Andar y contar
Alejandro Tobalina
Sentido común
Empiezo la columna de esta semana con el título de una conferencia impartida por el hoy vicepresidente de los Estados Unidos J. D. Vance. La conferencia se impartió en un congreso celebrado en 2021 con este título, en principio tan chocante, La universidad como enemigo; pero, en cierto modo, esa conferencia tenía un sentido casi profético porque en la actualidad las universidades americanas se han convertido en el objetivo de todo tipo de ataques por parte de la administración Trump.
Más de sesenta instituciones de educación superior han visto reducida su financiación pública recibiendo también enormes presiones sus financiadores privados. Por su parte, un buen número de estudiantes han sido acosados por exponer sus ideas libremente, algunos han sido arrestados y a otros se les ha iniciado un procedimiento de expulsión a pesar de tener todos los permisos en regla. Bajo la acusación general de antisemitismo se ataca a todo aquel que alce la voz contra las políticas autoritarias del gobierno americano o bien contra la agresión que se está sufriendo actualmente en Gaza, que ha sido calificada por muchos expertos y la Corte Penal Internacional como un verdadero genocidio.
Resulta evidente que esta ofensiva contra la universidad es una muestra evidente de la tendencia peligrosamente autoritaria de un gobierno que sistemáticamente ha ido destruyendo en poco tiempo los sistemas de contrapoder en los que se apoya la constitución democrática de los Estados Unidos. Desafortunadamente es una característica común en los sistemas autoritarios, el ataque a las universidades libres en cuanto que la universidad es, o al menos debe ser, un centro de crítica, de debate, de libertad de expresión y de discusión compatible con su papel en la enseñanza y en la investigación.
En este sentido, la universidad de Harvard es afortunadamente una fuerte manifestación de dignidad frente al autoritarismo. Harvard ha sido privada de una importantísima cantidad de financiación pública y ha sido amenazada con la eliminación de exenciones fiscales y prohibición de recibir estudiantes extranjeros. Aun así, ha sido una de las pocas instituciones americanas que se ha enfrentado valientemente contra el matonismo presidencial rechazando sus imposiciones y recurriendo sus decisiones. Frente al silencio y al miedo de otras instituciones, la dignidad de la universidad de Harvard es un faro en tiempos de oscurantismo.
En España, salvando las distancias, es la universidad pública la que está sufriendo el embate de ciertas comunidades autónomas que han decidido privilegiar la universidad privada. En mi opinión, la universidad pública cumple un papel fundamental en una sociedad libre y democrática actuando como un verdadero ascensor social sin privilegiar a las elites.
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