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Botafuego, latas y carnavales

Campo chico

Fue Pascual Foncubierta, una persona muy estimada en Algeciras, quien dio la señal de salida en los años noventa

La iniciativa encontró, posteriormente, en el alcalde Patricio González el apoyo institucional decisivo

La Torre de Botafuegos. / Erasmo Fenoy
Alberto Pérez De Vargas

15 de enero 2023 - 03:00

Hace unos días, en la víspera del Día de Reyes, ha tenido lugar el que sin duda es el más brillante arrastre colectivo de latas de nuestra historia. Se trata de una costumbre que ya parece extenderse a parte de la comarca, que puede llegar a ser una tradición y que no sólo constituye un acontecimiento social importante sino que además tiene el valor añadido de afectar a toda la familia.

El ingenio y la creatividad de las gentes de estas tierras han enriquecido el arrastre, ya multitudinario, con la modelación de figuras y objetos de la más variada inspiración, donde la lata es la referencia. No puede desearse nada mejor que conseguir reunir a las familias, en un encuentro con vecinos y paisanos para el ilusionante propósito de alejar a los fantasmas del miedo y celebrar juntos el milagro de la vida, de la convivencia y de la esperanza. Gran cosa pues esta ceremonia social que debiera protegerse, promocionarse y registrarse como y en doquiera que sea oportuno hacerlo.

Los más viejos hemos podido escuchar testimonios de personas que pasaban de los setenta años, cuando nosotros éramos adolescentes, que nos aseguraban que el arrastre ya lo hacían sus padres cuando eran niños, para llamar la atención de los Reyes Magos de Oriente y animar a su generosidad para con ellos. Podemos pues estar seguros de que en el último tercio del siglo XIX se arrastraban latas en Algeciras en la víspera de Reyes.

La ya arraigada costumbre, con la belleza añadida por el buen gusto de muchas familias y la maravillosa alegría e inocencia de los niños ha sido, no obstante, colectivizada muy recientemente. Siempre, hasta hace cuatro décadas más o menos, el arrastre fue algo que se hacía en la calle en la que se vivía o en sus alrededores, en la Plaza Ata, como centro neurálgico de casi todo, camino del parque o a lo ancho de El Calvario (hoy Avda. de Blas Infante). No se disponía más que de pequeñas latas de conserva de pescado y cacerolas inservibles, así que en los últimos años cuarenta y primeros cincuenta, la costumbre había decaído considerablemente. Juan Ignacio de Vicente, que recuerda haber conocido por primera vez una lata de cerveza hacia 1979, propuso poco después la recuperación del arrastre, en un artículo publicado en la prensa local. Silvia Alonso Ubierna, concejala delegada de fiestas en la primera corporación constitucional de 1979, se hizo eco de la sugerencia, pero la iniciativa no tuvo todavía el éxito requerido para cuajar entre las actividades lúdicas de Algeciras. Por aquellas fechas, actuó de rey mago el inolvidable José Luis Villar, que llevó atada una lata a su carroza real en la cabalgata de Reyes. Los grandes éxitos de nuestra querida Silvia fueron sobre todo, la espectacular socialización de la Feria y la creación del Carnaval Especial, cuya brillantez en su tiempo alcanzó cotas inesperadas.

El Carnaval Especial

Antes de 1936, los carnavales en Algeciras no pasaban de ser una fiesta callejera en torno a la Plaza Alta, la concurrencia de unas cuantas murgas y numerosos bailes de disfraces en sociedad, que eran el pan y la sal de la época. El Círculo de Bellas Artes, en la Plaza Baja, el Círculo Mercantil en la Plaza Alta, el Salón Imperial o Villa Latas, junto al parque, El Kursaal, en el Chorruelo, el Casino de Algeciras, el Café Hércules, donde estaría la espléndida zapatería La Ideal, haciendo esquina con el callejón Bailen, y toda la hostelería en donde se disponía de una sala que ofrecer eran los puntos calientes de esos pocos días anteriores –como debe ser– al Miércoles de Ceniza. Con todo su significado de antesala de la Cuaresma: Carnevale, origen de la palabra, es una contracción de carnem levare, eliminar la carne. La Tía Anica, en su casa del número 1 de la calle Sacramento, era la diseñadora de disfraces por excelencia y adonde se acudía para alquilarlos.

