Historias de Algeciras

El carro de don Eladio (I)

  • El popular y rico propietario local al que todos los vecinos de Algeciras conocían como don Eladio, había nacido en 1859 en la población malagueña de Casares

La parada de carruajes de la Plaza Alta.

La parada de carruajes de la Plaza Alta.

Don Eladio cerró el expediente tras estampar su firma. Aquel sería el último documento al que daría su aprobación por ese día. La mañana había sido dura. Tras los asuntos del juzgado que le llevaron gran parte de la jornada, aún le quedaban los temas pendientes en su despacho particular. Su vida transcurría entre la sede judicial sita en la calle Imperial y su bufete, abierto en el número 2 de la calle Sagasta.

Tras apartar las lentes de su cara, quedó pensativo reflexionando sobre el volumen tan grande de trabajo que generaba aquel despacho. Afortunadamente, contaba con la inestimable colaboración de su ayudante, realmente su mano derecha, Emilio Marín Leal; este fiel servidor tenía su domicilio en la Villa Vieja, donde vivía junto a su esposa. Su jefe estaba convencido de que el bueno de su pasante tenía una cabeza privilegiada: jamás se le pasaba el plazo de un expediente, sabía en todo momento en qué paso del procedimiento se encontraba cada asunto, y lo que él más valoraba: sabía perfectamente desenvolverse en el no siempre fácil mundo de los procuradores; permanentemente nerviosos, esclavos del procedimiento y sus plazos.

Mientras cogía la levita y el sombrero, colgados ambos en sus respectivos brazos de la percha que se ocultaba tras la puerta de su despacho, don Eladio pensaba en todos los importantes asuntos y expedientes que quedaban sobre su mesa esperando una pronta resolución: acá, la posible venta de una finca pendiente del acta aprobatoria del consejo de familia que velaba por los intereses de unos menores huérfanos; allá, el repartimiento de bienes de aquel importante labrador, fallecido meses atrás, y cuyos herederos -según su experiencia- en modo alguno le facilitarían su trabajo; y, acullá, el poder remitido desde la Argentina y que permitiría a quién le fue otorgado vender una propiedad en nombre del otorgante, resultando este ser él mismo.

Una vez dijo adiós a su empleado y despacho, cerró la puerta de este y dirigió la última mirada a aquel, poniendo rumbo hacía la Plaza Alta. Necesitaba estirar las piernas tras interminables horas sentado ante su mesa de trabajo. Si bien normalmente venían los carruajes a recogerle, había días como aquel, que necesitaba relajar cuerpo y mente.

Hombre sobradamente conocido y reconocido en la ciudad, comenzó a saludar a diestro y siniestro: por la derecha la pareja de municipales que se cuadraban ante su presencia, pues de él se hablaba para ocupar el cargo de Juez Municipal de Algeciras; por su izquierda, la siempre simpática y amable señora Doña Pilar González Amblard, esposa del administrador del Duque de Medinaceli, don Baltasar Urra y Martínez de la Torre, domiciliados en el número 24 de la misma calle donde Infante tenía su bufete de abogado.

Don Eladio era un hombre sobradamente conocido y reconocido en la ciudad

Tras mostrar su cortesía a tan respetable señora, saludó más reciamente al que fuera su barbero, Francisco Piña Rendón; quien, si bien tenía su domicilio en el número 5 de la calle Ánimas, su establecimiento lo tenía abierto en el 34 de céntrica calle Sagasta. Dado su buen hacer en el arte de “Fígaro”, gozaba de una más que escogida y selecta clientela local, entre los que se encontraba también por cercanía, don Eladio.

Por tanto, era muy habitual contemplar a aquel colega de Maese Nicolás (amigo de don Quijote) maletín en mano acudir a prestar sus servicios a importantes domicilios e instancias oficiales de Algeciras. A su normal clientela gustaba de atenderla en su local, donde recibidos por el canto del jilguero que cada mañana tras limpiarlo y renovarle su alpiste y agua, colocaba su jaula en una puntilla clavada en la fachada de su barbería. Entraban los parroquianos notando el fuerte olor a masajes y colonias -de calidad- provenientes de Gibraltar. Invitándoles luego a ocupar el siempre atractivo y típico sillón de barbero situado frente a un gran espejo. La espera no era nada pesada, pues durante ella no solo se comentaba por los presentes la actualidad local, sino que se hacía un fuerte repaso al “papelón” que el gobierno estaba haciendo en Ultramar, o lo difícil que se estaba poniendo la vida en Algeciras.

De regreso al paseo de don Eladio, este llegó hasta la Plaza de la Constitución. Allí se dirigió hacía los carruajes situados en su lado de levante, subiéndose a uno de aquellos “landó” de color negro. El cochero, que bien pudo haber sido Francisco Lati Pérez, domiciliado en el número 27 de la calle Baluarte; quién había adquirido recientemente su coche, compuesto de dos caballos enganchados, con sus arreos correspondientes, cerrados de edad y de pelo castaño; la cuna de 4 ruedas contaba con la posibilidad de enganchar un tercer caballo. Con el paso del tiempo y cuando por edad el popular “Lati” se tuvo que desprender del “landó”, que había sido su medio de vida, lo vendió al vecino de Algeciras José Guadalupe, quien residía en el número 2 de la calle Soria (Castelar).

