Campo Chico | Obituario de Flores el Gaditano

Flores el Grande

  • La historia de Flores es la de una Algeciras que ha crecido hasta hacerse grande, como él mismo ha sido

  • Gracias a Dios, Flores ha vivido lo suficiente para que unas cuantas generaciones de algecireños le conocieran

Alberto Pérez de Vargas, Inmaculada Nieto y Flores el Gaditano, en 2009

Alberto Pérez de Vargas, Inmaculada Nieto y Flores el Gaditano, en 2009 / E. S.

No puede decirse que fueran buenos los tiempos en los que María (Lara) y José (Ruiz) tuvieron a Florencio, uno de sus quince hijos, en una modesta vivienda de un patio de vecinos, frente al hospital de La Caridad. No sé qué tal hacía aquel 7 de noviembre de 1921, pero dos o tres años antes, la buena gente sobre todo, y la mala también, tuvieron que enfrentarse con una pandemia aún peor, más sangrienta, que esta de ahora y con pocos instrumentos para la defensa. Ese mismo año, en el mes de febrero, Algeciras sufrió un temporal de esos que no se olvidan y, ya en verano, al otro lado del Estrecho, miles de jóvenes españoles eran víctimas de uno de los episodios más sangrientos de tantos como se vivieron en las guerras coloniales del norte de África: el desastre de Annual.

Flores, muy pronto, como suele ocurrir en estos casos, pensó en ser torero. Lo intentó, como hizo con el ciclismo y el boxeo. Se lo confesó a su vecino y amigo en su casa de la Bajadilla, a Crescencio Torés y este, que sabe mucho de toreros, se puso a escudriñar en el Cossío, la monumental enciclopedia de la Tauromaquia. Y se encontró con lo que sigue (Vol. 7, pág. 728): Florencio Ruiz Lara Flores El Gaditano (Algeciras, 1921) Se desenvolvió como novillero sin picadores en los ruedos de San Roque, Tarifa, su ciudad natal y alguna localidad del campo salmantino. El miedo se impuso a sus buenas maneras taurinas, en las que apuntaba un prometedor estilista.

Como cantaor de flamenco, ha grabado en once sellos discográficos españoles y actuado en toda España e Hispanoamérica, Francia, Bélgica, Suiza y otros países europeos. Al margen de sus interpretaciones ortodoxas, fue uno de los primeros movilizadores del humor en el cante. Tanto es así que en una revista de la tierra, el semanario Algeciras (núm. 75, 11/10/1958), Agustín Moriche inserta una entrevista con Flores (cuando tenía 36 años y el Qué bonita, grabada en 1951, sonaba por todas partes) bajo el titular: “Flores de Algeciras, matador de toros”, en la que el periodista, conocedor de la personalidad del entrevistado y con la sorna que caracterizaba a ambos, le interpela: “¿Pero tú has toreado alguna vez?”. “Sí, cuando era joven –responde Flores− y ahora practico para dar la sorpresa en la primera ocasión que surja”.

Flores probó con el ciclismo, pero no era lo suyo. Se le quitó la afición en una ida y vuelta a Tarifa cuando, estando de regreso, el levante –lo cuenta él mismo− le sacó de la carretera. Fue churrero y probó el boxeo, pero ya en el primer combate, le tocó un mal rival al que llamaban el feo: “Nada más empezar me dio una piña y me tiró a la lona. Yo oía al árbitro que me contaba, uno, dos, tres… y le dije, ya puedes contar hasta dos millones porque yo no me levanto de aquí hasta que no se vaya el feo”.

