Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Habitualmente hablamos del colapso viario que ocurre cada verano -principalmente- yendo y viniendo de Tarifa, agravado ahora por las obras del Acceso Sur. Sin embargo, poco o nada se habla del otro gran atasco que ocurre en el otro extremo de la comarca, el de la A-7 en el sentido Málaga. Especialmente en el kilómetro 1091, habiéndose rebasado Pueblo Nuevo de Guadiaro y Sotogrande.
Ese nudo de rotondas que hay en la salida crea en esta época del año unas colas inmensas entre bañistas y gente que va a Torreguadiaro o al puerto de Sotogrande a disfrutar de sus restaurantes y vistas. Todo conocedor de la zona lo sabe, lo tiene interiorizado. La alternativa pasa por salir previamente y rodear por la carretera de Guadiaro; esa angosta y peligrosa vía desfasada, sin iluminación, que desemboca en el centenario puente de hierro y te obliga a cruzar por San Enrique.
A eso hemos de añadir la falta de aparcamiento en Torreguadiaro. Una barriada que ve multiplicada su población y que no da de sí para absorber tantísimo vehículo. La población espera de hace años la apertura el parking que hay tras las torres, con fecha de apertura caducada. Para rematar, el parking de la playa, al menos uno de sus pisos, colonizado casi siempre por autocaravanas.
A la entrada, el monte está siendo preparado para la construcción de villas de lujo que tendrán piscinas con vistas a la playa. En los alrededores, los míticos naranjos que llegaban hasta San Martín del Tesorillo desaparecen, son sustituidos por aguacates -con duchas individuales para el riego automático y constante- y se sustituyen los terrenos cultivables con sus árboles y forraje por caballerizas. Ah, ¡y el golf y el polo! El cierre constante de la desembocadura del río Guadiaro es un síntoma de un modelo que de seguir sin control está abocado al fracaso.
Mientras tanto, el precio de la vivienda sube y la mayoría de alquiler de temporada se transforma en Airbnb, “¡a un minuto de la playa!”, aunque esté ubicado en un pueblecito sin buses regulares, sin supermercados o restaurantes.
El nivel de saturación se nota también en los supermercados, que además suben precios aprovechando el período. La sensación es de pérdida de un paraíso, del hogar. La situación hace a uno pensar que aquí nadie planifica nada, ni a nivel urbano, ni a nivel de vivienda, ni de tráfico, ni medioambientalmente. ¿El fin es morir de éxito?
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