Algunos, con malas artes y pocos conocimientos pedagógicos, insinúan que son pocas las clases que se dan entre salidas, excursiones, teatros y fin de curso.

La educación no es mantener al alumnado desde las 9:00 hasta las 14:00 o a jóvenes desde las 8 a las 14:30 metidos en habitaciones, sentados y escuchando exposiciones de adultos; es mucho más.

Estos días de primavera son ideales para realizar excursiones, para poner en práctica los conocimientos adquiridos y, sobre todo, para relacionarse. Aprender a convivir es más difícil que calcular raíces cuadradas o el análisis de un texto. Todavía no se ha inventado la calculadora de las convivencias. Y para ello, nada mejor que visitar las granjas escuelas, las salinas de Chiclana, el Planeta Olivo, conocer a nuestras abejas, recorrer la Sierra de Grazalema, navegar por el Guadalquivir, pasear en hidropedal, remar en kayak, conducir un kart, realizar rápel, tirolina, escalada en rocódromo o tiro con arco…

Tenemos un patrimonio cultural envidiable. No podemos quedarnos con fotografías o vídeos educativos. Tenemos tan cerca Carteya o Baelo Claudia y pasear por cualquiera de nuestras ciudades es una auténtica clase viva, por no hablar de Cádiz, Jerez o Sevilla. ¿Y sus museos? Recrear las historias de los títeres de la tía Norica, el Bellas Artes de Sevilla me sigue sorprendiendo gratamente. Del 28 al 30 de abril celebramos las primeras Jornadas Transdisciplinares del Campo de Gibraltar. Se presentaron 41 proyectos de Psicología, Literatura, Naturaleza, Danza, Teatro y Flamenco que, con anterioridad, fueron programados y llevados a cabo en los centros. El protagonismo entre alumnado y docentes estuvo al mismo nivel. Y Diverciencia y Pequeciencia es educación competencial al 100%, donde 3.400 estudiantes fueron auténticos docentes.

Qué gratificante y formativo resulta la preparación de una obra de teatro o un recital de poesía. No importan los errores, las equivocaciones son más divertidas que el propio guión.

Una fiesta fin de curso puede marcar más y ser más agotadora que un claustro de evaluación final, pero seguro que también es más didáctica.

En los centros educativos cada día se vive intensamente. O se debe vivir con intensidad. No es bueno el aburrirse o caer en la monotonía. Esta situación es más penosa para el docente que para el alumnado.

Me gusta leer mis columnas en papel, repasar todas y cada una de las páginas del periódico, incluso las de las televisiones y eso que no la veo, pero hoy no podré. Estoy de viaje "fin de etapa", con mi alumnado de sexto. No estaré en el aula, pero sí realizando labores pedagógicas.

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