ESTAMPAS DE LA HISTORIA DEL CAMPO DE GIBRALTAR

Muhammad V y la destrucción de Algeciras medieval

  • Hasta tal punto fue arrasada la ciudad que el historiador Ibn Jaldún escribió lo que sigue: “A la mañana siguiente, Algeciras se hallaba tan arruinada como si no hubiera estado habitada la víspera”

Torre de flanqueo del tramo de muralla exhumado en la prolongación de la Avenida Blas Infante con las evidencias de la demolición realizada por los zapadores nazaríes.

Torre de flanqueo del tramo de muralla exhumado en la prolongación de la Avenida Blas Infante con las evidencias de la demolición realizada por los zapadores nazaríes.

Después de una larga guerra civil entre el rey Pedro I y Enrique de Trastámara, hijo de la amante de Alfonso XI, doña Leonor de Guzmán, en marzo del año 1369 Pedro I fue asesinado por su hermanastro Enrique. La muerte del rey de Castilla provocó en el reino una enorme conmoción política. Los partidarios del hijo de doña Leonor, y ella misma, vieron llegada la hora de la venganza y de desbancar del poder a la nobleza que había apoyado a Pedro I.

El tradicional aliado y amigo del rey difunto, el sultán Muhammad V de Granada, supo aprovechar el vacío de poder para atacar Algeciras, uno de los principales puertos cristianos del sur. No habían aún transcurrido siete meses de la muerte de Pedro I cuando el sultán de Granada, con un renovado ejército, se lanzó sobre la ciudad que se hallaba desabastecida, con escasa guarnición, sin navíos en las atarazanas y bloqueada desde el mar por la flota meriní.

Muhammad V en tan solo tres días de asedio logró tomar la ciudad que había costado conquistar a Alfonso XI veinte meses. Los nazaríes entraron en Algeciras a mediados del mes de octubre del año 1369. El sultán, eufórico por la victoria alcanzada en tan breve espacio de tiempo, escribió una larga carta al jeque de la Meca en la que le relataba con todo lujo de detalles como consiguió apoderarse de Algeciras.

Pico-azuela empleado por los zapadores hallado entre las cenizas de una de las torres que fueron demolidas por los nazaríes (Museo Municipal, Nº de Inventario 1518). Pico-azuela empleado por  los zapadores hallado entre las cenizas de una de las torres que fueron demolidas por los nazaríes (Museo Municipal, Nº de Inventario 1518).

Pico-azuela empleado por los zapadores hallado entre las cenizas de una de las torres que fueron demolidas por los nazaríes (Museo Municipal, Nº de Inventario 1518).

Durante diez años los nazaríes intentaron organizar la vida urbana en la ciudad recién conquistada: reforzaron sus murallas, impulsaron los trabajos en las atarazanas, restablecieron el comercio con puertos de la Corona de Aragón y el Magreb y situaron una guarnición armada en el enclave para impedir que los castellanos pudieran volver a reconquistarlo. Pero varias circunstancias hicieron inviable la consolidación urbana de la Algeciras nazarí.

En el año 1374 Muhammad V logró apoderarse de la ciudad de Gibraltar, que era la última posesión de los benimerines en la orilla norte del Estrecho, con lo que Granada dominaba el paso marítimo ocupando las dos ciudades portuarias situadas en la bahía. Esto, unido a la dificultad de poder mantener una numerosa y costosa guarnición para defender el extenso recinto murado de Algeciras, siempre expuesto a un contraataque castellano, hizo que el sultán granadino decidiera abandonar una de las dos ciudades que poseía en la zona, y Algeciras fue la damnificada.

En torno al año 1379 mandó a sus zapadores que desmantelaran las murallas y torres, cegaran el foso y el canal de entrada para las galeras, se expoliara las mansiones de los ricos y las mezquitas de todo lo que tuvieran en su interior de valor y que, a continuación, incendiaran la ciudad y la abandonaran.

Muhammad Aben Cencind (arquitecto principal de la Alhambra) cruzó el pasaje de la sala de la Baraka en una de cuyas paredes, en elegante escritura cúfica, aparecía el verso encomiástico de Ben Zamrak que decía: “Conquistaste Algeciras con la fuerza de tu espada abriendo una puerta antes cerrada”. Salió al patio de los Arrayanes, en cuyo estanque se reflejaba majestuosa la fachada de la gran torre de Comares. En su interior se hallaba el sultán que había reclamado su presencia.

Poema de Ibn Zamrak que estuvo situado en la Sala de la Barca de la Alhambra que dice: “A espadas y a la fuerza en Algeciras entraste abriendo una puerta antes cerrada”. Poema de Ibn Zamrak que estuvo situado en la Sala de la Barca de la Alhambra que dice: “A espadas y a la fuerza en Algeciras entraste abriendo una puerta antes cerrada”.

Poema de Ibn Zamrak que estuvo situado en la Sala de la Barca de la Alhambra que dice: “A espadas y a la fuerza en Algeciras entraste abriendo una puerta antes cerrada”.

Aben Cencind había sido el constructor del hermoso palacio que la gente llamaba Patio de los Leones, por los doce felinos labrados en piedra que sostenían el vaso de la fuente que se derramaba en cuatro canales y que simbolizaban los cuatro ríos del Paraíso. Cuando el arquitecto entró en la gran Sala de Embajadores, el rey se hallaba de pie, pensativo, mirando por el gran ventanal ajimezado el valle del río Darro y, al otro lado, el Albaicín con sus blancas mansiones rodeadas de jardines en los que sobresalían las figuras alargadas de los cipreses.