El régimen político que inició su andadura en 1939, prohibió los carnavales. Ponerse un disfraz rayaba en delito, se alegaba que algunos delincuentes aprovechaban la ocasión para asaltar al viandante, pero la razón radicaba en el valor que se daba al orden y a la corrección entendida como tal, por la escasa burguesía vigente. La capacidad de liderazgo de Silvia Alonso, su voluntad de servicio y su entrañable cercanía a la familia de Juan Ignacio de Vicente Lara –es ahijada de Carlos Moisés, el padre del maestro– hacían providencial su pertenencia al Gobierno municipal. Su mano derecha, José Antonio Fernández Sánchez, era un funcionario perteneciente a aquellas promociones del Instituto egresadas en los últimos años cincuenta, que vivió su niñez en el cruce de la calle Sevilla con San Antonio, a pocos metros de la legendaria Escuela de Artes y Oficios Artísticos, una institución profundamente arraigada en la sociedad algecireña. Con Silvia se crearon los nuevos Carnavales de Algeciras, inspirados en los de la capital. No era una refundación sino una verdadera fundación.

Nunca pude imaginarme una belleza como la de la diosa, Amalia, compartiendo olimpo con Paquito Ocaña, peluquero y maquillador de finos modos. Ni tampoco un dios momo de la burla y el sarcasmo, rescatado por los gaditanos de la mitología griega, tan a la medida del cargo, como José Luis Villar, el ceramista de manos de oro que un día recaló en el punto alfa de la vieja carretera de El Rinconcillo, o como Lorenzo Turrillo, el Turri, o como José Pérez Escribano, el Titi; como todo aquel espléndido elenco de genios a tu alcance. Ni pude pensar que existieran pregoneros como El Alemania, El Abuelo Porretas, Jesús Melgar, Juan Casal, María Luisa Rondón o Juana Mari Moreno. No da la imaginación para recrearse en tantas figuras notables creadas, rescatadas o adaptadas por el ingenio infinito de esos maravillosos actores de una escena en la que sólo ellos pueden interpretar los papeles. Don Cristóbal Delgado Gómez, cronista oficial de Algeciras entonces y durante muchos años, pronunció el primer pregón del Carnaval Especial en el Salón de Plenos del Ayuntamiento, el día 26 de febrero de 1981 a las veinte treinta horas, y dijo, entre otras cosas, que “devolver a los pueblos sus tradiciones es un acto de generosidad que merece la gratitud de todos”.

Botafuego

En lo que respecta a la palabra botafuego, es –si nos atenemos a las acepciones prescritas por el Diccionario de la Real Academia– una “varilla de madera en cuyo extremo se ponía la mecha para pegar fuego, desde cierta distancia, a las piezas de artillería” o también, coloquialmente, una “persona que se acalora fácilmente y es propensa a suscitar disensiones y alborotos”. No obstante, es como se llama un riachuelo que mantiene su curso al noroeste de Algeciras y desemboca en el río Palmones; lleva ese nombre desde tiempos inmemoriales. Curiosamente, Botafuego Fast Food es un establecimiento de comida lista para tomar o llevar (comida rápida), muy popular en Cali (Colombia), cerca del estadio Pascual Guerrero (o de San Fernando), centro de uno de los complejos deportivos más importantes de Hispanoamérica. Botafuego no es, sin embargo, una denominación que se prodigue más allá de las heredadas del nombre del río, en los aledaños del Monte de la Torre. Así se alude al penal, al cementerio o al (controvertido) club hípico que tantos disgustos generó a su promotor, José Galán. También es el nombre de una pequeña calle en las afueras de Valladolid, en el barrio de La Pilarica, y el de una cadena de academias de baile en las principales ciudades de Costa Rica, que han adherido las palabras “bota” y “fuego” para componiendo BotaFuego insinuar la intensidad de los ritmos que se enseñan en sus salones. En algún momento a la palabra le han colocado una ese y aun no siendo muy dados a pronunciar las eses finales, se nos ha quedado así como si fuera cosa propia.

