El Convento de Nuestra Señora de la Merced (y II)
MONUMENTOS Y EDIFICIOS HISTÓRICOS DE ALGECIRAS
En la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Palma se veneran varias tallas que pertenecieron al desaparecido Convento de Nuestra Señora de la Merced
Como se indicó en el artículo anterior, el primer convento de Nuestra Señora de la Merced de Algeciras se fundó en 1345, al año siguiente de haberse tomado la ciudad a los musulmanes. Cuando en el mes de octubre de 1369 los granadinos asaltaron y conquistaron Algeciras a los castellanos, los frailes mercedarios tuvieron que abandonar la ciudad llevándose consigo la imagen de la Virgen de la Merced que estaba entronizada en el altar mayor y se trasladaron a la vecina casa conventual de Jerez de la Frontera. Habría, pues, que esperar al renacimiento de la población en las primeras décadas del siglo XVIII para que Algeciras fuera, de nuevo, un lugar adecuado para el asentamiento de órdenes monásticas, aunque en esa ocasión se establecieran para llevar a cabo otras funciones al margen de la labor redentora.
El convento, que luego fue de los mercedarios calzados de Algeciras, se erigió, en un principio, sobre la vivienda donde residía el Capitán Ontañón, en la calle Imperial, que ocupaba el espacio existente entre la actual plaza de la Merced y la fachada de la Casa Consistorial, por el Oeste. Además, contaba con un solar sin edificar situado sobre una suave pendiente entre la parte trasera de la casa y el acantilado donde luego se formó la calle Munición o de la Munición. El encargado de diseñar las trazas del Convento fue el maestro Fray Joseph Baz.
La iglesia, de planta de cruz latina, constituida por tres naves más el crucero, se construyó en la parte septentrional de la vivienda, con la fachada frontera a la embocadura de la luego sería calle San Antonio. El testero era plano. En el lado meridional se localizaban las cuatro crujías ―más una central que dividía el patio en sentido Norte-Sur― que habilitaba un doble claustro. En la parte oriental, hasta la calle Munición, se construyó, probablemente durante la reforma de 1748, otro edificio de planta cuadrada formado por otras cuatro crujías que rodeaban un extenso patio. Este segundo claustro sería el que ocuparía, después de la desamortización y expropiación del edificio por el Gobierno Liberal, la Compañía de Escopeteros de Getares, como se ha referido en un artículo anterior. Todas las cubiertas eran de tejas árabes a dos aguas, exceptuando los techos de la naves laterales de la iglesia que eran a un agua y el espacio cupular que cubría la intersección de la nave central con el transepto que era un tejado a ocho aguas. A mediados del siglo XIX, Pascual Madoz escribe que “la iglesia está abierta al público como ayuda de parroquia con un capellán que la sirve sin sueldo. Se compone de tres naves, de piedra y ladrillo, con crucero de mediana arquitectura. Su longitud es de 141 pies castellanos (40 metros), su anchura total de 60 (17 metros) y su mayor elevación en la cúpula de 63 pies (18 metros). Tiene 12 altares y retablos sin mérito, y sus alhajas y ornamentos son escasos”.
La fachada de la iglesia estaba retranqueada con respecto al plano del resto del edificio, presentando una excelente vista desde la calle San Antonio. Mostraba una composición muy sobria con una sola calle rematada en su frontis con molduras barrocas en la que se abría la puerta, muy similar a la de la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Palma. Estaba enmarcada por dos pilastras de piedra con dintel del mismo material que sustentaba un segundo cuerpo pétreo con hornacina que culminaba en un frontón curvo con tres jarrones. Sobre ellas se abría un óculo que, junto con las ventanas situadas a ambos lados de la hornacina, debieron proporcionar luz a la iglesia. La puerta citada y las pilastras laterales estaban flanqueadas por dos contrafuertes que servían para contrarrestar el empuje de los arcos formeros que dividían las naves. Destaca la blancura de la pared de la fachada enjalbegada con el color ocre de la parte construida con piedras labradas en los elementos que enmarcan la puerta y la hornacina. La parte más vistosa y, sin lugar a dudas, la más fotografiada del conjunto arquitectónico conventual, era su espadaña, de clara filiación barroca, similar a las espadañas que se conservan en otras tantas iglesias conventuales de Andalucía, siendo el paralelo más cercano la de la iglesia del Convento de la Almoraima, edificado en 1603 por la Condesa de Castellar, doña Beatriz Ramírez de Mendoza, para una comunidad de mercedarios descalzos. Sirve de articulación entre el edificio conventual y la iglesia, al estar colocada perpendicularmente al plano de la fachada, elevándose en la parte sur de ésta con buenas vistas desde la calle Imperial, hoy Alfonso XI. Estaba constituida por dos cuerpos, el inferior con dos vanos para las campanas rematados con arcos de medio punto y el superior por uno que culmina en un frontón triangular que tuvo pináculos acabados en bolas cerámicas, aunque éstas habían desaparecido a principios del siglo XX. El cuerpo inferior sostenía en los extremos sendas volutas y pináculos con bolas que sí se conservaron hasta la demolición del edificio a finales de la década de los cincuenta del citado siglo, pues aparecen en las fotografías conservadas hasta los años cuarenta.
A raíz de las reformas realizadas en el edificio en 1748, cuando se erigió una nueva iglesia conventual más amplia, se concedieron espacios en las naves laterales para establecer capillas funerarias privadas, autorizándose a personajes destacados de la ciudad a dotarlas como lugar de enterramiento en número de doce y a la construcción de sus respectivos retablos. Algunos de los poseedores de dichas capillas con sus advocaciones eran: Felipe Alonso de Coxesses, teniente coronel del Regimiento de Inválidos de Andalucía, cuya capilla estaba dedicada a Nuestra Señora de los Dolores; Francisco de Santa María y Mena, escribano público, con capilla dedicada a la Pura y Limpia Concepción de María; Bernardo Toral y Herrera, sargento mayor del Regimiento de Inválidos, a San Serapio; Antonio Machado poseía la de las Ánimas Benditas; José González disponía de una capilla dedicada a Nuestra Señora de Europa y Ana del Castillo otra dedicada a San José, en la que debió estar entronizada la imagen del Santo Varón, esposo de la Virgen María, hoy ubicada en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Palma.
Cuando la iglesia conventual dejó de cumplir su función y se cerró al culto, el ajuar religioso que le pertenecía (copones, cálices, portapaz, custodia, relicarios, etc.) y otras alhajas, así como las imágenes sagradas que se veneraban en las diferentes capillas, se repartieron entre otros templos de la ciudad. En la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Palma se veneran varias tallas que pertenecieron al desaparecido Convento de Nuestra Señora de la Merced: un santo mercedario, posiblemente San Pedro Nolasco, que ha sido repintado y transformado para adaptarlo a la nueva advocación de San Bernardo, patrón de la ciudad y de la comarca; una talla de San José con el Niño; una Inmaculada Concepción, bastante menor que el natural, y un santo franciscano, probablemente San Antonio o San Diego de Alcalá. Esta imagen se halla actualmente depositada en el Museo Municipal de la ciudad.
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