NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
Sí, nuevamente, hemos viajado en el tiempo. Casi sin darnos cuenta, nos hemos plantado en un momento muy muy lejano, muy muy arcaico. Otra vez, una visita a ese período que ha pasado a la historia con un nombre un tanto despectivo en el que, entre otras cuestiones, se consolidó la nobleza propietaria de los recursos y la tierra y hasta de la gente que en ella vivía. Aunque en nuestra zona, el sistema feudal fue contrarrestado por el estado cordobés, por el norte peninsular, el modelo evolucionó y nos encontramos ya con que algunos condados y otros territorios se fueron convirtiendo en reinos donde, por tanto, las figuras de los monarcas se situaban por encima de la aristocracia. Precisamente, las monarquías tenían en sus manos la entrega de posesiones, privilegios y títulos a quienes les ayudaban en sus conquistas.
En el constante avance de castellanos y aragoneses, extensos territorios pasaron a manos de guerreros y personajes que medraban en un conflicto bélico que se eternizó y en el que también tuvieron un papel primordial algunas órdenes –aunque suene a oxímoron– militares-religiosas, como la de Santiago, la de Alcántara, la de Calatrava, etc. Las testas coronadas les entregaban provincias enteras, ciudades, pueblos, minas, ríos, bosques… que eran el fruto de la rapiña. Hay que tener en cuenta que los títulos llevaban parejos todo tipo de beneficios, puestos, prestigio y riquezas, que se repartían en reconocimiento de favores, ayudas, donaciones o cualquier otro tipo de auxilio. Pues bien, esa gracia que parecen poseer los reyes –por vía divina– se ve que no ha desaparecido, ya que Felipe VI ha nombrado a varias notables personas que, aunque ya no tengan privilegios como los fiscales, sí que van a disfrutar de un valor protocolario para ellas y sus sucesoras. Rafa Nadal, Luz Casal, Teresa Perales y hasta un total de 6 marquesados han sido otorgados en un acto innecesario y rancio mediante el cual, la monarquía se reafirma valorando los logros de esas personas. Ya se sabe, cuando tú no tienes nada que aportar, reconoce lo que otras hacen. Imagino que lo que pretenden es dar una imagen de cercanía, desterrando aquello de la pureza y el azulado de la sangre noble y tratar de demostrar cómo nos resulta de útil la monarquía.
Lamentablemente, tengo que reconocer que el invento que más me agradaría, la máquina del tiempo, es otro de los muchos engaños con los que nos han alentado. No es ningún artilugio sino, simplemente, el mantenimiento de prácticas trasnochadas. La puesta en escena de una impostura rozando el ridículo. Como si la posesión de un título nobiliario tuviera algún sentido en nuestros días. Pero, ¡el Antiguo Régimen resiste!
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