Flores el Gaditano Flores el Gaditano

Flores el Gaditano / Juan Moya

Finalmente, el escenario de un café cantante, el Café Piñero de Andrés Pizarro, que rodeaba la esquina más al este de la calle Ancha con el Calvario, abrió el horizonte para tres amigos de la misma edad, más o menos: Manuel Molina el encajero–cuyo hijo, del mismo nombre, sería pareja de Lole, en un dúo sublime−; Juan Pantoja, uno de los patriarcas de la saga de los Chiquetete, padre de Isabel Pantoja; y Florencio Ruiz Lara, los tres algecireños a nativitate y los dos primeros gitanos. Ya antes, Flores, había tratado de formar dúo con el gran cantaor sanroqueño, Roque Montoya Jarrito, amigo entrañable con el que frecuentaba el Bar El Lechero, en la popularmente conocida calle Málaga. Precisamente en el año de nacimiento de Flores, 1921, la parte donde se ubicaba ese bar pasó a llamarse Coronel Moscoso. Un conocido paisano sanroqueño, José Mellado Jiménez, asegura haber cantado con Flores en ese sitio, muy popular entonces y ya desaparecido. Tuve la suerte de conocer a Roque a través de su hermano Antonio, junto a mi padre, siendo yo estudiante, en el madrileño Corral de la Morería.

El Piñero era un lugar familiar, en el límite norte de la ciudad cuyo centro histórico acababa en el Calvario, frente al parque. La expresión “detrás del parque” se empleaba para aludir a lo despoblado y lejano. En donde hoy está el edifico de los sindicatos, pegado a la entradita que conduciría hasta el monumento dedicado a Flores, hubo con anterioridad a estos aconteceres un teatro llamado Variedades, del que da cuenta y razón José María Contreras en las páginas digitales de AEPA 2015. Un local que desempeñó una función social importante y que fue destruido por un incendio. Años después, la parcela en donde estuvo instalado, la adoptaría el Piñero para organizar, llegado el buen tiempo y en los fines de semana, espectáculos al aire libre. Llegué a conocerlo en mi primera infancia y recuerdo a un cantor melódico que no era de por aquí y servía de telonero a cualquiera de las figuras que traían para animar la caída de la tarde y la llegada de la noche del sábado. Se llamaba Daniel y se atrevía con cosas así como los doce cascabeles o la ovejita lucera de Tomás de Antequera, que fue contemporáneo y amigo de nuestro Flores.

Muy pronto, pensó en ser torero. Lo intentó, como con el boxeo y el ciclismo

La noche festera de Algeciras oscilaba entre lo prohibido de la calle Munición, a espaldas de la calle Convento y por encima del Campo Chico, en donde sufrió lo suyo Miguel de Molina, recién llegado de Málaga; la noche, socialmente tolerada y frívola, del Pasaje Andaluz o del Bolonia, frente al Instituto, junto al legendario bar Centenario, y ya casi en la curva que llevaba al Hotel Garrido; y la tarde noche de solaz, del sábado de la gente sencilla con no muchos posibles, del Piñero. La burguesía, más bien escasa, disponía del Club Náutico y del Cristina para según qué alargar la jornada o disfrutar de los sábados tarde y los domingos, pasando previamente por Los Rosales donde una tortilla de patatas legendaria preparaba al cliente para afrontar lo que hiciera falta. Los niños teníamos de sobra con la Plaza Alta o el parque, y los adolescentes con su paseo de la tarde del sábado por la calle Ancha y el callejón del Ritz.

Donde hubiera fiesta había trabajo para los que andaban trampeando buscando un hueco. Para los guitarristas buenos como Antonio Sánchez, el padre de Paco, y para los intérpretes de la copla, que en la comarca abundaban. También estaba la Acera de la Marina para los músicos que no tenían un puesto en la plaza o algún trabajillo en la economía sumergida. Las terrazas de los numerosos bares de por allí y el nervio compartido por los vendedores de plumas Parker o de medias de nylon vivían felices en el trasiego de transeúntes, y los músicos animaban el cotarro creando un ambiente de arriba los corazones que para ahora lo quisiéramos. Para ya metidos en los años cincuenta, Los Gaditanos era un conjunto de lujo, fuera del alcance de donde ellos mismos vivieron cuando empezaban. A lo sumo, podía vérseles en el Casino Cinema, en días de vino y rosas y en algunas de las compañías punteras del momento.