La figura de don Eladio Infante era tan conocida y sus costumbres tan rutinarias que el cochero ni tan siquiera le preguntó por el destino de tan corto viaje. Por aquella época, ciertas calles del centro de Algeciras, gracias al Alcalde Manuel Sangüinety, gozaban de un adoquinado que fue colocado por el contratista local Rafael Pagüe Colino, siendo las vías afortunadas: Cristóbal Colón, General Castaños, Torrecilla (Prim), y alrededores de la Plaza de la Constitución. Este empresario algecireño sería uno de los miembros que años después se sumaron al proyecto de la Colonia Armenta que se constituyó, promovida por el líder del movimiento positivista en nuestra ciudad Antonio Armenta; siendo el lugar escogido para ubicar la citada colonia, el conocido y bonito paraje del Bujeo, colindante con el término municipal de Tarifa.

Si bien la presencia del reseñado adoquinado representaba una imagen de progreso para nuestra ciudad, para el colectivo de cocheros formado, entre otros, por: Pedro Barca, el citado Francisco Lati, José Benítez o Francisco Hernández, este último domiciliado en la calle Montereros; supuso una grave inconveniencia para el habitual tránsito de sus vehículos por Algeciras. El agarre al suelo de las manos y patas de los animales, y el continuo traqueteo en las ballestas de los carruajes, producido por la superficie lisa y dura del adoquinado, no facilitaba precisamente el manejo de “bestias y vehículos”. Recientemente había ocurrido un accidente motivado por la pérdida del control de un cochero sobre su vehículo: ”Un carruaje atropelló en la esquina de la calle Sacramento y Santa María, en la mañana del Jueves, á una vendedora de almejas y á una niña pequeña, produciéndolas algunas contusiones, aunque por fortuna no fueron graves”.

Adoquinado y pendiente en calle Torrecilla (Prim). Adoquinado y pendiente en calle Torrecilla (Prim).

Adoquinado y pendiente en calle Torrecilla (Prim).

Sabedor el cochero de la ubicación del domicilio (extramuros), de su selecto pasajero; como también era conocedor del peligro de las pendientes adoquinadas de la ciudad de Algeciras, puso rumbo en dirección hacía la Villa Vieja, evitando las siempre peligrosas, calle Real, Torrecilla, y en menor medida, la calle Larga. Optando por calle Carretas y atajar por la calle Alta, saliendo al Secano, frente al caserón donde años después se instalaría el pequeño hotel que sería propiedad de Francisco de Paula Moreno. Después sería fábrica de curtidos propiedad del también vecino de nuestra ciudad Miguel Muñoz. Y hoy, edificio anexo a la iglesia de Ntra. Sra. del Carmen.

Una vez tomada la esquina de calle Real con Castaños, y dejado atrás la casa de Narciso García, que posteriormente este vendería a Manuel Fillol; enfiló el carruaje hacia el poniente, buscando la esquina de la farmacia de Cumbre con calle Larga o Cristóbal Colón. Obligado a transitar a marcha lenta, al llegar a la esquina con calle Alta, donde se ubicaba la conocida como Casa del Marqués (por ser propiedad del marqués de Piedrabuena, siendo su administrador en Algeciras el procurador Federico de la Torre Cataño). El cochero desde su pescante, tiraría del freno y bocados del tronco de caballos para, lentamente, girar hacia el sur. Una vez frente al callejón de Catana o Sucio, servidumbre de paso con calle Las Huertas, franqueada por las viviendas de Catalina Díaz Madueño (al parecer, Catana, nombre familiar de Catalina), giraría otra vez hacía poniente buscando la ronda o Secano.

Fuera de la población en dirección sur, dejando a la derecha la calle Ramón Chíes o camino de la Molinilla; y a la izquierda o levante la plazoleta de la Caridad, y una vez atravesado el puente junto al Matadero Municipal, pronto llegaría el esforzado cochero, hasta villa “Solita”, domicilio privado de su importante pasajero don Eladio Infante de Salas.

El popular y rico propietario local al que todos los vecinos de Algeciras conocían como don Eladio había nacido en 1859 en la población malagueña de Casares. Hijo de Pablo Infante y Antonia Salas, tras cursar sus estudios de Derecho se afincó en nuestra ciudad, contrayendo posteriormente matrimonio en 1889 -cuando él contaba con 30 años de edad-, con la vecina de San Fernando de 17 años, Doña María Luisa Rozo y Tiscar, nacida en 1872. La esposa de don Eladio era hija de una familia perteneciente a la burguesía isleña compuesta por el padre Rafael Rozo y la madre Matilde Tiscar; y los que a su muerte, le dejaron en herencia varias propiedades tanto en la antigua Isla de León, como en la capital de la provincia. Por su parte el eminente abogado casareño también provenía de una importante familia acomodada de aquel municipio, sus padres contaban con propiedades no solo en el propio término municipal de Casares, sino también en el vecino municipio de Manilva.

Tras establecerse en Algeciras, la familia creada por los cónyuges Eladio y María Luisa, creció con la llegada de siete hijos, a los cuales les impusieron por nombres: Emilio, Rafael, Antonia, Matilde, María Luisa, Isabel y Dolores Infante Rozo. Hombre muy hogareño y gran amante de su gran clan, hizo recoger en su documentación privada la siguiente frase: “Como esposo y como padre, nadie ha podido superarme en felicidad gracias a Dios y a las bondades de mi querida familia”.

Continuará

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