Cuando camino por el alambre y no sé qué dirección tomar, me visto con atisbos de verdad y ellos se encargan de salvarme del caos. ¿Y qué es eso que me salva?

Una quedada un lunes, sin motivos, sin excusas. Simplemente estar para poder ser.

Saborear una botella de vino con Rafa, que, además de ser el padre de mi amiga, quizás también sea una de mis personas favoritas. Porque en la amistad de la buena, no existe la edad.

Mandar un audio mañanero de cinco minutos para que mi amiga, recién levantada, tenga que esforzarse en entender mis inquietudes más locas y sea la que intente poner algo de cordura a mi desequilibrio.

Una charla de fútbol con mi padre o con los parceros del "eje del mal".

Abrazar a mis tías, que, majestuosamente, me recuerdan a mi madre. O pasar tiempo con mis primos y sus pequeños, que los siento como trocitos de mí. O con mi sobrina, mi gigante del alma, traída al mundo por el ser humano más auténtico que conozco: mi hermana.

Observarla a ella. A la persona capaz de armarme y desarmarme, por igual. A la única con licencia para encender mi luz cuando siento que me voy apagando. A esa que, tal vez, no sepa ni que existo… Pues, en ocasiones, el amor se mide en las veces que la miro sin que se dé cuenta. Sin esperar su aprobación. Porque lo que siento está en mí, y no necesito su beneplácito.

Reír a carcajadas por alguna broma sombría de humor negro. Ese que hace que me cuestione a mí misma, y cuando la duda asoma y siento que "no merezco existir", me percato de que solo soy una cachonda mental y que la vida está para tomármela con humor.

Ver envejecer a mi perro, que cumplió 15 años la semana pasada. Embobarme en sus canas, alterarme con sus ladridos y disfrutar de su cariño eterno.

Tomarme una tapa en La Chimenea, mi lugar preferido en el mundo. El rincón que me traslada a cualquier punto del calendario de los últimos 25 años. Seguramente, uno de los iconos más importantes de nuestra Línea de la Concepción.

Pasar ratos con ellas, mis amigas. Riendo, hablando, comiendo, bebiendo o, simplemente, en silencio. Sin duda, son las que mejor saben leerme.

Puede que la salvación no esté en grandes acontecimientos. Puede que esté en la inmensidad de los pequeños detalles. En aprender a ver lo incondicional entre tanto humo. En apostar siempre por el amor, pero no el amor de carrozas y príncipes azules, sino el amor que está en todo lo que vemos. El que está en nosotros. Quizás y solo quizás, sea lo único y verdadero que pueda salvarnos.

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