Presentación de la 'Historia Plaza de Toros de Algeciras' Presentación de la 'Historia Plaza de Toros de Algeciras'

Presentación de la 'Historia Plaza de Toros de Algeciras' / Juan Moya

Cuenta Crescencio que, aspirando a formar parte de elenco artístico de la madrileña sala Casablanca, cuando apenas si acababan de dejar el Piñero y sin haber decidido el nombre artístico que adoptarían, el empresario les preguntó con qué nombre tendría que anunciarles. “Pues, mire usted, −contestó Flores− todavía no nos lo hemos puesto, le parece Los Especiales o Los Algecireños". “No me suenan…¿pues no sois de la provincia de Cádiz?, ya está: Los Gaditanos”. Como no estaba la tela para buscarle las costuras, Molina, Chiquetete y Flores, debieron mirarse a modo de asentimiento tácito…y nació el primer trío flamenco del que tenemos noticia. Corría el año 1950 y pronto grabarían el Qué bonita que es mi niña, una milonga que cantarían algunas de las primeras figuras de la copla y convertiría a Los Gaditanos en línea de cartel y en una referencia inevitable del momento.

En su faceta de narrador, incluso de novelas del oeste o de contenido mágico o religioso, se dio una vez la oportunidad de que yo tuviese el privilegio de presentarle un libro: Historias y cuentos, que también prologué a petición suya. Aquel acontecimiento ¿cómo no? tuvo su anécdota. Fue en feria, la del 2009. Acordamos que sería el viernes 26 de junio, cuando la caseta le rendiría homenaje a Ramón de Algeciras, fallecido en el mes de febrero. Ejercía de relaciones públicas el maestro peluquero más guapo del orbe cristiano, Paco Ocaña, casado con una diosa de la belleza que se llama Amalia y buen especialito. Tuve que aplazar una reunión de alto nivel, porque Paco no le daba cancha a ningún cambio. Llegué de Madrid ese día y hacia las siete de la tarde –la presentación era a las ocho− me fui para la caseta Loz der pueblo. El acto, detenido en el tiempo por la cámara del admirable Juan Moya, sería presidido por nuestra querida Inmaculada Nieto, hija del inolvidable Pepe Luis y concejal delegada de Cultura. Pero el portero de la caseta no me permitía acceder a su interior, era la cena de socios. Le expliqué de qué se trataba, pero na de na, no había nada que hacer. Mi sorpresa aumentó cuando vi llegar a Flores: a él tampoco le dejaban entrar. Sólo en Algeciras pueden darse estas cosas. Enseguida llegó Paco acompañando a Inmaculada y se acabaron los problemas.

Gracias a Dios, Flores ha vivido hasta casi cumplir un siglo en buenas condiciones. Eso ha supuesto la oportunidad para unas cuantas generaciones de algecireños de haber tenido alguna relación con él, alguna noticia de él, algún conocimiento de su capacidad creativa y de su historia, que es la historia de una Algeciras que ha crecido hasta hacerse grande, como él mismo ha sido. Desde aquel 1921 cuando nació, nuestro Flores de Algeciras ha sido testigo, como nadie, de nuestras sombras y de nuestras luces. De aquel pueblo de veinte mil habitantes de su infancia a este de hoy día, con todas las previsiones asaltadas y superadas. Desde la Iulia Traducta o Tingentera (la otra Tánger) y Portus Albus hasta la al Yazira al Jadra o su castellanización: Algeciras. Judía, mora y cristiana, este maravilloso don de Dios que es la comarca, se ha beneficiado de tener hijos excepcionales, brillantes y cargados de creatividad; con mucho arte, en fin. Como nuestro Flores, al que le viene el sobrenombre artístico, de una puntual y circunstancial casualidad. Cantaor y poeta, conocedor del cante, de todos los palos del cante, de todos los matices del fandango, narrador, letrista, conferenciante y poseedor de esa chispa del genio que se une al misterio y al duende de su tierra andaluza.

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