Servando, mártir e invisible

07 de noviembre 2025 - 03:06

Hace mil setecientos veinte años, Servando y su hermano Germán trabajaban como milites profesionales en su natal Augusta Emerita. A la par, practicaban los ritos de la religión cristiana con la devoción de quienes estaban destinados a patronazgos y altares. Viator, el prefecto de la capital de la Lusitania, cumplió los dictados de Diocleciano y se propuso extirpar las creencias de los dos hermanos con la implacable decisión de los convencidos. Sufrieron torturas propias de los más ortodoxos martirologios hasta que fueron trasladados a Iulia Traducta con el objeto de cruzar el Estrecho con destino a Tingitania.

El viaje desde Mérida hasta Algeciras fue todo un tormento. Las últimas etapas desde el Guadalete hasta el corredor de la Janda, se realizaron por el entonces transitado camino de la Trocha y al llegar al Almodóvar, cerca de Ojén, sus cuerpos encadenados y con grilletes estaban exhaustos. En la cima de la Torrejosa, que algunos hacen coincidir con el Fundus Ursianus de las crónicas, fueron degollados y desde allí se repartieron sus restos entre Mérida, Sevilla y la iglesia de san Jorge de Alcalá de los Gazules. Los escasos caminantes que hoy recorren aquellos pagos encuentran pocas evidencias de ese episodio.

La imponente fortaleza medieval que corona el cerro está camuflada por la maleza y bosques de pujantes acebuches todo lo ocultan.

El 17 de abril de 1774, mil quinientos años después del truculento lance, los ciudadanos Jacinto Monje y Alonso Santander gestionaron el terreno donde ubicar una capilla dedicada a San Servando en la re-fundada Algeciras. Unos labradores que debían mantener en su memoria el episodio del mártir que nunca llegó a la población hacia la que se dirigió en su último viaje, quisieron potenciar en ella su devoción con un edificio religioso que acabó construyéndose en la cima de la Villa Vieja, en las proximidades de las Eras de López.

La construcción debió de tener una cierta prestancia, con el ábside orientado a levante y la portada rematada con una espadaña que miraba a poniente. Tras la desamortización decimonónica pasó a manos privadas y desde entonces se ciernen sobre ella el abandono y el olvido. Hasta hace poco, en la esquina de Alexander Henderson con la calle Lechería se podían contemplar los restos ruinosos de su fachada. Hoy una tupida higuera todo lo cubre, todo lo tapa, todo lo oculta. Para muchos es sabido que la invisibilidad es un buen instrumento para el olvido, pero debemos recordar que detrás de esas ramas malvive nuestra historia.

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