—Mi señor el sultán ha reclamado mi presencia —dijo Aben Censid para atraer la atención del abstraído emir.

Muhammad ben Yusuf abandonó el amplio ventanal y centró su mirada en el arquitecto. Aben Cencind advirtió una sombra de tristeza y de pesadumbre en el rostro del sultán.

—Diez años hace, mi buen Aben Cencind, que tomamos a los no creyentes la ciudad de Algeciras —manifestó sin mostrar emoción alguna.

—Y en el pórtico que antecede a la Sala de la Baraka, mi señor, bien que mandasteis grabar los versos del poeta Ben Zamrak que conmemoran ese gozoso episodio de vuestro reinado —señaló el arquitecto.

El sultán movió la cabeza como si dudara de la bondad de aquel relevante acontecimiento.

—Yo creía que podríamos transformar de nuevo aquel puerto en el emporio que antaño fue cuando lo poseían mi abuelo y, luego, mi padre —dijo con amargura el emir, como si hablara consigo mismo—, pero no ha sido posible hacer renacer la ciudad. Extensas son las murallas de sus dos recintos fortificados y muy numerosa y costosa ha de ser la guarnición que debemos disponer para que los cristianos no la vuelvan a conquistar.

—¿Me llamáis, señor, para que fortifique esa ciudad portuaria como un día me encargasteis que os hiciera el más bello palacio del mundo? —adujo Aben Cencind pensando que el sultán le quería mandar que acometiese las obras de fortificación de Algeciras.

—No, mi buen arquitecto. No te he hecho abandonar tu mansión en el Albaicín para que proyectes y erijas nuevas fortificaciones en esa ciudad que ya doy por perdida. Muchos dinares serían necesarios para hacer de Algeciras un enclave inexpugnable y muy numerosa ha de ser la guarnición encargada de su defensa. Gibraltar, ahora que nos pertenece, mi fiel Aben Cencind, será nuestro puerto en el Estrecho. Es una fortaleza de altura fácil de defender y poco costoso su mantenimiento. Te ordeno que viajes hasta Algeciras con un destacamento de zapadores y procedas a demoler las murallas, sacar todo lo que de valor haya en la ciudad, cegar su puerto e incendiarla para que nadie pueda volver a ocuparla.

El arquitecto de La Alhambra se quedó sin habla. Ahora comprendía la pesadumbre y la tristeza de su señor. Sin embargo, sabía que no era una medida extraordinaria el demoler una fortaleza cuando no se puede defender y se desea evitar que sea ocupada por el enemigo.

—Procede como te he ordenado —dijo, a modo de sentencia el sultán Muhammad ben Yusuf antes de tomar asiento en su trono constituido por varios almohadones de seda roja ribeteados con flecos de plata.

Aben Cencind asintió, inclinó respetuosamente la cabeza y se retiró para cumplir el imperativo mandato del sultán de Granada.

Espada de protocolo de Muhammad V con la misma inscripción que aparece en la yesería de la Sala de la Barca. Espada de protocolo de Muhammad V con la misma inscripción que aparece en la yesería de la Sala de la Barca.

Espada de protocolo de Muhammad V con la misma inscripción que aparece en la yesería de la Sala de la Barca.

Una semana más tarde el arquitecto de Muhammad V viajaba, al frente de un destacamento de doscientos zapadores, carpinteros y alarifes escogidos, escoltados por unos cien jinetes, con dirección a Algeciras para llevar a cabo la orden que le había dado el sultán. Antes de partir, había nombrado a Alí al-Rundí jefe de los zapadores encargados de las labores de demolición de la ciudad.

Al llegar a Algeciras, cuya población había sido evacuada con todo lo que las pocas familias que quedaban en la ciudad pudieron llevarse consigo, el gobernador de la plaza los recibió en la explanada que había delante de la antigua puerta del Cementerio para hacer entrega a Aben Cencind de las llaves de la ciudad antes de abandonar compungido la población.

Aquel mismo día Aben Cencind ordenó a Alí al-Rundí que acometiera los trabajos de demolición después de sacar de la ciudad todo lo que hubiera de valor: muebles lujosos, lámparas de plata y los yamures de las mezquitas, placas conmemorativas…

Acabada la labor de recuperación de todo lo que era valioso, Aben Cencind ordenó que se desmantelaran las murallas de la Ciudad Grande y las torres forradas de sillares. Los zapadores tuvieron que excavar una zanja horizontal en la parte baja del muro de unos dos codos de altura para desestabilizar la construcción. Lo mismo hicieron con las torres de flanqueo, sacando cuatro hiladas de sillares y socavando su núcleo de calicanto. Para evitar que la estructura se viniera abajo al faltarle sustentación antes de que los trabajadores hubieran acabado la labor de zapa, los carpinteros iban colocando, en el hueco dejado, pies de madera con los que se sostenían las torres y los tramos de muralla. Luego, prendieron fuego a la madera y toda la estructura ⸺muralla y torres⸺ se desplomó, quedando el recinto fortificado totalmente desmantelado e inservible.

Hasta tal punto fue arrasada la ciudad que el historiador Ibn Jaldún escribió lo que sigue: “A la mañana siguiente, Algeciras se hallaba tan arruinada como si no hubiera estado habitada la víspera”.

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