Una torre vigía andalusí del siglo XIV, en el término municipal de Los Barrios, preside un entorno de gran belleza paisajística. Probablemente se debe a Ángel Sáez o a Antonio Torremocha o a ambos, prestigiosos investigadores y divulgadores de nuestro patrimonio, que ahora se le aluda como Torre de Botafuego. Es un lugar de ensueño, cruce de rutas y senderos, constituido en punto de referencia para las excursiones que se organizan desde los núcleos urbanos próximos. Hay quién dice, por otra parte, que hubo un marino genovés, llamado Bartolomé Botafuego, que combatió duro en las huestes cristianas contra el islam y recibió esas tierras como prueba de gratitud. En las proximidades de la Garganta del Capitán –un paraje mágico– está el Llano de las Tumbas y el Arroyo del Galeón, que animan a la imaginación a agitar leyendas fantásticas de piratas, corsarios y navegantes de fortuna que recalarían por estos andurriales y se quedarían en ellos para siempre. También se cuenta –con cierta sorna– que los soldados que sirvieron al rey Alfonso XI en el sitio y conquista de Algeciras, acabaron tan agotados, después de veinte meses de asedio, que se desprendieron de sus armaduras y las llevaron arrastrando hasta las entrañas de la ciudad conquistada, sembrando ya la inspiración de los ruidosos arrastres de latas que muchos años después harán sus habitantes.

Los arrastres

Fue Pascual Foncubierta, una persona muy estimada en Algeciras, coleccionista de toda clase de objetos y de historias, que tuvieran que ver con su ciudad, quien dio la señal de salida en los años noventa, convocando desde la asociación de vecinos que presidía, la AA VV Virgen del Carmen del Saladillo Viejo y Pescadores, un arrastre de latas colectivizado para el día 5 de enero. Su iniciativa encontró, posteriormente, en el alcalde Patricio González el apoyo institucional decisivo. El andalucismo político, debatiéndose entre los personalismos que acabarían con su existencia, estaba en un relativamente buen momento, sobre todo en Algeciras, adonde Ángel Luis Jiménez Rodríguez con su hermano y un pequeño grupo de colaboradores, habían generado en los años de la Transición anteriores a las primeras elecciones municipales, un ambiente favorable a la formación de una conciencia política andalucista. De hecho, el PSA fue votado por algo más del 15% del electorado (4.703 votos sobre 30.373 votos válidos emitidos) y alcanzó 4 concejales, 2 menos que el PSOE. Aún faltaban dos comicios para después de una larga temporada baja, llegar a los de 1987, cuando en el ya renombrado Partido Andalucista (PA), emerge la figura de Patricio González. En 1991, el PA obtiene 8 concejalías y en noviembre de ese año protagoniza una moción de censura, apoyándose en el PP, liderado entonces por Luis Ángel Fernández, que arrebataría al PSOE la Alcaldía y convertiría en Alcalde de Algeciras a Antonio Patricio González García, sobre una coalición contra natura con el PP, que dejó en la demolición de La Escalerilla una penosa herencia.

El alcalde Patricio González sugeriría en los comienzos del nuevo siglo, a Juan Ignacio Pérez Palomares; maestro de Primaria, escritor y experto en literatura infantil, autor de Los cuentos de tradición oral en el Campo de Gibraltar (Almoraima 16, 1996); la elaboración de una historia alrededor de la ya generalizada costumbre de arrastrar latas en la víspera de Reyes. Pérez Palomares, algecireño de nacimiento, acometió la tarea, ayudándose de las habilidades artísticas y la experiencia de Nono Granero, y entre los dos confeccionaron el cuento ilustrado El gigante Botafuegos –con su ese añadida– publicado con fecha 1 de enero de 2002, por la ya desaparecida Fundación Municipal de Cultura José Luis Cano. Granero es un andaluz de Úbeda, formado en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Granada, ilustrador, autor y narrador de gran prestigio en el universo de la literatura infantil. Palomares y Granero crearon la figura literaria de un gigante más que jartible, un ciezomanío empeñado en hacerle la puñeta a los niños de Algeciras y en espantar a los Reyes Magos, sumiendo la ciudad en una densa niebla cuando a punto están de dejarles sus regalos. Al libro le han seguido representaciones teatrales y musicales, que han ido mejorando con el tiempo y el trabajo de sus protagonistas. La actual Alcaldía ha abrazado con verdadero entusiasmo la recreación del hábito popular, más en este año electoral del que cuelga esa condición que lo hace oportuno para dar lustre a la imagen de los próceres y mostrar al pueblo la bonanza y entregada disponibilidad de sus regidores.

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