Paseos por Fez | Críticas

La ciudad de la sabiduría

Un hombre trabaja el cobre en la medina de Fez en la actualidad.

Un hombre trabaja el cobre en la medina de Fez en la actualidad. / Gabriel Luengas / EP

"Regresé a Fez en mayo de 1913. En el Hotel de Francia, en el fondo de la callejuela, cerca de la Bu Inaniya, aún se puede contemplar a través de la puerta el trayecto de la bala que mató a la anfitriona del hotel. Sin embargo, el jardín está lleno de flores y del canto de los pájaros. El sol da a las paredes blancas mayor brillo y las ventanas enrejadas se abren hacia esta sonriente primavera", escribió Marc de Mazières sobre una de sus estancias en Fez, particularmente su retorno a la ciudad marroquí un año después de la rebelión de las tropas jerifianas que provocó la firma del Protectorado Francés de Marruecos.

La fascinación ante la belleza, pero también la extrañeza y la inquietud, asoman por las descripciones que Mazières hace en Paseos por Fez, un libro que su autor publicó en 1933, en el que recorría las calles y rincones pero también la Historia de este lugar, prestando especial atención al impacto que causó en los viajeros que lo visitaban, y que ahora publica la editorial Almed con traducción y preámbulo de la investigadora Aziza Benani, doctora honoris causa por las universidades de Lyon y Granada.

El volumen, ilustrado con numerosas fotografías y que incluye extractos dedicados a Fez de la Descripción general de África del viajero, militar e historiador granadino Luis del Mármol Carvajal, se adentra en la ciudad medieval más grande del norte de África, un laberinto que Mazières transita embriagado por los olores, las sensaciones y los recuerdos. En el repaso a su esplendoroso pasado, el escritor hace hincapié en el componente religioso de su creación, cuando la fundó, en el año 805, Idris, "hijo de Abd Allah, quinto descendiente de Alí, el yerno del profeta", quien "se detiene en un valle muy frondoso, totalmente cubierto de árboles con frutos abundantes y variados que descendían hacia el río Sebu". En los márgenes de esas aguas se levantarán en un principio dos urbes: los que huían de "los rigores de los califas de Córdoba" y dejan la España musulmana habitan Adwa el-Andalus; inmigrantes procedentes de Túnez conforman Adwa el-Qarawiyyin.

"La gente de la Adwa el-Andalus", se cuenta en las páginas de este libro, "era, como los españoles con los que habían convivido durante largo tiempo y con los que tenían también relaciones de sangre, por igual valerosa y aficionada a las labores de la tierra, al cultivo de las hortalizas y frutas. Sus mujeres eran más hermosas que las de Adwa el-Qarawiyyin, donde, por justa compensación, los hombres eran más hermosos, quizás por ser más cuidadosos con su atuendo, más cultos y más refinados en su comida; eran negociantes y más propensos a las artes".

Mazières plasma algunas hermosas leyendas locales en sus Paseos, como la de la entrada que permite pasar a las mujeres al atrio en la mezquita Qarawiyyin y que se llama la puerta del sapo, por un viejo relato que decía que "este animal, encontrado allí, no pudo ser expulsado; se le respetó, atribuyéndole el poder de curar algunos males". También registra el escritor la convicción existente en los países musulmanes de que la cigüeña "tiene en sus adentros el alma de un hombre de una isla muy lejana que volverá un día a esta isla y tomará de nuevo el aspecto de un hombre. De hecho, un musulmán jamás mataría a una cigüeña".

El autor siente que “en esta ciudad aún medieval” todo se mantiene impermeable a los avances

La mirada que brinda Mazières a Fez está condicionada también por las lecturas de los visitantes que lo precedieron. Entre otros se recoge el testimonio, no precisamente entusiasta, de Edmundo de Amicis, que en 1882 acompañó a la embajada italiana ante Muley Hassan. No esperen la emoción de quien queda aturdido por los aromas de las especias, la acogedora penumbra de sus callejuelas o la minuciosidad de la artesanía: "La primera impresión es la de una gran ciudad decrépita que se deteriora lentamente. (…) La mayoría de las mezquitas están en ruina. De las grandes bibliotecas no quedan más que algunos volúmenes enmohecidos. Las escuelas están cerradas, el comercio languidece, los edificios derrumbados y la disminuida población ya no es ni siquiera la quinta parte de lo que era antes. Fez no es más que un enorme esqueleto de una metrópoli abandonada en medio del inmenso cementerio de Marruecos".

Mazières también tiene apuntes desgarradores en sus crónicas, como cuando accede al interior de un manicomio: "Uno entra allí por curiosidad y sale pronto asqueado y afligido. Encontramos a seres desnudos y harapientos, junto a animales, atados por los pies con cadenas de hierro para que no puedan huir. Se les mantiene así en pequeñas celdas donde se pudren sobre sus suciedades. ¿En verdad están locos? Si no lo eran al entrar en esta casa ahora lo son, debido al trato al que se les somete y el régimen abyecto que sufren".

El autor siente que en Fez, "en esta ciudad aún medieval", todo se mantiene impermeable a los avances, "es necesario vivir con la imaginación, dando a las cosas la fecha que se nos antoje. Parece como si la vida se hubiera quedado inmovilizada. La gente se mueve con los mismos vestidos, los mismos gestos; ha conservado las mismas prácticas, los mismos oficios". Lamenta que incluso el rico que utiliza coche, electricidad y gramófono "una vez en su casa, se encierra en el pasado, porque se reencuentra con costumbres ancestrales conservadas intactas".

Aunque más tarde, en otro pasaje de la obra y quizás contradiciéndose a sí mismo, Mazières observa con fastidio cómo la electricidad ha arruinado el encanto que desprendían las mezquitas a la luz de las lámparas de aceite. "Todo es sencillo y podría ser más auténtico y verdadero si el progreso no hubiese irrumpido en este lugar: es más fácil girar un interruptor para tener en seguida la luz, sin olor ni humo. ¡Pero las lámparas de aceite eran más rústicas, más bíblicas, y su luz daba un color amarillo dorado!". No obstante, Mazières terminará su viaje cautivado por las maravillas de ese enclave: "Fez, ciudad de la sabiduría, de la ciencia, de la oración, de los cantos y de la música. ¡Que los hombres preserven tus mezquitas, tus madrazas, tus zocos animados, la belleza de tus palacios, la frescura de tus jardines!".

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