Medallas de la Virgen de la Palma | Eduardo Pérez

A una vida de goles y huesos en salazón

  • Eduardo Pérez, comerciante de la plaza de abastos y socio más antiguo del Algeciras, recibe la medalla de la Virgen de la Palma el año que cumple cien

Eduardo Pérez en el centro de la plaza de abastos.

Eduardo Pérez en el centro de la plaza de abastos. / Jorge del Águila (Algeciras)

El domingo es el día preferido de Eduardo Pérez (Gaucín, 1919). Después de ir y bañarse en Getares, va con su familia a ver jugar a su equipo: el Algeciras. Un hombre tranquilo, Eduardo se entretiene leyendo novelas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía en los quince minutos entre tiempo y tiempo. Después del partido, espera para salir el último. Sus pasos rápidos cierran el Nuevo Mirador.

Tan satisfecho está con sus planes para el último día de la semana, que Eduardo lleva con su rutina dominical desde 1954, año en que se hizo socio del club. En mayo, su Algeciras le dedicó el partido contra el Xerez CD por su 100 cumpleaños. Es el socio más veterano y su devoción por el escudo albirrojo (ya tiene el carné para la nueva temporada) le ha conseguido una medalla de la Virgen de la Palma este 2019. Probablemente, también sea el hincha que más haya recorrido para ver a sus jugadores: cuando domingo era sinónimo de viaje, su yerno Armando y él desafiaban la geografía española con un Mondeo que habían comprado para seguir al Algeciras.

Eduardo Pérez en su puesto del mercado de abastos. Eduardo Pérez en su puesto del mercado de abastos.

Eduardo Pérez en su puesto del mercado de abastos. / Jorge del Águila (Algeciras)

Pero el Algeciras solo ha sido una parte de la larga vida de Eduardo. Otro pedazo de él reside en el puesto 54 de la plaza de abastos. Allí vende encurtidos y salazones desde después de la Guerra Civil, cuando regresó de una odisea que le obligó a deambular por España tras la toma de Algeciras por los africanistas. En aquel julio de 1936, los Pérez anduvieron hasta el Gaucín natal de Eduardo buscando refugio. La huida prosiguió por la costa del Sol hasta Adra, parando en todos los pueblos del camino que tuvieran un almacén para dar comida y cobijo a los que iban corriendo.

“La historia de todas las navidades”, protesta en broma su hija Ana Mari. Los cien años de Eduardo están grabados en un discurso que el hombre sabe contar, interrumpir y reanudar con una agilidad asombrosa. Después de hablar de su vida en la mili, hace fast-forward: “En una peluquería de Alcoy que pelaban de balde, me dijo una muchacha: ¿Usted es Eduardo Pérez? Venga usted conmigo”. Era la dueña de la casa donde había estado su familia mientras él completaba el servicio militar en Toledo. “Hasta ahora se han estado queriendo”, dice su yerno.

La mujer de Pérez murió el año pasado con 93 años. Hasta el último momento iban juntos a la plaza, todos los días. Ahora, él va los lunes, miércoles y viernes. Los martes y jueves se queda en casa y se prepara el desayuno sin jamón ni salchichón: es medio vegetariano. ¿Por qué? “La alimentación es clave: hay que encontrar un buen equilibrio y no abusar de nada. De la carne tampoco, yo solo como pollo y pescado”, dice Eduardo.

Los días que le toca ir al mercado, entra y sale por la minúscula puerta del puesto con el dinamismo de un niño. ¡Y que a nadie se le ocurra intentar ayudarlo! Al hombre le gusta hacer las cosas por sí solo, desde siempre: su futuro lo labró con un carrillo que llevaba a la estación para intercambiar comida y avíos con las matuteras y luego al cine Delicias para venderlos.

Más tarde, alguien le propuso comprarse el puesto del que hablamos. Eduardo estrenó la plaza, y hoy se le esboza una sonrisa en la cara al echar la vista atrás. “Yo conocí Algeciras en 1933 con 18.000 habitantes. Todas las casas de una planta y con tejas, sin barriadas. Ir al Rinconcillo era un día de campo, todo eran chozas de juncos. Aquello hoy es una ciudad”.

El cambio ha sido grande, pero lo malo supera lo bueno. Y Eduardo no lo dice por ser pesimista, que lo es (su hija explica que le gusta decir “hoy no vamos a ganar” para después alegrarse si el partido sale bien). “Tenemos ya sindicatos, la gente ya trabaja y gana dinero. Pero nos seguimos matando los unos a los otros, siguen matando a las mujeres, y eso pesa más que lo bueno”.

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