelante al joven José Delgado á quién excede en más de 15 años de edad. Segunda: El adoptado en adelante usará además de su apellido el de la adoptante pasando a llamarse José D. F. Tercero: Esta se obliga a dar alimento a su adoptado y este a aquella en caso necesario con arreglo al artículo 176 del Código Civil. Cuarto: La adoptante no adquiere derecho alguno a heredar al adoptado ni este tampoco á heredar fuera del testamento de aquella. Quinto: El adoptado conservará los derechos que le corresponda en su familia natural si algún día fuera conocida a excepción de lo relativo a la patria potestad. Sexto: Don Francisco de Paula Moreno como Presidente del Consejo de Familia del menor adoptado y en nombre de este acepta la presente adopción mostrando su gratitud por este acto a la señora adoptante.

Advertencias: Que me consta de una manera cierta que la adoptante es pobre y en sentido legal. Que no constando en el expediente judicial instruido ni las diligencias particulares practicadas donde se halle inscrito el nacimiento del menor adoptado, no se puede por ahora cumplirse con lo que dispone el artículo 161 de la Ley de Registro Civil lo que se unificará luego que sea conocido ó por quién corresponda se disponga lo que proceda. Así lo otorga y firma el que sabe, y por la que no y por sí el primero de los testigos Don Juan Río de la Vega y Don Manuel Cabanes Prieto, de esta vecindad, sin excepción para serlo”.

Otro caso de extrema generosidad del que fue testigo directo, se produjo cuando el matrimonio compuesto por los algecireños -y primos hermanos- Josefa Moya Estudillo y Manuel Estudillo Utrera, se dirigieron, según procedimiento: “A la Comisión Provincial de la Diputación de Cádiz, encargada del Ramo de Beneficencia, para obtener la prohijación de una niña trasladada al centro expósito de Algeciras y de nombre María de la Luz”. Respondiéndoles a los solicitantes la referida Comisión Provincial, según comunicado: "A los solicitantes: que en sesión celebrada había acordado concederle la prohijación de la expósita María de la Luz previo otorgamiento de la correspondiente escritura comunicación que se les hizo mediante oficio, firmado por el Vicepresidente y secretario de dicha Comisión, don Juan Vicente Portela y don Juan P. Luque, cuyo oficio devuelvo rubricado […] Se acompaña otro oficio sellado y firmado por don Manuel García González, director de la casa matriz de expósitos de la provincia de Cádiz, en el que se confirma la anterior concesión. Que la expósita a la que se refiere ésta prohijación es una niña que fue depositada en la casa de expósitos de la Ciudad de Cádiz […], siendo bautizada en la capilla de dicha casa con los nombres de María de la Luz Providencia, siendo su madrina doña Isabel Casado, inscribiéndose en el Registro Civil, con arreglo a la Ley y trasladada posteriormente a la Ciudad de Algeciras”.

En estos pensamientos estaba el impaciente abogado, cuando vio llegar a la puerta del Casino la pequeña figura, mal vestida y peor alimentada del imberbe recadero, quién tras preguntar por Natera el camarero, y una vez que dialogó unos instantes con este, se dio la vuelta y marchó otra vez al centro de la plaza y a la sombra del obelisco, pero con una peseta en el bolsillo. Antes de que el empleado del exclusivo establecimiento le informara, Juan Pedro sabía de la no respuesta a su nota.

La súplica no causó efecto alguno en la, al parecer, conciencia empañada de aquella abuela. Ni tan siquiera la alusión a la cristiana caridad sirvió de mucho. Juan Pedro no sabía que hacer, y su familia -esposa y hermana- como ayudarle. Cada vez estaba más sumido en sus pensamientos profundos; zona del cerebro a la cual se accede, según cierta corriente científica que se estaba poniendo en boga en Europa y denominada psicoanálisis, a través de la soledad y el silencio.

Nuevamente su experiencia como abogado vino a enjuiciar como de “extrema dureza” la actitud de aquella anciana; recordando otros ejemplos por él conocido de justa generosidad para con los hijos. Y recordó el gesto de sus amigos: el matrimonio compuesto por Eugenio Neuville y Ángeles Navarrete. Él, cónsul de Francia en Gibraltar; y ella propietaria de Algeciras, que ante el incierto futuro que vislumbraban en aquel final del siglo XIX -epidemias, guerra hispano-norteamericana y posible ocupación de la zona, etc.-, decidieron para sus seis hijos, llamados: Aline Catalina Juana, Alicia Germana, Ángeles Alicia, Eugenia María, María Lazarina y Manuel Leoncio Neuville y Navarrete, todos menores de edad: “Conformar Consejo de Familia para el caso de que ambos progenitores faltaren, formando parte del mismo en Algeciras don Plácido Santos Lavié, don Rafael de Muro Joarizty, don Cayetano de Herrera Adrada y don Antonio Valdés Lagares; y en Gibraltar, el comerciante don Juan Bartiban. Y todos bajo el auxilio y amparo espiritual del presbítero destinado en la Iglesia de la Palma, don Cristóbal Porras”. Este último protagonista de un turbio incidente acontecido en el citado templo parroquial años después. (Tapia Ledesma, M. Historias de Algeciras: El misterioso robo en la Palma 1907, Europa Sur 31 de marzo y 7 de abril de 2019).

(Continuará)

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios